Llegamos a Ciudad Real con un calor
asfixiante. El corazón de La Mancha. Es nombrar a don Quijote y Panizo salta: “estoy ya del quijote
hasta las narices, todo tiene que tenerle de protagonista”. Dulcinea, el
Toboso, Cervantes, etc. “Eso y los
calatravos”. Lleva allí desde que se casó, hace cinco años. “Suelo trabajar en
Madrid, con lo que voy y vengo a diario y, a parte de un cansancio ya endémico,
no tengo ningún problema para ver todas las exposiciones”. Ahora lo lleva peor:
no trabaja y hace que no pisa Madrid un par de meses. “El calor, que es muy
malo hasta para ponerse en funcionamiento”.
Quedamos con él para hablar de su
segundo libro “Escenografías del secreto: ideología y estética en la escena
contemporánea”, en la editorial Manuscritos.
Nos confiesa que la primera parte del título la tenía clara. La segunda,
sin embargo, iba a ser “ideología y
estética en el siglo XXI”. En último momento pensó que el siglo XXI iba a ser
my largo y que la palabra “contemporaneidad” tenía matices muy importantes. ¿Quién
es contemporáneo?, ¿qué es ser contemporáneo? Siempre se necesita de un
desfase, de una inactualidad. “Dice Agamben
que una singular relación con el propio tiempo”, apunta Panizo. Percibir ese tiempo que queda oculto ente las bisagras del
propio tiempo. Porque esa, añade, debe ser la tarea de la escritura: rozar el
tiempo mientras se nos escabulle de las manos.
¿Cómo surgió la idea de este libro?
De la manera más insospechada. Tengo
en mi casa montones y montones de textos, reseñas y ensayos sacadas de
internet. Un día pensé que tenía que digerirlos poco a poco, hacer un resumen
de todos ellos, una leída completa por lo menos. Cogí el primero y de ahí no
pase. Era un texto sobre el secreto, de Paco
Vidarte, profesor en la UNED. Derrida
y todo lo demás. El texto quedó ahí. Luego buscando información sobre la
escritura en Rancière y Derrida topé con el cuento La carta perdida de Poe. Si a eso sumamos mi interés ya en el libro anterior por la
crítica a la crítica ideológica, el resultado estaba claro. Fui entonces escribiendo
algunas críticas basándome en tales conceptos. Un poco más tarde traté de
presentarme a un congreso en Granada sobre Rancière
(iba a venir él en persona) y escribí un texto ya más profundo sobre la
escritura, Poe, etc. Me
seleccionaron pero al final, entre el trabajo y que me entró el miedo escénico,
no fui. Pero ese texto fue capital para ya ir teniendo una idea clara. Solo me
quedaba ensamblar bien las partes y darle una estructura final. Luego, claro
está, buscar editorial. Entre una cosa y otra, tres años. Por otra parte está
claro que la propia reflexión y escritura te va poniendo en un camino u otro.
Parece cosa fácil pero imagino que
mucho tiempo…
El tiempo es mi gran hándicap y con lo
que juego constantemente. Afortunadamente –o no– mis trabajos no suelen duran
más de dos años. Trabajo de programador informático y, después de cada
proyecto, suelen echarnos a todos a la calle. O por lo menos a mí. Tengo luego
seis meses de paro que aprovecho al máximo. En esta ocasión así fue: dediqué
esos meses a leer sobre ideología. Claro que no es todo tan bucólico ni tan
claro: cuando tengo trabajo pienso que debería estar escribiendo, y cuando
escribo pienso que debería de estar trabajando. Total, que vivo en una constante
esquizofrenia algo depresiva.
Porque vivir de esto…
No, imposible. No niego que como idea
regulativa (si se me entiende) está siempre presente. Hacer esto para ver si
así, hacer lo otro para ver si tal o cual. Pero funciona solo como reclamo.
Además, confieso que tampoco he dado los pasos más indicados. Ahora mismo
colaboro con algún medio digital –Exit-express, Arte10, El Estado Mental–. Pero
para poder sostenerme solo de esto debería implicarme en más proyectos para los
que, ciertamente, no valgo.
Repites mucho la palabra “escribir”.
¿Escribir y no más bien hacer crítica de arte?, ¿hay diferencia entre una cosa
y la otra?
