sábado, 27 de agosto de 2016

ENTREVISTA CON PANIZO: “SOY UN CANTAMAÑANAS”


Llegamos a Ciudad Real con un calor asfixiante. El corazón de La Mancha. Es nombrar a don Quijote y Panizo salta: “estoy ya del quijote hasta las narices, todo tiene que tenerle de protagonista”. Dulcinea, el Toboso, Cervantes, etc. “Eso y los calatravos”. Lleva allí desde que se casó, hace cinco años. “Suelo trabajar en Madrid, con lo que voy y vengo a diario y, a parte de un cansancio ya endémico, no tengo ningún problema para ver todas las exposiciones”. Ahora lo lleva peor: no trabaja y hace que no pisa Madrid un par de meses. “El calor, que es muy malo hasta para ponerse en funcionamiento”.
Quedamos con él para hablar de su segundo libro “Escenografías del secreto: ideología y estética en la escena contemporánea”, en la editorial Manuscritos.  Nos confiesa que la primera parte del título la tenía clara. La segunda, sin embargo, iba  a ser “ideología y estética en el siglo XXI”. En último momento pensó que el siglo XXI iba a ser my largo y que la palabra “contemporaneidad” tenía matices muy importantes. ¿Quién es contemporáneo?, ¿qué es ser contemporáneo? Siempre se necesita de un desfase, de una inactualidad. “Dice Agamben que una singular relación con el propio tiempo”, apunta Panizo. Percibir ese tiempo que queda oculto ente las bisagras del propio tiempo. Porque esa, añade, debe ser la tarea de la escritura: rozar el tiempo mientras se nos escabulle de las manos.

¿Cómo surgió la idea de este libro?

De la manera más insospechada. Tengo en mi casa montones y montones de textos, reseñas y ensayos sacadas de internet. Un día pensé que tenía que digerirlos poco a poco, hacer un resumen de todos ellos, una leída completa por lo menos. Cogí el primero y de ahí no pase. Era un texto sobre el secreto, de Paco Vidarte, profesor en la UNED. Derrida y todo lo demás. El texto quedó ahí. Luego buscando información sobre la escritura en Rancière y Derrida topé con el cuento La carta perdida de Poe. Si a eso sumamos mi interés ya en el libro anterior por la crítica a la crítica ideológica, el resultado estaba claro. Fui entonces escribiendo algunas críticas basándome en tales conceptos. Un poco más tarde traté de presentarme a un congreso en Granada sobre Rancière (iba a venir él en persona) y escribí un texto ya más profundo sobre la escritura, Poe, etc. Me seleccionaron pero al final, entre el trabajo y que me entró el miedo escénico, no fui. Pero ese texto fue capital para ya ir teniendo una idea clara. Solo me quedaba ensamblar bien las partes y darle una estructura final. Luego, claro está, buscar editorial. Entre una cosa y otra, tres años. Por otra parte está claro que la propia reflexión y escritura te va poniendo en un camino u otro.

Parece cosa fácil pero imagino que mucho tiempo…

El tiempo es mi gran hándicap y con lo que juego constantemente. Afortunadamente –o no– mis trabajos no suelen duran más de dos años. Trabajo de programador informático y, después de cada proyecto, suelen echarnos a todos a la calle. O por lo menos a mí. Tengo luego seis meses de paro que aprovecho al máximo. En esta ocasión así fue: dediqué esos meses a leer sobre ideología. Claro que no es todo tan bucólico ni tan claro: cuando tengo trabajo pienso que debería estar escribiendo, y cuando escribo pienso que debería de estar trabajando. Total, que vivo en una constante esquizofrenia algo depresiva.

Porque vivir de esto…

No, imposible. No niego que como idea regulativa (si se me entiende) está siempre presente. Hacer esto para ver si así, hacer lo otro para ver si tal o cual. Pero funciona solo como reclamo. Además, confieso que tampoco he dado los pasos más indicados. Ahora mismo colaboro con algún medio digital –Exit-express, Arte10, El Estado Mental–. Pero para poder sostenerme solo de esto debería implicarme en más proyectos para los que, ciertamente, no valgo.  

Repites mucho la palabra “escribir”. ¿Escribir y no más bien hacer crítica de arte?, ¿hay diferencia entre una cosa y la otra?

