lunes, 4 de enero de 2010

LÍMITE DEL SIMULACRO: LA REALIDAD COMO ESCENARIO


THOMAS DEMAND
GALERÍA HELGA DE ALVEAR: 27/11/11-10/01/10
(artículo publicado en Revista 'Claves de arte': http://www.revistaclavesdearte.com/noticias/20391/Thomas-Demand-en-Helga-de-Alvear
Pese ha cumplirse más de veinte años desde que Sloterdijk acertó de pleno al definir nuestra época como la de la razón cínica, sus efectos devastadores todavía se hacen notar. Porque, obviamente, la consecuencia primordial de esa clarificación epocal definida por el filósofo alemán es que ya no estamos para seguirle el juego a nadie. La inocencia como garantía primordial de ganas de saber, pasa a ser el más inconfesable de los pecados.
Aún con todo, la ironía guarda en sí misma el peligro más mortal. Cómo dijo Umberto Eco, “al fin y al cabo, ésa es la belleza (y el peligro) de la ironía: siempre hay quien se toma en serio lo que se dijo irónicamente”. Así las cosas, habitando un mundo donde la inocencia es purgada como lo más indeseable, lo nuestro es permanecer callados, en silencio, a la espera de que sean otros los que testifiquen y den fe de un futuro que se desangra a velocidad límite.
Pero este ‘estar callados’ no remite ya a la archiconocida sentencia de Wittgenstein, sino que define bien a las claras un panorama tan desolador como cierto: imposibilidad de no poder decir nada ni tan siquiera una vez. No es sólo que de lo que no se sepa, mejor permanecer callados. Sino que es tal el galimatías telemático que la ironía viene a coincidir con un endémico silencio o con sumarse al desnortado griterío que nos rodea.
De esta manera nuestra solución no se ha hecho esperar: ficcionar la realidad, crear un clon que a golpe de virtualidad e hiperrealismo nos de la sensación de ‘mundos de vida’ listos para ser vivenciados. Nuestro cinismo llega así al límite de crear un doble donde poder hacer gala de nuestra inocencia sin riegos de ser delatados.
Hubo un tiempo en que en este escenario el arte apechugó con lo que se le venía encima y asumió el rol de no sólo y llanamente crear espacios de realidad, sino de postularse como aquello que es capaz de señalar la ‘falta’, lo ‘olvidado’ y ya por tanto irrepresentable. La estética de lo sublime de Lyotard va en esta onda: “debería ser claro que lo que nos incumbe no es aportar realidad, sino idear alusiones a algo pensable que no puede representarse”.
De ahí que el arte haya encontrado refugio en aquello que parecía iba a ser su irreconciliable ‘otro’. La vida, habiendo devenido ficción pura, se somete sin dificultad alguna a esa orientación contemporánea de un arte que se esfuerza por vadear la representación y asentarse en el descampado de lo no-representable y de la ficción como estatus ontológico.
Si el arte entonces ha muerto, no ha sido sino de éxito. Las estéticas de lo ilusorio e ideal se han reconvertido en un ficcionar que coincide punto con punto con una realidad convertida en grado cero, en ficción pura.
Hoy todo se museografía, todo se publicita y se pone en escena. La garantía de visibilidad la da el hecho de que cada uno de nosotros se comprende como marketing de sí mismo. Se es en la medida en que uno hace publicidad de su persona como mercancía. Del ‘cogito ergo sum’ cartesiano al ‘estoy en Facebook luego existo’; del ‘tiene que ser...’ de Kant, al hagamos ‘como si…’ de Schopenhauer, terminando en la puerilidad de todo contenido normativo: si la realidad es ficción no cometamos la inocentada de creernos aún demiurgos de un mundo fagocitado en su más pura virtualidad.

Thomas Demand sabe demasiado bien de la irrenunciable certeza de esta última claúsula. Tomar al mundo como dato objetivo no sería sino la más aberrante de las inocencias con que un artista puede aún cargar. De ahí que su propuesta atine de lleno en lo que cabe esperar del arte: ficción de una ficción que logre la sutil escisión cutánea en una realidad devenida bombardeo telemático a nivel de una superficie que, como pantalla global, se muestra permeable a darlo todo como válido.
Así su arte se inserta de pleno de derecho en la maquinaria tardocapitalista del vaciado ontológico a ritmo de fotocopia. Todo acontecimiento no es sino simulacro, copia de una copia capaz de ser re-producido a ritmo endemoniado, siendo entonces sus fotografías ficciones de una realidad que el artista se presta a renarrar y teatralizar.
Su material de trabajo son imágenes difundidas por los medios de comunicación y que él recrea en una escultura que después será fotografiada. Así, sin dejarnos nada por el camino, el resultado final es el documento de la copia de una copia de una copia. Y el resultado no puede ser más logrado: pese a no habitar la verdad en ellas, si que hay una proliferación casi infinita de nuevas enunciaciones, de nuevas propuestas hermeneúticas en busca de un sentido ya fosilizado como material informativo previo.
La premisa antes citada de Lyotard parece tener aquí su más que clara alusión: en el proceso de fotocopia algo es eludido en una simulada alusión reiterativa que logra vaciar todo contenido. Y eso, y no otra cosa, es lo que consigue hacer del arte de Demand algo más grande que no una simple recreación. Es más lo que no está, lo que queda disuelto en el proceso, que lo que queda aún como residuo representable. Así, en el “Órgano de los héroes” (2009) falta precisamente aquello que constituía al monumento: las notas musicales que cada mediodía se podían oír; en “Fotomatón” (2009) faltan los rayos X del otro lado de la sala, recreación de la prisión de Gera, y que parece que han sido los causantes de los altos índices de leucemia entre los reclusos; en “Haltestelle” (2009) falta también el significado último, saber que la estructura de la parada de autobús que se ve fue troceada y subastada entre los fans del grupo ‘Tokio Hotel’, ya que fue allí donde los hermanos que componen el grupo tomaron la decisión de formar dicho grupo.
Su arte es por tanto capaz de decirnos aún aquello que, como antes hemos dicho, queda reducido al silencio o es enfangado en el lodazal del cotilleo telemático. Su arte nos dice que ni con todo el cinismo que queramos poner en el asador, seremos capaces de olvidar lo irrenunciable de un mundo que sigue escapándose por sus poros; que el sufrimiento, la violencia, el más ramplón y fanático de los consumismos, los recuerdos y las melodías, siguen y seguirán componiendo un mundo que está ahí no para ser eludido virtualmente sino para ser dramáticamente vivido.

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