lunes, 21 de noviembre de 2011

TÀPIES/BOURGEOIS: PENSAR EL LÍMITE DEL OLVIDO


ANTONI TAPIÈS/LOUISE BOURGEOIS
GALERÍA SOLEDAD LORENZO: hasta 27/11/11

Muchos ahora echan pestes, pero al cosa va de lejos. Fue allá por principios del XIX –aunque las confluencias vienen ya heredadas del XVIII- cuando arte y filosofía vinieron a confraternizar dándose el uno al otro justo aquello que necesitaban. Si la filosofía parecía agotada en su carrera en busca de la totalidad sistemática, el arte veía cómo algo se desinflaba en su potencial habida cuenta de las megatransformaciones sociales que habían ya empezado a producirse cien años antes.

¿De qué una filosofía sin capacidad de sistematización, se pensaba?, ¿De qué un arte de palacio y catedral cuando lo que se demandaba era la comunidad participativa del ‘todos’? El proceso fue complejo pero el arte, instituido disciplina burguesa, consiguió traer para sí la capacidad de restallar esa herida metafísica de la que todo sistema filosófico adolecía. Ser y deber ser, ser y parecer, necesidad y libertad, etc: el arte, la Estética, viene a cerrar la totalidad del sentido –o a abrirlo hermeneúticamente en la diferencia.

Frente las opiniones vertidas, por ejemplo, por Alain Badiou, para quien la Estética es una disciplina que somete al arte a un carácter especulativo, dejando así a la filosofía del arte en desventaja -sin darse cuenta que la Estética tiende también a desvelar lo esencial de las obras de arte- nosotros pensamos que la Estética, ahí donde se dan la mano arte y filosofía, no es ni mucho menos una disciplina especulativa que se ha apoderado de forma un tanto medrosa de los ámbitos de lo artístico y que actualmente parece disolverse con tanta facilidad como con la que surgió. Así, más bien convenimos con Rancière en que en modo alguno “la estética sería el discurso capcioso por el cual la filosofía o una cierta filosofía desvía en su provecho el sentido de las obras de arte y de los juicios del gusto”.


Y digo esto porque esta excelente exposición en la Galería Soledad Lorenzo es de una potencia tal, que -cualquiera que sea el enfoque que se le quiera dar- se transforma en una lección de primera mano acerca de qué es eso llamado arte. Siendo –o al menos lo intentan- las críticas que componen este blog de corte filosófico, el bagaje con que uno sale después de ver la exposición de estos dos genios del arte, es de tal calado que abre el pensamiento a una síntesis nueva.

Porque, aparte de logros, aparte de convenir en que la exposición es como poco excelente, el enfrentar a dos gigantes como Antoni Tapiès y Louise Bourgeois en una misma sala nos lleva a recorrer caminos tan poco transitados que la radicalidad de la novedad, el estar delante de una colección de obras que nos abren a un sentido nuevo, es ya de por sí un éxito de la galería, un triunfo para el arte y, no en menor media, una prueba para el pensamiento.

Ambos artistas se enfrentan a lo indecible, a la insondabilidad de una herida que se espesa pero que no sutura. Ambos, partiendo de los únicos ismos que sobrevivieron a la hecatombe de la guerra mundial –existencialismo y surrealismo- se las ven con esa ausencia en que redunda ya todo lo humano. Si el uno remite a la materialidad, a la gestualidad mimíca que nos abre al sentido, a una experiencia del límite como huella material, la otra experimenta el arte como el encontronazo directo con lo traumático de toda existencia, con ese núcleo sintomatológico que nos habita.

Ambos, nunca mejor dicho, tratan de enfrentarse a una ausencia y hacerla presente mediante una (ir)representación capaz de deslizarse a través de los significados y significantes dispuestos por la ficción artística que cada uno lleva a cabo. Si uno se enfanga en la materia informe que destila un mundo caótico y trágico para trazar un gesto que permita abrirnos al sentido, a aquello que estaría tras el umbral perceptivo del límite, la otra alude a lo psicoanalítico para trazar una semántica de lo ausente/inconsciente, remitiendo al miedo pulsional que habita latente en el desgarro a la que toda existencia queda cifrada.


