Sobre la performance de Deborah de
Robertis en el Museo d’Orsay de anteayer.
Por descontado que estamos en una
nueva era de las relaciones sociales. Una era donde la megalomanía democrática hace
que la noticia no sea sino el reguero de comentarios que la siguen y que la
catapultan a la consideración de acontecimiento. Así las cosas, la nueva poiesis no es sino la constatación
ferviente de la idiotez puesta en limpio. Cronos
ya no interseca con Aión: ahora el
acontecimiento tiene su Ereignis en una
plataforma que da cancha al pánfilo para que descargue (vomite incluso en algunos
casos) su opinión. Con todo, esto no es sino algo fabuloso: describe sin ningún sesgo doctrinal nuestro estado de parias
mentales, de narcotizados voyeurs esperando ver lo esperado. Incluso, estas líneas, este blog al completo, no es sino
un efecto concomitante de la capacidad del mediocre, yo mismo, por alzar su voz
cuando nadie nunca se la ha pedido.
Digo todo esto porque, gracias a nuestra
pantalla-mundo, a nuestra panosfera videocráitca, lo sobrecogedor llega a tener
lugar, no tanto, como decimos, en forma de hecho, sino de pliego de descargos,
de opiniones de los anónimos (esa gran turba que somos todos nosotros). Así, lo que debe de llamar a
la carcajada o la bunkerización en el hogar para no salir de ahí nunca jamás
es, en lo tocante a esta performance, la cantidad de peña que no se queda en
pensar lo irrelevante e indecoroso que resulta el arte actual sino que, según
una pulsión de escribiente muy a tener en cuenta, debe escribirlo y difundir su
opinión.
No obstante, desde aquí no queremos
echar por tierra a esa muchedumbre ávida de declarar, contra todo pronóstico
(pues si algo cabe pensar del arte es, sin duda, que ‘no interesa a nadie’) qué
es el arte. Más bien todo lo contrario, nos las queremos tomar muy en serio. Tan
enserio que al bueno de Thierry de Duve
le haría falta un opúsculo a su “Kant after
Duchamp” para referirse no ya a Duchamp
como aquel que transformó la pregunta clave de la autonomía estética (del
kantiano “esto es bello” al duchampiano “esto es arte”) sino a la capacidad de
los anónimos para irrumpir en el debate público y señalar qué es y qué no es, un
dos tres responda otra vez, el arte.
Huelga decir entonces que la
importancia al casi medio millar de comentarios que me he leído sin pestañear sobre
la artista Deborah de Robertis y su “polémica”
performance son el nuevo marco institucional para declarar “esto es arte”. Así,
por arte de birbibirloque, hemos caído del otro lado del espejo en relación a
nuestro marcado elitismo: la peña, ese gran nosotros
que no tiene otra cosa que hacer, que están profundamente desocupados, que
gozan de ocio, que, en definitiva, claman en el desierto cibernético sus
opiniones esperando sean leídas, son de veras los nuevos popes de la cosa artística,
aquellos que dictan sentencia desde sus hogares, oficinas, dispensarios,
locutorios, etc.
Y ahí estamos, dándolo todo: o se les
tiene en cuenta o no se les tiene en cuenta; pero, si –como se nos invita– la
ciberesfera era esto, lo cierto es
que la performance de Deborah de
Robertis no es arte por razones tales como que no hay que poseer especial
talento, que es exhibicionismo gratuito, que no es ‘bello’ y que (sí amigos, lo
he leído) ya desde el título hay una falsedad de origen pues el sexo femenino,
sin la ayuda de la semillita masculina, no es per se origen de nada.
En el lado opuesto, aquellos que
dictan que sí que es arte, la cosa no va demasiado más allá: que es molón ver
así un coñete de modo gratuito, y que (cómo no la vertiente ideológico-crítica)
desenmascara al burgués que se fascina y se enorgullece de llamar arte a un sexo
femenino más o menos bien pintado pero que, por el contrario, le hiere en la
sensibilidad ese mismo sexo pero en vivo y en directo.
Así las cosas, como creo puede
concretarse, nada de un lado y nada del otro. Una nada que, sin embargo, somos
capaces de reconvertir en efecto artístico dada nuestra bien probada habilidad
para la inversión ideológica. Porque, reconozco que a lo mejor es pedir mucho,
pero como la negatividad del arte hace que los efectos de toda obra de arte no
estén inscritos de antemano en sus causas aparentes …¿no puede ser entendida la
performance como la constatación de lo patético que es dar la voz a la turba de
anónimos que somos todos nosotros?, ¿no
puede ser la prueba de que el arte escapa y escapará a toda definición y que su
razón de ser es abrir el melón de lo posible/imposible a una tercera vía? O,
casi mejor: ¿no es el arte el dispositivo capaz de perpetrar la hazaña de
comprobar cómo decir lo uno (es arte) como lo otro (no es arte) no está sujeto
sino a un juego ideológico imposible de desmantelar?