Sí, cada vez lo tengo más claro. Se trata de escribir, de escritura. La crítica de arte antes que nada es un ejercicio de escritura. Se diferencian en el sentido de que una está subsumida dentro de la otra. No hay crítica que no sea una escritura en el sentido más filosófico y profético de la palabra. En este sentido, me remito al texto de María Virginia Jaua al final del libro de textos de Brea El cristal se venga: escribir-mañana, escribir-máquina. La obra de arte no se acaba ni se cierra nunca y eso antes que nada debe de cumplirse en la escritura: apelar a un porvenir desde el que estamos escribiendo. Escritura como carta que nos enviamos a quienes ya “somos” en el futuro. Dejar un testimonio. Se piensa siempre linealmente: pasado, presente, futuro. Pero la crítica antes que cualquier otra cosa ha de trastornar ese tiempo. Sólo así puede tratar de ser fiel a la obra de arte.
Ahí creo yo gravitan todo el nudo de problema que asolan a la crítica. ¿En qué completa el texto a la obra? Ciertamente que en nada, pero es cómo si dijésemos una prueba de su resistencia al futuro. Si una obra de arte no cuenta con su correspondiente crítica, la obra no ha sido probada en todo su potencial. Nada es definitivo, claro. Está el espectador, el comisario, el coleccionista, etc. Toda una urdimbre de relaciones que dan a la obra su tono epocal. Pero el texto recosido a las comisuras de la obra funciona como diapasón con el que la obra se escuchará en un futuro, en un futuro que claro está empieza hoy.
Llevar esto a la práctica es difícil. Yo mismo, por ejemplo, no lo cumplo. Porque crítica de arte no es entonces –de hecho nunca lo ha sido, es un equívoco que recorre a la propia disciplina- una valoración de un “elegido”, no es una reseña periodística. No lo son tampoco la mayoría de las entradas en mi blog. Crítica de arte remite al ensayo como forma primordial. Mientras tanto –y como no podemos ni escribir ni leer un ensayo todos los días- lo que mejor podemos hacer es dar pinceladas, hacer como si, dar pistas.

Este tío se explica que da gusto...

En este sentido, ¿por qué escribir crítica de arte y no otra cosa?

A esto no tengo respuesta. No lo sé. Un cúmulo de circunstancias de las que no se puede sacar nada en claro. Es una labor que yo mismo me he asignado y con la que llevo enfrascado ya ocho años. Porque escribo antes que nada para mí, este es mi mayor “defecto” pero lo único que me hace no dejarlo. Es más, creo que es en esa dialéctica extraña entre lo que uno desea escribir y lo que debe escribir –entre escribir para uno mismo y escribir para los demás– donde está la tensión necesaria. Desearía, como no, ser más leído –y todo lo que ello conlleva– pero al mismo tiempo no renuncio a textos largos y complicados que de antemano sé que por el rumbo inmediato que ha tomado la red no van a ser leídos por (casi) nadie.

Pero, ¿algún momento, algún origen?

No, sería necesario referirme a mi periplo. De joven leía mucho –o eso al menos pensaba– y eso me hizo llegar a la filosofía. Si uno lee a Proust le remiten a Bergson y a su vez a Deleuze, por poner un ejemplo. Lo que no es común, creo, es realizar todo ese movimiento. A veces lo hacía, a veces no. Por aquel entonces estudiaba Matemáticas en la Autónoma de Madrid. Logré terminar la carrera pero fueron años horrendos. Sin embargo, como había que hacer asignatura de libre configuración, ensayé a ver qué tal me iba estudiar algo de filosofía. Allí me topé con Fernando Castro y vi algo totalmente nuevo. Sin tener mucha idea de arte, la tesis que uno maneja es la del “eso lo hace mi hijo”, no sé si me explico. A mí me resultaba un poco chocante que eso fuese así, que hubiese gente, artistas, a quienes se les permitía hacer lo que quisiesen. Debía de haber una lógica detrás. Ver a Castro hablando una hora sobre Malevich, Friedrich y de cómo alguien dijo que era como si te rasgasen los ojos –recuerdo pinceladas de clases sueltas– me hizo ver que el arte era algo muy serio, algo que había que estudiar muy a fondo pero que merecía la pena. Quizá todo venga de ese momento. Porque después estudié filosofía en la UNED y lo tenía muy claro: filosofía del arte, estética. También fueron muy importantes las clases de otro profesor de la UAM, Esteban Enguita: me sometió, literalmente, a una sobredosis de Heidegger en toda regla. Después de eso es difícil seguir siendo el mismo.
Cuando acabé filosofía yo ya estaba trabajando en el mundo de la informática así lo que se me ocurrió fue abrir un blog –estamos hablando del año 2009– para escribir críticas de arte. Tenía claro –ahora no tanto– que aquello era un pequeño hobby, que en pocos años llegaba a escribir en el cultural del ABC o lo dejaría por mediocridad mía. Filosofía, arte y escritura: sí, puede que sea ahí donde me sitúo.