Pero, a pesar de mantener una misma destinación, a pesar de valerse del arte para trazar lo agónico de la fractura humana y existencial, las diferencias entre ambos son tantas que casi caben comprenderse como la antítesis el uno del otro. Y es que si uno parte de la materia para traspasar, como decíamos antes, el límite de toda huella, y dejarse mecer ahí donde bien puede decirse que habita fenomenológicamente la nada, la otra pareciera partir de esa nada para rarificarla, para tamizarla de ese unheimlicht freudiano y traer a la presencia algo de su incognoscibilidad. Así, si el destino es el mismo, las estrategias son radicalmente diferentes: de la materialidad del más acá para traspasar el umbral de lo sensible, y, en dirección contraria, de la nada –que nunca es una nada sino el síntoma de un lugar vacío- hacia la presencia de un aliento orgánico.

Así, el juego de preguntas son siempre dobles: ¿cómo vérselas con el límite de lo ya intangible, como hacer perceptivo aquello que raya y luego traspasa la frontera de nuestro límite?; ¿cómo representar el trauma, como hacer presente lo nunca-sido, como rearticular el sentido de lo necesariamente olvidado?

Ambas obras trabajan con una temporalidad extraordinaria que hace confluir en la obra artística una pluralidad de sentidos que atraviesan en perpendicular la linealidad adocenada de lo crónico-cotidiano. Ambos saben que es el pasado su material artístico predilecto: lo ya-sido como habitante del límite, y lo ya-sido como ausencia de lo que antaño remitía a esa totalidad de la conciencia absoluta. Así por ejemplo Bourgeois dejó dicho que "mis obras son una reconstrucción del pasado. En ellas el pasado se ha vuelto tangible; pero al mismo tiempo están creadas con el fin de olvidar el pasado, para derrotarlo, para revivirlo en la memoria y posibilitar su olvido". Un pasado como perlocutor de un futuro por-venir, un futuro como olvido de lo ya-sido ya que solo así el tiempo queda abierto.

Su sentido, por tanto, trabaja ya en el mundo del devenir-acontecimiento post-Heidegger: saben que el sentido del arte ya no es absoluto, sino que se da en relación a una falla, a un núcleo histórico y temporalmente devenido. Representar precisamente ese intangible, hacerlo presente, es decir, representar lo irrepresentable, es justamente lo que se le pide al arte en estos tiempos y de igual manera lo que llevan a cabo de forma magistral esta pareja de artistas.

En definitiva, si la sabiduría eterna de Tapiès consiste en saber que solo mediante el gesto se nos abren las puertas de la comprensión de aquello que habita en el olvido de nuestro manufacturar técnico, la grandeza de Bourgeois es saber que solo mediante un ejercicio mnemotécnico de lo ya-olvidado, es posible rearticular el sentido en una diferencia que, a pesar de no quedar sellada nunca, nos abre a una comprensión diferente.

Hoy, reducidos a la archimanido de las retóricas del espectáculo más casposas, a la emergencia de lo obsoleto y a la confusión anestésica que diluye toda posición de resistencia en una vorágine , esta exposición nos abre a la que debiera ser la labor preeminente del arte: enfrentarnos con un destino, el nuestro, que como buen destino permanece cifrado, oculto y, como no, olvidado. Y es que, ahí donde habita el olvido,. ha de habitar el pensamiento. 

2 comentarios:

  1. Iré a la exposición, son dos artistas que siempre me han interesado. Me ha gustado mucho tu texto. Un saludo.

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  2. Gracias Juan! Es una gran exposición! No podía ser menos, claro.

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