BE VIRUS, MY FRIEND (CERTAMEN INÉDITOS)
LA CASA ENCENDIDA:30/05/14-07/09/14
Para un mundo en demolición como éste, incapaz siquiera de soñar con las ruinas con las que bien pudiera disfrutar, todo se trata de una carrera por ganar tiempo al tiempo, por fluir mejor y más rápido, por implosionar la realidad agujereándola en cuantos más simulacros mejor. La realidad se ha trocado en una esponjosidad multimedia donde un dispositivo dromótico genera imágenes a velocidad límite.
Así las cosas solo caben dos posibilidades: o esperar que la deglución sea total y terminemos siendo conejillos de indias conectados a la máquina libidinal capitalista construyendo una realidad a impulsos miméticos de orgasmos, o, por el contrario, hacerse con las mismas armas del capital y llevar la batalla a su mismo terreno. Así, y optando por esta última opción, de lo que se trataría sería de fluir más rápido, llegar antes que el capital a emplazamientos donde aún no ha implementado beneficio alguno, y, sobre todo, descarrilar la lógica libidinal del capital, esa fluídica expansiva que conquista mundos a golpes de ideología y control policial.
En este sentido, parodiando la frase aquella de Bruce Lee del ‘be water, my friend’, el Colectivo Catenaria (Marta Echaves Martín, Elena Fernández-Savater y Manuela Pedrón Nicolau) presenta en el actual Inéditos en La Casa Encendida la exposición “Be virus, my friend”. Es decir, la implementación fluídica capaz de construir (y al tiempo desnivelar) la realidad ya no tiene su metáfora preferida en el agua sino, más radical aún, en la virología. Expandirse no ya con la candidez y bisoñez del agua sino con la potencia subversiva y pandémica del virus. O lo que es lo mismo, frente a la modernidad líquida de Bauman como metáfora de nuestra cultura, el contagio vírico como estrategia de difusión crítica.
El virus funciona como metáfora desde donde señalar estrategias subversivas y disensuales encaminadas a hacer de la comunicación viral, del contagio de ideas y de la disolución total de la idea de autoría, dinámicas capaces de desajustar la precisión simulacionista del sistema. Como puede comprobarse, es de las nuevas formas relacionales auspiciadas por Internet (nuestro nuevo Deus sive natura) de donde han extraído las comisarias esa capacidad innata de la virología para provocar descalabros en la continuidad afectiva (y, desde luego, efectiva) de la realidad.
Así, la economía vírica puesta en juego remite a una iterabilidad mutante de acciones y procederes, a una repetición que desancle obra y autoría, acción y actor, y señale a la comunidad toda como corporación de agentes sociales y políticos, de mónadas insurgentes, de, como decía Brecht, productores (disruptores) de medios llamados a abrir el campo informacional a una alteridad siempre novedosa. Una viralidad, por tanto, como nueva dinámica social, como comunicación capaz de remultiplicar sus efectos sin necesidad de darse una ilación tradicional entre causa y efecto, entre acción y reacción.
Sin embargo, las dinámicas virales puestas en juego adolecen, desde nuestro punto de vista, de dos graves peligros. Y, esto, claro está, a pesar de que al arte ya solo cabe pedirle que funcione como laboratorio de ideas, valorándose más su potencia subversiva que su eficiente disenso. Pero, sea como fuere, a lo que me refiero es que es más que dudoso que en la hipercolonialización de mundos de vida a manos de estrategias enfatizadas en lograr consenso a cualquier precio, el mimetizarse con formas programáticas de control social -procurando que su potencia revierta la situación- tenga la más mínima capacidad de restitución y no vaya, incluso, a favor de corriente.
Uno de estos posibles peligros es reducir la obra a una simple implementación interactiva donde el espectador se inserte en la lógica vírica de cada obra justo ahí donde, a todas luces, el contagio no tiene efecto alguno: en la propia sala de exposiciones. Las comisarias, siendo conscientes de este problema, se curan en salud afirmando que evitan “las lógicas pseudoinclusivas de muchos proyectos de arte participativo”. Es decir, saben que su propuesta no puede quedarse en la tontuna de la interactividad, de los efluvios de la estética relacional más vacua, pero, sea como fuere, el peligro aletea en cada una de las obras.
El otro peligro es no conjugar de forma suficientemente dialéctica el hecho de que si en algo es experto el sistema es, precisamente, en invertir procesos, en revertir mecánicas de acoso y derribo. Así, para una ideología maquínica que en su sobreexposición como espectáculo hipermedial lo deglute todo, no es nada claro que el tratar de situarse del otro lado del espejo sea, efectivamente, eso: un tratar de deslabazar las coordenadas operacionales del poder libidinal del signo-mercancía y no una mera pose contestataria incapaz de hallar momento de emancipación alguno. Es decir, se corre el riego de que, para virus que necesitan del propio régimen espectacular para su emergencia, el sistema conozca la vacuna desde hace ya tiempo.
Pero, en todo caso, de lo que se trata no es de inferir un rotundo ‘no’ a la práctica viral como forma estética sino de hacer surgir las preguntas en el propio recorrido expositivo: ¿puede ser una exposición viral?, ¿tiene la estrategia viral capacidad para subvertir su génesis mediática?, ¿en qué condiciones el espectador puede funcionar como dispositivo vírico sin caer en la interactividad acrítica? Preguntas, todas ellas, que no hacen sino referirse al difuso emplazamiento crítico del arte.
Artistas: Iván Argote, Roger Bernat, Declinación Magnética, Paula Cueto, Núria Güell, Virginia Lázaro Villa, Isidro Lopez-Aparicio, Left Hand Rotation y Equipo de Educación del museo de arte contemporáneo de Rosario (Castagnino+macro) y Daniel Silvo.
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