¿Escribir de arte?, ¿de buenas a primeras?

Bueno, el escribir no era nuevo para mí. Era una vocación que ya llevaba cultivando. Dejé a medias dos novelas, terminé una y un libro de poemas. Debe ser todo muy malo porque está guardado en el cajón y de ahí creo que no saldrá. Pero sin duda que para por lo menos una estructura, un saber qué decir y cómo decirlo sí me dio. 

Volvamos al libro. ¿Existe continuidad entre este y el anterior de Rancière?

Desde luego. La continuidad la encuentro en lo que para mí es el principal interés: la crítica de la ideología. En Rancière –y en otros muchos– se dan los fundamentos de porqué la clásica crítica a la ideología ya es inviable. En este sentido, una necesidad imperiosa del arte –y en tanto que no lo cumple, de la crítica– es mostrar cómo esa crítica es ya impotente. En este sentido, este segundo libro es una puesta en práctica de qué crítica es ahora necesaria. Por eso he querido hacer un libro que, al tiempo que muy teórico, tocase tierra en algunas exposiciones y obras de arte. Y por eso tiene esa estructura. Primero, la ideología, en qué fase de ella estamos; segundo, un ejemplo práctico en la escritura y en el cuento de Poe; y tercero el propio arte, cómo aplicar esa crítica a la crítica ideológica al propio arte.
Llevar a cabo esto es difícil: el propio mundo del capital ha cerrado ya toda vía de escape. Por eso, eso que he dicho anteriormente de la crítica de arte es ahora si cabe más importante subrayarlo: nada queda a la vista, dar al espectador aquello que viene a buscar no es arte, poner en solfa al sistema tampoco es arte. Porque es inútil, porque su finalidad está ahí mismo, a la vuelta de la esquina. Es necesario enarbolar un muy potente pensamiento negativo, donde la contradicción no encuentre nunca fin. El tema es que no es nunca esto ni lo contrario, sino la fractura que media entre ambos. Es por ahí por donde nos podemos ir fugando, poco  a poco, manteniendo al menos la cuestión con vida, aleteando en nuestras vidas.

Pero, ¿eso es arte?, ¿en eso ha quedado el arte? Entiendo que en ese batiburrillo de antinomias y paradojas que construye el arte el espectador está dejado de lado. Es muy difícil entender nada.

No sé qué es difícil y qué es fácil. Fantaseo muchas veces con que no somos nosotros quienes pensamos sobre arte sino que es el arte quien nos piensa, quien permite que nos introduzcamos en su dialéctica o no. No creo que se trate de un elitismo ni de nada parecido. El arte tiene sus secretos –nunca mejor dicho– y de por sí no coinciden con los del capital. Señalar la diferencia entre un secreto y otro, como uno es el inverso del otro, requiere un esfuerzo, a veces mucho esfuerzo. Pero no creo que tengamos que rebajar ni la importancia de este hecho ni la capacidad del espectador. Ni, por cierto, dejar de señalar que el capital lo hace estupendamente bien.
En todo caso la capacidad e importancia del arte es que es de los pocos ámbitos, por no decir el único, capaz de llevar a cabo una crítica a la crítica ideológica. Y lo es, antes que nada, porque ha de dejar su finalidad y su sentido en suspenso e, incluso, mostrar su impotencia. Sostener esa (im)potencia del arte requiere abandonar posiciones ya sabidas y atrincheradas, abandonar la cándida inocencia. Supone un cierto esfuerzo, sí.

Adorno sobrevuela entonces mucho por este libro.

