MIGUEL ÁNGEL TORNERO/NOÉ SENDAS: ESPERANDO A HOUDINI
GALERÁI RAQUEL PONCE: hasta 18705/12
Quizá deberíamos empezar diciendo
que en esta temporada la Galería Raquel
Ponce lleva dando cuenta de una programación que cabe situarla entre lo
mejorcito que se puede ver en la capital. Así pues, y de buenas a primeras,
nuestra más sincera felicitación. Siguiendo por esta senda, también podemos
comentar que de todas las exposiciones que han nacido para dar forma al evento
de Jugada a tres bandas, ésta que
tiene lugar en Raquel Ponce es una
de las más interesantes.
“Esperando a Houdine”, comisariada
por Virginia Torrente –responsable
también de todo el evento-, apunta a los procesos que vinculan la percepción y
la memoria en esa idealidad manifiesta que es la imagen, en concreto la imagen
fotográfica. Miguel Ángel Tornero -con
la desaparición de la propia imagen- y Noé
Sendas -con la desaparición del sujeto retratado- remiten a ese nexo causal-material,
a esa idealidad fantasmagórica, a esa imposible posibilidad de dejar condensado
en una imagen todo el tiempo del que disponemos.
Miguel
Ángel Tornero
propone una especia de monumentos, de altares donde una fotografía vieja y
desgastada parece el detritus más propio de lo que antaño fue, bien puede
decirse, una “verdadera” fotografía. Y es que si ponemos el adjetivo verdadero
entrecomillado no es por otra razón que aquella que dicta que dicha trabazón
epistémica (la de la imagen y la verdad) constituye la fantasmagoría que ha
venido en convertirse en narración privilegiada de la razón ilustrada para
encumbrar a la Modernidad en el mito necesario a través del cual disponer de
una lógica precisa
La modernidad, la emergencia del
“mundo como imagen” que diría Heidegger,
del mundo-imagen de Susan Buck-Morris,
queda cifrada en la asombrosa ecuación que el poder del signo ha querido hilar
entre la realidad y la imagen que, como lugar de la representación del ‘yo’, dio
por bueno una construcción de la realidad amparada en el sortilegio del
traer-a-la-presencia, del predominio de lo visual, del ocularcentrismo con que
ah venido –desde las modernas teorías de la imagen de Mitchell- en calificarse la modernidad entera.
Así entonces, el trabajo de Tornero apunta a desenmascarar la
sinrazón sobre la que se ha construido la ortopedia visual moderna: pensar que
el tiempo se congela, que la materia queda aferrada y encarnada en imágenes, es
el mito fundacional de la razón ilustrada y que, como no podía ser menos, aún
hoy pretendemos asir. De la imagen-materia hasta la e-imagen (según la
taxonomía de José Luis Brea) el
poder del hombre parece quedar anudado a la posibilidad -mentirosa e ideológica
como pocas- de querer fagocitar el tiempo, de querer atraparlo en nuestras
manos. Imagen y memoria quedan por tanto en manos de Tornero amparados en una
lógica de la imagen ortopédica y fallona, incapaz de poner puertas al tiempo y
de darnos aquello que prometieron.
El trabajo de Noé Sendas se sitúa en una perspectiva
más sutil y más atenta a los pormenores teóricos sobre los que se han ido dando
la trabazón epistémica entre imagen, temporalidad (historia y progreso) y
memoria. Para ello se basa en mecanismo fotográficos ya caídos en desuso para
practicar a través de ellos la huida del sujeto en la propia representación.
Así las cosas, bien pudiera uno pensar que su obra opera un escapismo que tiene
en la triste melancolía su razón de ser.
Pero a poco que uno se fije en
filósofos de la Historia, por ejemplo en el legado de Walter Benjamin, la posibilidad de interpretar su obra como una
manera totalmente pertinente de hacer dinamitar la Historia –su tiempo
interior-, de reescribirla de nuevo, la obra de Sendas se torna de un potencial descomunal.
Y es que en ese querer afianzar
el tiempo en la imagen, si Tornero
propone la imposibilidad físico-material, Sendas
se fija más en la temporalidad disruptiva de la propia historia, en lo dogmático
y bárbaro de todo intento de atrapar el tiempo de la historia en nuestras manos.
Así, los rostros ausentes de sus trabajos bien puede comprenderse como la
contraréplica más pertinente a la famosa sentencia de Benjamin según la cual “todo documento de civilización es, a la
vez, un documento de barbarie”. Y es que adonde nos pretende llevar Sendas es
al hecho de que la Historia, más que avanzar desde el presente, más que quedar
afianzado en un “tiempo-presente siempre el mismo”, más que quedar atrincherada
en una memoria de archivo descomunal e hiperfosilizada en su violencia, es
siempre una reactualización del pasado, un efecto de
descontextualización/recontextualización que hace que el tiempo salte por los
aires, que la memoria se fagocite en aquello no-dicho, en mirar a lo no
revelado, al lapsus, al fragmento, etc.
Y es que activar la Historia es
recoger las potencialidades no tenidas en cuentas, es darse otra oportunidad,
aquella precisamente que sabe que ya no queda tiempo que sujetar, que todo se
ah ido del lado de ese salvajismo irracional que nos caracteriza. Así entonces,
estrategias como la de Noé Sendas de
utilizar objetos del pasado, aluden, como ah dejado dicho Miguel Ángel Hernández-Navarro es un
esclarecedor texto, a “la convicción de que en el objeto hay una presencia
real, y que la descontextualización puede activar esa energía”.
El gesto entonces de Sendas alude a la farsa en que quedó
cifrado el sueño de la razón, aquel que decía que congelando la imagen,
situando al sujeto en el propio espacio de representación, todo se ganaría para
la causa. Pero la realidad es que toda mirada señala lo ausente, lo vencido, la
violencia impertérrita que se necesita para conjurar un tiempo devastado.
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