Los mass media, aquellos donde en
última instancia recae la posibilidad de diálogo, no escatiman fuerzas para que
los anónimos se alisten, de modo voluntario, a una de las dos facciones: la de
los unos o las de los otros. Solo que, en la inversión ideológica, tanto da
como da lo mismo. No sin cierta gracia, la propia Deborah de Robertis ha titulado su performance como “Espejo del origen”. Y es que lo de menos
es la propia pregunta acerca de si es o no arte; lo importante es destacar que
la obra se instala como doblez especular y real de un juego de espejos (el de
la obra de Courbet) que logra que el
espectro de lo social, la esfera pública, se refleje ella también en un entramado
sociopolítico que no hace sino ocultar lo fundamental: que lo importante no es
de qué lado se está sino la diferencia-cero desde la que emerge la fractura
social.
La cosa por tanto tiene más enjundia
de la que se piensa: el despelote de la artista, al entrar en mediación
ideológica con su doble especular (al tiempo que no puede por menos que devenir
espectáculo medial), hace surgir la necesidad ideológica de adscribirnos a un
bando, de tomar la palabra o pedirla. No hay, así, sociedad-cero, no hay
sociedad democrática sin una decantación, sin un uno que dice y otro que no-dice. Es decir: la joven despatarrada
significa que todo poder decir descansa en la usurpación que se le hace a otro
de su propia palabra.
El arte, aun no sabiendo nunca qué es,
habita en el entre de aquello que es “arte” y aquello otro que no es arte. Y es
en ese ínterin donde el arte dinamita la pantalla pero no para ver lo Real sino
para comprobar como toda diferencia (todo decantarse por un lado u otro) no es
sino simbólica. Dicho de otra manera: la lucha por la hegemonía no está
orientada a imponer una visión particular de la realidad sino a decidir cómo
cada una de las diferencias sociales específicas determinan el sesgo de la
diferencia-cero. Es decir: la ideología hegemónica decide cómo queda recortado
el espacio de totalidad de la diferencia-cero. La oposición es siempre
simbólica, no real.
Así, la performance da cuenta del
arte como significante vacío que, después de servir como terreno común neutral,
despliega a su alrededor un conjunto de antagonismos que gravitan en torno a
él. Descubrir y mostrar, por tanto, que tales antagonismos son siempre
aparentes y simbólicos, efectos de una ideología que se afana en distribuir ‘síes’
y ‘noes’ con el fin de maximizar beneficios: tal es la misión mediática del
arte y que, de por sí, permanece siempre oculta a su propio acontecer. Porque,
y aún en el caso de que hayamos acertado con la interpretación, ¿no es este
mismo texto la constatación de que no se puede estar callado, que tenemos que
(donde sea y como sea) hablar, decirlo, escribirlo, sepamos de tal cesura donde habita el arte o no la sepamos?
En definitiva, si fuésemos mínimamente
consecuentes, de esta performance (no) hay que decir nada. Que no es lo mismo que (no) hay nada que decir….. Pero,
¿cómo decir que se sabe la interpretación correcta y, al tiempo, guardar
silencio sobre ella?, ¿cómo saber que tal silencio viene dado por un no querer
molestar al arte? Porque, ¿qué hablar es este, el mío, que ni dice que sí ni
dice que no, sino que señala la cesura del arte como su emplazamiento propio?,
¿no es tal decir un simulacro de decir, un decir que calla lo propio del decir?,
¿no es mejor para tal fin, no decir nada?
Estimado Sr.: acabo de leer con atención su pertinente artículo, al que solo encuentro un defecto: usted, lógicamente, toma en serio el asunto, es decir cae en la trampa. Cosas como estas, si se citan, mejor hacerlo haciendo otra broma, es decir reirse de ellas. Devolverles la "provocación" (¿?) con otra más "de-constructiva". OK
ResponderEliminarSi, puede ser, lo que pasa es que yo me tomo todo muy en serio, eso sí que es verdad. Siendo la broma, la chusquería y la economía del emoticono nuestro destino inminente, quizá encontrar seriedad donde aparentemente no la hay es ya un síntoma de resistencia.
ResponderEliminarLa ausencia de selección natural, la falta de gravedad y de cualquiera otra ley física, han permitido una sobre población de nuevos dioses y héroes mediáticos, que habitan en la democracia del social web, donde nada importa porque todo es permitido.
ResponderEliminarjhafis
Como dice el iluminado de Fernando Castro Florez, el artista tiene que vivir de su arte, pues el lo hace. Utilizando todos los medios a su alcance para conseguir este propósito.
ResponderEliminarRecuerdo mis inicios en el mundo del arte, donde se decía que para poder vivir de este, tenías que prostituirte y "pasar por la piedra". Actualmente esto ha cambiado mucho, y hay unos mecanismos mucho más complicados, pero mira por donde, la tal Deborah de Robertis ha venido a poner otra vez las cosas en su sitio, utilizando el antiguo método para escalar en este complicado mundo y ganarse la vida con su sexo.
eso No es ARTE, es ABSURDO
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