miércoles, 20 de febrero de 2013

SAURA: ALGO MÁS QUE DIVERTIMENTOS

 
ANTONIO SAURA: MONTAJES
GALERÍA LA CAJA NEGRA: hasta 26/02/13

 Hay exposiciones que te enseñan más de lo que, a simple vista, muestran. Exposiciones que se engarzan a un determinado nivel de análisis y que iluminan partes ocultas, ámbitos que se han preferido dejar invisibles, cortocircuitándolos con alguna narración que, traída por los pelos, llena por completo el espectro de lo real.

Este tipo de narraciones totémicas, narraciones que surgen para estructurar funcionalmente el presente desde el momento de su propia génesis, suelen valerse de todo tipo de recursos ideológicos, de soflamas archipopulistas que, ganando la mano a “lo que todo el mundo quiere oír”, se coloca como caballo ganador de las necesidad vitales de una sociedad.

Ahora que en este país vamos de revisionismo en revisionismo, que vamos como con un cohete en el culo queriendo tapar a toda velocidad los agujeros que ha dejado tras de sí políticas torticeras de desmemoria colectiva, que parecemos colgados de una salvífica memoria social que venga a redimirnos de la patética situación en la que actualmente nos encontramos, merece la pena, pensamos, tomar esta exposición de Antonio Saura como un ejercicio –el enésimo en los últimos tiempos- de revitalización de una memoria barrida por la necesidad de tirar pa´lante que siempre ha tenido este país. Las urgencias históricas, que se dice en el argot futbolístico.

Porque estas intervenciones de Saura en postales y pequeñas imágenes puede tomarse como un divertimento del pintor, como un descanso entre obras mayores, como un simpático escarceo con las corrientes conceptuales de la época. Una monería de genio y poco más. Pero la cuestión excede por mucho los límites autoimpuestos de una biografía más o menos recurrente para darse de bruces con la calamitosa situación actual del arte contemporáneo patrio.


Y, además, si toda práctica artística debe ser reordenada y recontextualizada en sus sucesivos visionados, pensamos no estar muy confundidos si decimos que esta pequeña muestra de Saura en La Caja Negra nos brinda la oportunidad de comprobar el barrido al que nos vimos sometidos con la llegada, a finales de los 70, de la democracia.

Así, dicho de golpe, puede resultar extraño y hasta petulante ver en estos montajes la constatación de un fraude generacional pero, repetimos, si el arte debe ser capaz de ver lo invisible, no creemos estar equivocados.

Porque con esas ansías por declararnos modernos, con esa extraña pulsión a hacer de la novedad el rasgo distintivo que casaba perfectamente con el recién estrenado régimen político, fue tanto lo que se forzó a olvidar, tanto lo que nos vimos en la necesidad de desechar para no ser tildados de dios sabe qué, tantas piedras de molino hubo con las que comulgar, que bien puede decirse que de aquellos barros estos lodos.

Lo que queremos destacar es que, al hilo de esta pequeña exposición, al hilo de estos montajes fotográficos de Saura realizados desde 1956 a 1970, bien puede constatarse que el punto y aparte con el que se quiso interpretar la muerte del dictador no fue más que una ficción que beneficiaba a un status quo que, subrepciamente amparado por un cegado entusiasmo, decretó la no pertinencia de prácticas artísticas que no tuviesen su legitimidad en la aparente ola refrescante que la democracia traía.

Vale que Saura no es en modo alguno representante de todo el arte conceptual que se desarrolló en España en los sesenta y principios de los ochenta, pero estos trabajos suyos dan fe de una preocupación estética que estaba ya totalmente anidada en las generaciones predemocráticas y que, de golpe y porrazo, se vieron salvajemente diluidas por las urgencias históricas del país.

De ahí a donde ahora estamos, un paso. Ese resituar el arte español en las esferas internacional a costa de una drenaje apolítico y tremendamente reaccionario, esa silenciar a aquellos que desde hacía una década se afanaban por hallar estrategias conceptuales con las que arrojar luz en un panorama desolador, no es más que la antesala del provincionalismo que caracteriza nuestra arte, la poca difusión en el extranjero de nuestros artistas, el recurrir a estrategias archirecurrentes y, en definitiva, verse día sí y día también sobrepasado por una situación que está siempre cerca de declararse en ruinas.

En fin, convengo en que quizá este ejercicio de mirar atrás a costa de lo aquí expuesto puede ser demasiado. Pero, cuando menos, puede delinearse unos procederes que distan mucho de ser el secarral invertebrado que se nos hace muchas veces creer.

También se nos dirá que el propio Saura se vio beneficiado en su momento también por políticas promocionales. Pero los males del pasado no debe impedirnos ver los efectos colaterales que toda obra puede suscitar sino, que más bien, deben ayudar a mirar críticamente el pasado y a construir el presente.

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