miércoles, 19 de octubre de 2011

RODRIGO GONZALO: TRAS LA PISTA DEL CAPITAL


RODRIGO GONZALO: TRACTATUS

GALERÍA CÁMARA OSCURA: 15/09/11-22/10/11

La Galería Cámara Oscura acoge, y hasta el próximo día 22 de octubre, las últimas fotografías de Rodrigo Gonzalo pertenecientes al proyecto fin de máster en el Rochester Institute of Technology donde, seleccionado por la Fundación La Caixa para disfrutar de una beca, ha llevado a cabo sus últimos estudios.

Si bien la tesis del proyecto aborda un único tema, la manera de presentarlo toma dos formas bien diferenciadas. Y es que, ante los sucesos económicos de los últimos años –sucesos que parecieran ser la antesala de la catástrofe gracias a esa mirada casi de entomólogo que nos brinda el tiempo-real de los mass-media-, Gonzalo toma posiciones para brindarnos una mirada novedosa a ratos y harto repetitiva por otra.

Obviamente con esto dejamos claro que mucho más interesante nos ha parecido sus improntas conceptuales que aquellas otras que no hacen sino seguir los dictados ya un poco demodé de los lugares comunes como emplazamientos de hiperseguridad donde a medio camino entre el documentalismo y la representación de lo indecible se fotografía un lugar, un no-lugar como en este caso podrían ser las sedes de los Bancos, para dar pábulo a lo incognoscible de cómo funciona, cómo se decide y cómo se llevan a cabo esas transacciones que, como el reverso tenebroso de las economías de la imagen, vienen a ser pilares desde donde construir esta realidad nuestra dromótica de videoesfera.

Esa representación sublime de la presencia de una ausencia que suponía la recurrencia casi neurótica a los no-lugares apelaba a una no-representación de precisamente aquello que se quería señalar: las transformaciones sociológicas que a la hora de concebir el mundo han venido en construir una pantalla-imagen donde toda experiencia es siempre y en todo lugar la misma: la de la expulsión de toda individualidad, de toda remisión a ámbito privado alguno en aras de construir, como dijera Susan Buck-Morris, una videoesfera como lugar de experiencia compartida –hipervigilada e hiperconsumsita.

Obviamente, en estos tiempos de crisis, más que un aeropuerto, más que las mansiones atrincheradas de los mandamases del cotarro mundial, son los Bancos los poseedores de todo el caudal de culpabilidad, desconocimiento y odio –todo a partes iguales- que destila esa forma de dotarnos de subjetividad que consiste en denunciar aquello que nos oprime para, acto seguido, cifrar en esa necesidad pulsional de que exista para, así nosotros, existir también. Que el sujeto denuncia el poder porque está irreversiblemente vuelto hacia él es algo que puso sobre la mesa Foucault; que las ideologías, todas en su conjunto, cifran con precisión la distancia desde donde ejercitarse en la crítica teniendo sumo cuidado en no eliminar al enemigo, es algo que lleva sosteniendo con polémica actitud Zizek desde hace años.



Todo, así entonces, remite a una misma estrategia: dejar desnuda la mirada, sostenerla en esa íntima ausencia de lo oculto tras los barrotes para, acto seguido, hacernos soñar con esa ‘otra realidad’ escondida tras la dureza del poder endogámico. Que esta estrategia está obsoleta y caduca es tan clara como que, realmente, no hay nada detrás de las imágenes al igual que no había ninguna playa bajo los adoquines.

Seguir, por tanto, partiéndonos la geta en querer rasgar las imágenes para ver debajo de ellas es solo una estrategia que no solo es inofensiva, sino que redunda en un beneficio infinito para aquellos tótems del poder establecido que juegan a dejarse hacer mientras el artista de turno nos ofrece aquello justo que deseamos ver y, cómo no, creer. Creer que les hemos descubierto, que lo sabemos todo de ellos cuando en realidad es justo lo contrario: tanto les necesitamos, tanto desconocemos que nada somos si no es en relación a ellos, siendo el discurso crítico la más alta precisión de la maquinaria del capital: hacernos creer que nuestra denuncia es exacta, que nuestros intereses son concisos, que, en otras palabras, sabemos lo que queremos y no volveremos a caer en el engaño.

Más originales, aunque con mismo propósito, pensamos, son sus otras obras que, reinterpretando el absoluto perceptivo de las vanguardias, el infinito suprematista de Malévich, la visualidad minimalista de Rothko y demás, trasforma ese ‘más allá’ tras las imágenes, en un ‘más acá’ basado en estadísticas, gráficos bursátiles, histogramas informacionales bancarios, etc.

Si las vanguardias se fajaron duro a la hora de desvelar que, realmente, algo existía debajo de las imágenes procuradas por la ya más que incipiente sociedad capitalista –ya fuera ese algo la epifanía teosófica, la revolución marxista o los sueños del inconsciente-, la obra de Rodrigo Gonzalo apunta en esa misma dirección sólo que, en esta ocasión, lo que hubiera tras las apariencias no se construye a golpe de sueño libertario ni tan siquiera como resquicio desde donde plantear cierta resistencia.



Y es que la técnica, desde los collages cubistas hasta la tecnificación más sofisticada, ha terminado por errar el tiro por completo y se contenta con duplicar inocentemente las estructuras dominantes preocupada, únicamente, con que el espectador se llevase a casa eso precisamente que ha venido a buscar: una indignación medida y cínica con la que culpabilizar sin más al status quo imperante. Anticipar el efecto político del arte: ese y no otro ha resultado ser la misión de la técnica para con el arte.

Así, una vez más, ese lacónico gesto optimista de Benjamin con el que saludaba a la técnica a la hora de posibilitar una nueva política ha terminado en dar en una estrategia archisabida por las economías de la fluidez y del capital. Que cada uno se lleve a casa su indignación, su sabiduría de ‘cómo funciona el asunto’; que el espectador venga a llevarse lo que justamente está buscando. Porque eso, más que ir en contra del capital, no hace sino acelerarlo: acelerarlo merced a hacer creer a cada sujeto que sabe.

¿No sabemos aún que esa es la base del espectáculo?

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