GALERÍA MARTA CERVERA: 24/06/14-31/07/14
Suele decirse: la realidad, actualmente, remite a una imagen global que
cubre por completo el espectro de lo real; la famosa imagen-mundo, diríamos….
Pero nada más lejos de la verdad. La imagen, sea cual sea, es un dispositivo
que, de una u otra manera, lucha por salir a la superficie mediática, que tiene
sus polos de génesis y de distribución. Una imagen es, siempre, un constructo
social que sale a la luz solo después de una dura batalla –política, social y,
por ende, escópica– por llegar a ser tratada como tal. Es decir, no toda imagen
es una imagen. En este sentido, el primer triunfo de la ideología es hacernos
pensar que toda imagen lo es porque sí, porque está ya ahí.
La presenta exposición de Raha Raissnia en la galería Marta Cervera (la
segunda después de aquella titulada ‘Glean’ en el año 2011 –cuya crítica ya
hicimos aquí) alude, como es propio en ella, a la génesis de las imágenes, al
momento en el que las imágenes se mezclan produciendo otras imágenes, ahí donde
la imagen se fragmenta en temporalidad heterotópicas. Raha Raissnia opera con
imágenes precisamente para desenmascarar el bulo ideológico del régimen
escópico al que nos hemos referido: que toda imagen es ya, y desde siempre,
imagen.
La exposición se titula “Vioi”, vida en griego, y en tal título podemos
rastrear algunas de las intenciones que adivinamos en la artista. Por ejemplo que,
en la oposición dialéctica entre lo visual y lo visible, Raissnia siempre apoya
a lo visible. Y es que frente al ojo-máquina de reminiscencias vertovianas,
frente a la pasividad absoluta de un “yo” que se erige en dispositivo
mediático, la realidad vital nunca puede ser reducida a simple pasividad, a
simple registro fehaciente de lo dado, a pura pasividad. Siempre, la vida es
más: es aquello que lucha por elevarse a la superficie del medio, es eso que
acontece en las suturas, en los intervalos de tiempo con que se recosen las
imágenes para dar sensación de continuidad.
Quizá, en este sentido, todo el quehacer artístico de Raissnia vaya en la
onda de frente al todo-visual en que ha devenido la realidad, frente al cine
como continuum que invisibiliza esos puntos de sutura donde las imágenes se
engarzan, valorizar cómo se merece a la imagen, no ya como inmanencia pura sino
como construcción política, como decantación escópica. Y es que el cine abre el
mundo imponiéndose como técnica, como cálculo inexcusable que nos remite a una
destinación ya-dada, cerrada en las propias posibilidades de una técnica que
impone no una imagen del mundo sino un mundo como imagen.
El uso de los 35 mm remite,
pensamos, a una obsolescencia técnica que nos resitúa ahí donde, a pesar de la
ideología de la panavisión, no dejamos de estar inscritos: somos nosotros
quienes, como una tecnología más, en última instancia, creamos las imágenes,
quienes las hacemos emerger refiriéndolas a un “inconsciente óptico” que se ha
tornado ya en inconsciente maquínico. Pero una construcción tal no remite en
modo alguno a un campo topológico-libidinal plano sino que es siempre (somos
siempre) reconfigurados, redefinidos en relación a las necesidades escópicas
del propio sistema
En definitiva, Raha Raissnia nos
viene a decir que no seamos inocentes, que si bien ya hemos dado por acabado
aquello de la realidad bajo las apariencias, tampoco caigamos del otro lado del
trampantojo ideológico y creamos que las imágenes ya están aquí listas para
nosotros. Todo, en su emergencia, queda referido a procesos de visibilidad
políticos, a engranajes pulsionales, a tectónicas escópicas que –aunque queden
silenciadas por una técnica analógica capaz de hacer el milagro de hacernos creer que la vida es eso que vemos en nuestras pantallas–
es mucho más que eso: es eso más todo lo que le falta el tiempo que sutura las
imágenes, el empaste que hace que a una imagen le siga otra dando la apariencia
de una continuidad meramente aparente.
Es en las pinturas donde la artista
plasma el exceso que guarda toda imagen y que es imposible de registrar. Porque
en las pinturas se adivinan fotogramas de la película pero nunca de forma exacta
sino en desplazamiento y en complementariedad, estrategias éstas de recodificación
de film que acentúa el carácter siempre constructivo de las imágenes. Es decir,
es en la pintura (y de ahí su imposible muerte) donde mejor se comprende el
hecho de que cualquier imagen puede ser una imagen simple pero nunca puede ser
una simple imagen.
En definitiva, esta estupenda
exposición nos recuerda que no hay vida capaz de ser registrada en imágenes,
que lo que es vida es precisamente el exceso que aletea en la imagen, aquello
que lo vincula con la convierte en ex-céntrica de sí misma. La imagen nunca es
registro sino operador de diferencia.
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