martes, 1 de marzo de 2011

ARTE EN HUIDA: ESTRATEGIAS PARA TIEMPOS DE DESARTIZACIÓN TOTAL



SIN TÍTULO, 2011. TÉCNICA MIXTA, DIMENSIONES VARIABLES
GRAN VÍA, 67


Estando como estamos siempre, por una cosa u otra, en una época decisiva, en la radicalidad de un cambio o en un tiempo bisagra de importancia suprema -un tiempo que puede inclinar la balanza de un lado (salvífico y salvador) u otro (deprimente y fagocitado siempre por las estructuras de dominación)-, el arte, cómo no, yendo como de avanzadilla, tiene mucho que decir en este cual sea nuestro caso.

Y es que proponer una exposición en un espacio –en este caso oficina- abandonado no es algo que sea nuevo, pero sí que, variando siempre el contexto histórico del propio arte, los brazos hasta donde llega la radicalidad de cada propuesta puede barrer más de lo que uno, a simple vista, puede prever.

Entrando ya en materia, eso que más arriba hemos cifrado como ‘cual sea nuestro caso’ es bien fácil de describir: nuestro arte depende de periclitadas e institucionalizadas estructuras de exhibición que se proponen como ejercicios onanísticos de difusión de lo trillado. Atrincheradas en formas de cultura con un fuerte olor a rancio, que se erigen como paseos del dominguero, como implosión de la mercadotecnia del capital coagulado en imagen y representación, los regímenes de exhibición del arte se postulan como perfectos dispositivos que ofrecen ocio y (sic) entretenimiento como plusvalía de intercambio en el régimen libidinal actual.

Siendo esto así, no es que muestras como estas vengan a proponerse como alternativas al capitalismo cultural imperante, pero sí que postulan una manera diferente de darse del hecho artístico en sociedades ya del todo alienadas en la persistencia de unas subjetividades desplazadas hacia el límite de ser producidas por efecto y decantación del hiperconsumismo reinante.


Si el espectáculo es nuestra weltanschauung epocal, hay que tener bien en cuenta que, cómo bien predijo Debord hace ya la friolera de cuarenta años, el espectáculo “es su propio producto, y es él mismo quien establece sus reglas: es algo pseudosagrado. Exhibe lo que él mismo es”. Es decir, el arte, cayendo en su dinámica interna de normalización, socavado en su esencialidad por el primado dialógico de subversión/subvención, adormecido en las esferas del espectáculo, no tiene más remedio que seguirle el rollo al régimen disciplinario actual con el fin de que le deje pasar y llevarse algún mordisco de realidad –es decir, y gracias a la ecuación hegelo-debordiana según la cual “la realidad surge en el espectáculo, y el espectáculo es real”, algún trozo del pastel del espectáculo.

El problema radica, pensamos, en que de ese tímido ‘dejar pasar y pedir prestado’ se ha pasado, y ya Adorno lo vio claro, a la más tétrica de las traiciones. La entrada del arte en la era de su reproducibilidad técnica, si para Benjamin suponía una cierta dosis de optimismo, para Adorno no significaba más que la radicalización a marchas forzadas de los efectos de desartización que destinaban al arte a quedar vacío de contenido, a no ser más que un gesto que cargase con toda la tragedia -silenciada en la disneylanización ya incipiente- de este mundo post-Auschwitz.

Si bien esta exposición no ha de comprenderse dentro de los parámetros de la estética de la resistencia, que no supone un murmullo dentro del enmudecimiento que Adorno vio como salida única contra la hecatombe del arte a manos de las megaindustrias del entertainment, sí que es cierto que un poco de desintoxicación, un poco de abrir las ventanas y dejar que todo se ventile, no está nada mal.

Partiendo entonces de las necesidades de proponer nuevas formas de exhibición y exposición -y contando con la ayuda financiera de un coleccionista sevillano-, Jaime de la Jara, Jacobo Castellanos, y Miki Leal han contactado con diferentes artistas para proponer un proyecto diferente y diferenciador de las estrategias ya arriba largamente discutidas. Las que fueran oficinas del Grupo Popular en el número 67 de la madrileña Gran Vía han servido como contenedor casi inmejorable para mostrar que, como no, otras formas son también posibles.


Mejor, pensamos, que la glosa aquiescente con cada uno de los veinte artistas presentes, dos notas sobre las que llamar la atención de la pertinencia de esta exposición. La primera, que coincidiendo en fechas con ARCO –la mega feria cantada y celebrada año sí y año también aunque solo sea para, acto seguido, ponerla a parir-, S/T consigue llamar la atención sobre lo pertinente de proponer nuevas formas que enfaticen el caudal artístico por encima de otros como pudiera ser lo multitudinario de ciertos eventos, y el bienalismo y ferialismo como síntomas innegables de lo cancerígeno patológico del arte contemporáneo.

Al mismo tiempo y segundo, el llevar a cabo la exposición en unas oficinas que han tenido que ser desalojadas por la actual crisis, nos pone sobre la pista de que el arte, siquiera cuando está arrinconado en lo disperso de un éxito a escala mundial, es capaz de efectuar una vuelta de tuerca última y siempre genial para desconectar, aunque solo sea en los pocos días que dura la muestra, los entramados maquínicos sobre los que se erige las estructuras de territorialización que conforman el escenario político y que funcionan agenciándose para sí todos los espacios de visibilidad en el espacio público.

Para terminar, y resumiendo quizá todo lo dicho, la exposición ha de comprenderse dentro de una actualidad que disecta a la perfección la cotidianeidad ramplona de las experiencias estéticas prefijadas como saludables por las actuales estrategias de exhibición y visualización, y que se asientan - absorbiendo para sí todas las industrias de la subjetividad- en la intersección que media del trasbase bidireccional que media entre cultura y capitalismo

José Luis Brea predijo en uno de sus últimos textos las dos estrategias que habrían de seguir las prácticas culturales para constituirse como verdadero dispositivo de criticidad: primero, “la interposición de dispositivos ‘reflexivos’ que permitan evidenciar las condiciones bajo las que los procesos de representación se verifican en el seno de las industria del imaginario y el espectáculo”, y, segundo, “mediante la generación autónoma de modelos alternativos (…) proporcionando nuevas narrativas y nuevos dispositivos intensivos de experiencia e identificación”.

Si no queremos que nuestra época sea la de la hiperestetización y la transbanalidad, hay que empezar por pedir lo máximo a cada ejercicio estético. De ahí que a esta estupenda exposición haya que empezar a comprenderla no como una rara avis que nos distrae en la modorra ya casi primaveral, sino como verdadera subversión al status quo dominante. Tomarnos en serio y tomarse en serio estas dos estrategias que Brea previó como únicas salidas han de ser los destinos últimos de una exposición a la que esperamos sucedan muchas otras.

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