Sin duda alguna. Aunque sin ser muy citado. Es solo que considero que es ahí donde tenemos que situarnos, en la senda de su dialéctica. Por lo menos siendo muy cucos y reflexionar siempre, si es posible, un poco más, un peldaño más. En estos últimos treinta años el mundo del capital y del espectáculo se han perfeccionado optimizando sus resultados. La industria cultural se ha convertido en dispositivo ideológico de máxima potencia. La técnica, por su parte, cumple más su papel condenatorio que expiatorio. El panorama es desolador. Atreverse a pensar las condiciones del arte en la actualidad creo que es situarse en Adorno y realizar cuantos movimientos dialécticos sean necesarios para eludir –mínimamente– el poder ideológico o mostrar como no hay manera de eludirlo.

...aunque en el fondo está totalmente desorientado (esto era en la Bienal de Lyon)

Aludes también mucho desde el principio al nihilismo. Explícanos esto brevemente.  

Para mi funciona como perfecta interpretación de nuestra época. Es el fondo de contraste contra el que toda reflexión debe de enfrentarse. La superación del nihilismo y la muerte del arte operan de manera parecida: ni se supera nunca el nihilismo, ni el arte muere nunca. Son solo matrices comprensivas, grandes ficciones desde donde poder elevar el pensamiento. Superar el nihilismo, digo en el libro, sería hacer implosionar la escena: no es que en la escena no haya nada, sino que no haya nada de escena. Vagamos intentándolo y, con semejante misión, obvio que el fracaso sea nuestro destino. Somos, como dice Brea, habitantes de las postrimerías: pero eso, lejos de dejarnos en una posición de inanición nos debe de dar pie a atrevernos a pensar más y mejor. Al menos cada vez tenemos más razones para hacerlo: la vida que nos están dejando está archiprogramada en su insustancialidad.

Por último, las críticas de exposiciones y de artistas que hay en el libro. Cuéntanos un poco.

Unas son de renombre internacional y otras son reducidas solo a la escena española y, si se apura, madrileña. Principalmente –en mi blog- escribo sobre exposiciones en Madrid, por lo que lo local tiene su presencia. En todo caso, está, Paul McCarthy, Isaac Julien, Wilfredo Prieto, Santiago Sierra, Karmelo Bermejo. Solo pongo mal una exposición y además de un artista digamos mediano. He de decir que, no sé si bien hecho o mal hecho, lo pensé mucho. Porque poner mal a McCarthy o a un artista instalado en la gloria es muy fácil. Pero no sé, en un libro, dejarlo ahí para los restos, se me hacía un poco soberbio. Una crítica vale, pero un libro…No es que vaya a ser muy leído, pero en fin. Al final lo incluí porque la exposición daba en el clavo de todos los tics que hacen del arte algo sin potencia ninguna.
Cierro con una nueva redacción de la crítica que hice a una obra de Bermejo que, por cierto, ha sido todo un éxito en el Manifiesta de Zurich. Doy las claves de porqué el arte debería de ir por ahí. Es decir: me mojo.

A colación de las malas críticas, ¿es este un problema para ti?

Algo que me sorprendía mucho antes de empezar a escribir era que todo el mundo decía que el arte no valía nada pero, sin embargo, era muy difícil encontrar una mala crítica de algo concreto. Estoy sigue pasando pero hay una explicación muy lógica. Y, antes que nada, ¡sí hay críticas que ponen mal al artista o la obra! Pero dejando esto de lado, el hecho de que sí que las hay, lo cierto es que para mí, y no creo decir una barbaridad, hay dos niveles: la exposición institucional de un artista ya consolidado y la exposición en una galería de un artista en camino. Del segundo grupo, solo escribo mal si se trata de cuestiones que atañen al propio arte –no ya tanto de mi gusto personal-. No sé si me explico porque creo que esa diferencia debe de ser eliminada cada vez más. Pero en todo caso, pienso que por encima de cierta querencia hacia un tipo de arte u otro, sí que está la idea general de cuál es el destino del arte, a qué tiene que apuntar y por qué tiene que apostar. Si eso se tergiversa mucho si da cabida para una mala crítica.
En el caso de las exposiciones de más renombre hay más libertad. Claro que se puede caer en el otro polo, en la de ser el enésimo que pone mal tal o cual exposición. Luego hay cosas que hay que decir bien alto. Porque, seamos serios, tampoco es que la crítica de arte abunde mucho. Si nadie dice que obra de Darya von Bermer que estuvo hasta el mes pasado en Matadero era una birria –o que la exposición de Marina Nuñez en Alcalá 31 era, como poco, una cosa muy rara– pues mal vamos.

