DÚPLEX:
08/02/13-17/02/13
c/ Guadiana, 29, El Viso, Madrid (de 9:30 a 14:00)
Muy cerquita de ahí, apenas tres
calles más abajo, en la calla Guadiana 29, el arte vuelve, en los últimos días,
a tomarle el pulso a la realidad. También es en una casa, en un chalet, también
es en El Viso de Madrid. Pero ahora no hay personalidad totémica a la que
seguir, ahora no hay maestro de ceremonias. Sigue habiendo el mismo desinterés
por parte de la sociedad civil, por parte de las autoridades, y la misma
fascinación para unos pocos. El arte se cobija, se reúne en silencio a ensayar
un magnicidio, un asesinato que sabe nunca tendrá lugar. Se cobija y su mejor
escondite es la luz del día: en pleno Madrid, en una casa bien, ante los ojos
de todos.
La situación, no obstante, es bien
diferente: si Benet, con las palas
del lenguaje, movía toda la basura que un país como España empezaba a no saber
qué hacer con ella, si se divertía excavando en las ocultas vilezas que han
marcado a fuego nuestra historia más reciente, ahora el arte debe de agarrarse
a las paredes para no fenecer; ahora el arte, de mortecino que está, debe de
concelebrar su simple surgimiento.
Dúplex: un coleccionista deja su chalet
vacío para que el arte vaya a ocuparlo. En su gesto, en la virtud de su gesto,
está también su pecado: unas estructuras sociales que han defenestrado la cultura,
una avidez mórbida por lo megaurbanítico, unas formas displicentes y encantadas
de haberse conocido. Queremos que se nos entienda: no estamos pecando de
demagogos, simplemente poniendo las bases de cómo y dónde trabaja el arte:
aquello que no te mata te hará más fuerte, o el fracaso es la única forma de éxito.
Un sutil calado crítico que, desde el
nombre de la exposición, reutiliza las posibilidades del inmueble de alto-standing para su beneficio.
Sin mancharse las manos pero también con decidida intención. Ahí está el primer
acierto. Es decir, si la casa-chalet benetiana ejercía el influjo mefistofélico
del aquelarre, el chalet que da cabida a esta exposición sirve de dispositivo
de visibilidad pero también de topología del trauma, de cuerpo al que infestar,
de monstruo al que derribar y del que servirse.
Una gran Almudena Lobera quizá ha sido quien mejor ha comprendido esta
simbiosis parasitaria entre el arte (la gangrena, la carcoma que infesta) y el
inmueble: a raíz de un decalaje de grados entre la disposición de la caja fuerte
y el marco que la ocultaba, la artista traza un juego de ficciones para
imaginar otra narración y otra historia de la casa. Una infrahistoria dentro de
la historia convencional donde el propio chalet –y el espectador- es el
protagonista.
Pero si la obra de Lobera atiende mejor que otras a esa
paradoja del arte de “derruir” su marco de exposición, el trabajo de los demás
artistas es de igual forma soberbio: Albert
Corbí también utiliza la casa y algunos acontecimientos (sobre todo el día
de la inauguración) para deconstruir las formas de mirar y, sobre todo, de
mirarla; las pinturas, excepcionales,
de Jordi Ribes y Maíllo; las esculturas magistrales de Clara Montoya; la pieza de ruinas de Luis Úrculo (que aquí ya dijimos que
fue de lo mejor que se pudo ver el año pasado en Madrid); el video surreal-cómico
de Momu y NoEs.
Pero sobre todo destacan dos piezas:
la instalación hipnótica, llena de poesía y sutilezas que construyen entre Karlos Gil y Belén
Zahera, y la obra (de éxito también
en La Casa Encendida) de Kiko Pérez
donde la gestualidad de la mano nos lleva a unas preciosas esculturas donde la presencia
del espectador ocupa el lugar (la ausencia) del artista.
En definitiva, una exposición
indispensable para trazar los nexos del arte joven madrileño, para comprobar cómo
el ejercicio comunal exortiza las impotencias del arte, para sumarse a lo
tribal, a los poderes orgiásticos del arte, para testificar como el arte, en su
silencio y en su incomprensión, en su mercadotecnia y su supuesto glamur, sigue
profetizando la ocupación de ámbitos mundanos, el usufructo y derrumbe de ahí
por donde pasa.
El arte surge en el silencio del hogar, en las paredes de una casa, pero todo se queda ahí: lo demás es rasgar esos muros, dinamitarlos en el canibalismo de una tribu que sabe de sus buenos gustos.
El arte surge en el silencio del hogar, en las paredes de una casa, pero todo se queda ahí: lo demás es rasgar esos muros, dinamitarlos en el canibalismo de una tribu que sabe de sus buenos gustos.
Enhorabuena por el artículo y por la exposición... sin necesidad de decir algo interesante y con la de adherirse a tan buenas iniciativas, gracias!
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