martes, 8 de mayo de 2012

ESTRATEGIAS DE ESCAPISMO

           
           MIGUEL ÁNGEL TORNERO/NOÉ SENDAS: ESPERANDO A HOUDINI
GALERÁI RAQUEL PONCE: hasta 18705/12

Quizá deberíamos empezar diciendo que en esta temporada la Galería Raquel Ponce lleva dando cuenta de una programación que cabe situarla entre lo mejorcito que se puede ver en la capital. Así pues, y de buenas a primeras, nuestra más sincera felicitación. Siguiendo por esta senda, también podemos comentar que de todas las exposiciones que han nacido para dar forma al evento de Jugada a tres bandas, ésta que tiene lugar en Raquel Ponce es una de las más interesantes.

“Esperando a Houdine”, comisariada por Virginia Torrente –responsable también de todo el evento-, apunta a los procesos que vinculan la percepción y la memoria en esa idealidad manifiesta que es la imagen, en concreto la imagen fotográfica. Miguel Ángel Tornero -con la desaparición de la propia imagen- y Noé Sendas -con la desaparición del sujeto retratado- remiten a ese nexo causal-material, a esa idealidad fantasmagórica, a esa imposible posibilidad de dejar condensado en una imagen todo el tiempo del que disponemos.

Miguel Ángel Tornero propone una especia de monumentos, de altares donde una fotografía vieja y desgastada parece el detritus más propio de lo que antaño fue, bien puede decirse, una “verdadera” fotografía. Y es que si ponemos el adjetivo verdadero entrecomillado no es por otra razón que aquella que dicta que dicha trabazón epistémica (la de la imagen y la verdad) constituye la fantasmagoría que ha venido en convertirse en narración privilegiada de la razón ilustrada para encumbrar a la Modernidad en el mito necesario a través del cual disponer de una lógica precisa

La modernidad, la emergencia del “mundo como imagen” que diría Heidegger, del mundo-imagen de Susan Buck-Morris, queda cifrada en la asombrosa ecuación que el poder del signo ha querido hilar entre la realidad y la imagen que, como lugar de la representación del ‘yo’, dio por bueno una construcción de la realidad amparada en el sortilegio del traer-a-la-presencia, del predominio de lo visual, del ocularcentrismo con que ah venido –desde las modernas teorías de la imagen de Mitchell- en calificarse la modernidad entera.

Así entonces, el trabajo de Tornero apunta a desenmascarar la sinrazón sobre la que se ha construido la ortopedia visual moderna: pensar que el tiempo se congela, que la materia queda aferrada y encarnada en imágenes, es el mito fundacional de la razón ilustrada y que, como no podía ser menos, aún hoy pretendemos asir. De la imagen-materia hasta la e-imagen (según la taxonomía de José Luis Brea) el poder del hombre parece quedar anudado a la posibilidad -mentirosa e ideológica como pocas- de querer fagocitar el tiempo, de querer atraparlo en nuestras manos. Imagen y memoria quedan por tanto en manos de Tornero amparados en una lógica de la imagen ortopédica y fallona, incapaz de poner puertas al tiempo y de darnos aquello que prometieron.


El trabajo de Noé Sendas se sitúa en una perspectiva más sutil y más atenta a los pormenores teóricos sobre los que se han ido dando la trabazón epistémica entre imagen, temporalidad (historia y progreso) y memoria. Para ello se basa en mecanismo fotográficos ya caídos en desuso para practicar a través de ellos la huida del sujeto en la propia representación. Así las cosas, bien pudiera uno pensar que su obra opera un escapismo que tiene en la triste melancolía su razón de ser.

Pero a poco que uno se fije en filósofos de la Historia, por ejemplo en el legado de Walter Benjamin, la posibilidad de interpretar su obra como una manera totalmente pertinente de hacer dinamitar la Historia –su tiempo interior-, de reescribirla de nuevo, la obra de Sendas se torna de un potencial descomunal.

Y es que en ese querer afianzar el tiempo en la imagen, si Tornero propone la imposibilidad físico-material, Sendas se fija más en la temporalidad disruptiva de la propia historia, en lo dogmático y bárbaro de todo intento de atrapar el tiempo de la historia en nuestras manos. Así, los rostros ausentes de sus trabajos bien puede comprenderse como la contraréplica más pertinente a la famosa sentencia de Benjamin según la cual “todo documento de civilización es, a la vez, un documento de barbarie”. Y es que adonde nos pretende llevar Sendas es al hecho de que la Historia, más que avanzar desde el presente, más que quedar afianzado en un “tiempo-presente siempre el mismo”, más que quedar atrincherada en una memoria de archivo descomunal e hiperfosilizada en su violencia, es siempre una reactualización del pasado, un efecto de descontextualización/recontextualización que hace que el tiempo salte por los aires, que la memoria se fagocite en aquello no-dicho, en mirar a lo no revelado, al lapsus, al fragmento, etc.

Y es que activar la Historia es recoger las potencialidades no tenidas en cuentas, es darse otra oportunidad, aquella precisamente que sabe que ya no queda tiempo que sujetar, que todo se ah ido del lado de ese salvajismo irracional que nos caracteriza. Así entonces, estrategias como la de Noé Sendas de utilizar objetos del pasado, aluden, como ah dejado dicho Miguel Ángel Hernández-Navarro es un esclarecedor texto, a “la convicción de que en el objeto hay una presencia real, y que la descontextualización puede activar esa energía”.  

El gesto entonces de Sendas alude a la farsa en que quedó cifrado el sueño de la razón, aquel que decía que congelando la imagen, situando al sujeto en el propio espacio de representación, todo se ganaría para la causa. Pero la realidad es que toda mirada señala lo ausente, lo vencido, la violencia impertérrita que se necesita para conjurar un tiempo devastado.

 El escapismo de las estrategias de Sendas alude entonces al latrocinio encarnado en las imágenes, en el poder maquínico de las imágenmes-capital que, ahora más que nunca, nos prometen más de la cuenta. Los cuerpos y rostros desapareidos remiten a la necsidad de reinventar la historia, de dar nombre al olvido, a la violencia sobre la que toda Historia queda apuntalada.  

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