¿Te fijas en alguien en concreto? Es decir: que críticos te gustan.

Al principio, obviamente, que Fernando Castro. Luego descubrí a Miguel Ángel Hernández Navarro, a quien además estaré eternamente agradecido. Inmediatamente después llegué a Brea. Como se ve, empecé a escribir con un bagaje teórico casi nulo, deben de ser la inconsciencia de la juventud. También por todo el apoyo que me dio, conocí los textos de Andrés Isaac Santana y ahí descubrí que no hay que tener miedo a elevar el tono discursivo. Ahora mismo quien busco siempre es a Sergio Rubira, me parecen muy buenos e interesantes sus textos. Medidos hasta las comas –imagino que por el poco espacio que tiene– llega a decir siempre más de lo que está escrito. Cereceda a veces también le da, sin duda. Pero claro, el mundo del suplemento cultural, con esos textitos cada vez más pequeños….

Me lo has puesto en bandeja, ¿y en la red?, ¿ves a internet decididamente no solo como un nuevo medio sino como un medio capaz de cambiar la potencia de la crítica?

Dicen que sí… Por lo menos y por ahora es lo que nos queda: pensar que sí. Porque además no nos queda otra. Pero no sé: además de cambiar el modo de difusión poco más se ha hecho. En este punto, no tengo misericordia ni para mi mismo: soy uno de los entrometidos llamados a guarrear el ciberespacio sin proponer nada nuevo ni hacer valer el potencial de la tecnología. Cada vez lo tengo más claro. Además de facilitar el contacto y la información, internet debía de abogar por buscar otra escritura. Crearse un blog propio, escribir unos textos y publicarlos en FB es ser, como es mi caso, un cantamañanas. Así de claro.
Debía de apuntarse más lejos. ¿Cómo? No lo sé. Por lo menos escribiendo mejor, relacionando más. Ha cambiado la difusión, la reproducción, distribución, etc. La escritura ha de cambiar. Y cambiará. Todo requiere su tiempo. Quizá no lo veamos nosotros, quizá sea cuando llegue otra tecnología superior que internet será pensada en toda su potencia. Como el cine cuando llego la televisión. Solo espero que para entonces, rastreando entre ruinas, me tengan la misma consideración que la Nouvelle Vague tenía de Hitchcock: hacía un cine clásico, vale, pero en su cabeza se movía otra concepción de cine.

Para acabar, ¿qué planes tiene ahora?

Pues enlazando con la anterior respuesta, no tengo mucha idea. Lo que está claro que textos que no apunten a un nuevo emplazamiento para la escritura no deberían de hacerse. Por otra parte, escribo de arte, claro, de exposiciones, es imposible no estar pegado a veces a la actualidad. De hecho es necesario. Pero solo partir de ella. Es difícil explicarme. Vamos a ver que va saliendo. He escrito un par de cosas en los últimos meses sobre esto.
Por otra parte estoy con un trabajo sobre Brea, me he releído toda su bibliografía en este verano. Me gustaría que saliese algo. Pero en fin, ya se acabaron los seis meses de paro y estoy ya en búsqueda de otro trabajo. Seguiremos hasta donde podamos.

Nos guiña un ojo al tiempo que mira la hora en su móvil. Ya es la hora, parece decirnos. Tiene que ponerse a hacer la comida. “Hoy toca coliflor, me encanta”. Su mujer vendrá en breve y tiene que estar todo listo. Todo es cuestión de programarse y ser un poco asceta, añade. Es necesario. 

3 comentarios:

  1. estoy de acuerdo totalmente en varias cosas: en enarbolar un pensamiento totalmente negativo, en abandonar la inocencia y abrazar el esfuerzo, en la crítica de la crítica, y en la coliflor

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  2. Querido Anónimo, convenimos parece ser que en todo, hasta en la coliflor. Ahora toca lo difícil: llevarlo a cabo.

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