Sí, cada vez lo tengo más claro. Se
trata de escribir, de escritura. La crítica de arte antes que nada es un
ejercicio de escritura. Se diferencian en el sentido de que una está subsumida
dentro de la otra. No hay crítica que no sea una escritura en el sentido más
filosófico y profético de la palabra. En este sentido, me remito al texto de María Virginia Jaua al final del libro
de textos de Brea El cristal se venga: escribir-mañana,
escribir-máquina. La obra de arte no se acaba ni se cierra nunca y eso antes
que nada debe de cumplirse en la escritura: apelar a un porvenir desde el que
estamos escribiendo. Escritura como carta que nos enviamos a quienes ya “somos”
en el futuro. Dejar un testimonio. Se piensa siempre linealmente: pasado,
presente, futuro. Pero la crítica antes que cualquier otra cosa ha de
trastornar ese tiempo. Sólo así puede tratar de ser fiel a la obra de arte.
Ahí creo yo gravitan todo el nudo de
problema que asolan a la crítica. ¿En qué completa el texto a la obra?
Ciertamente que en nada, pero es cómo si dijésemos una prueba de su resistencia
al futuro. Si una obra de arte no cuenta con su correspondiente crítica, la
obra no ha sido probada en todo su potencial. Nada es definitivo, claro. Está
el espectador, el comisario, el coleccionista, etc. Toda una urdimbre de
relaciones que dan a la obra su tono epocal. Pero el texto recosido a las
comisuras de la obra funciona como diapasón con el que la obra se escuchará en
un futuro, en un futuro que claro está empieza hoy.
Llevar esto a la práctica es difícil.
Yo mismo, por ejemplo, no lo cumplo. Porque crítica de arte no es entonces –de
hecho nunca lo ha sido, es un equívoco que recorre a la propia disciplina- una
valoración de un “elegido”, no es una reseña periodística. No lo son tampoco la
mayoría de las entradas en mi blog. Crítica de arte remite al ensayo como forma
primordial. Mientras tanto –y como no podemos ni escribir ni leer un ensayo
todos los días- lo que mejor podemos hacer es dar pinceladas, hacer como si,
dar pistas.
Este tío se explica que da gusto... |
En este sentido, ¿por qué escribir
crítica de arte y no otra cosa?
A esto no tengo respuesta. No lo sé.
Un cúmulo de circunstancias de las que no se puede sacar nada en claro. Es una
labor que yo mismo me he asignado y con la que llevo enfrascado ya ocho años.
Porque escribo antes que nada para mí, este es mi mayor “defecto” pero lo único
que me hace no dejarlo. Es más, creo que es en esa dialéctica extraña entre lo
que uno desea escribir y lo que debe escribir –entre escribir para uno mismo y
escribir para los demás– donde está la tensión necesaria. Desearía, como no,
ser más leído –y todo lo que ello conlleva– pero al mismo tiempo no renuncio a
textos largos y complicados que de antemano sé que por el rumbo inmediato que
ha tomado la red no van a ser leídos por (casi) nadie.
Pero, ¿algún momento, algún origen?
No, sería necesario referirme a mi
periplo. De joven leía mucho –o eso al menos pensaba– y eso me hizo llegar a la
filosofía. Si uno lee a Proust le
remiten a Bergson y a su vez a Deleuze, por poner un ejemplo. Lo que
no es común, creo, es realizar todo ese movimiento. A veces lo hacía, a veces
no. Por aquel entonces estudiaba Matemáticas en la Autónoma de Madrid. Logré
terminar la carrera pero fueron años horrendos. Sin embargo, como había que
hacer asignatura de libre configuración, ensayé a ver qué tal me iba estudiar
algo de filosofía. Allí me topé con Fernando
Castro y vi algo totalmente nuevo. Sin tener mucha idea de arte, la tesis
que uno maneja es la del “eso lo hace mi hijo”, no sé si me explico. A mí me
resultaba un poco chocante que eso fuese así, que hubiese gente, artistas, a quienes
se les permitía hacer lo que quisiesen. Debía de haber una lógica detrás. Ver a
Castro hablando una hora sobre Malevich, Friedrich y de cómo alguien dijo que era como si te rasgasen los
ojos –recuerdo pinceladas de clases sueltas– me hizo ver que el arte era algo
muy serio, algo que había que estudiar muy a fondo pero que merecía la pena.
Quizá todo venga de ese momento. Porque después estudié filosofía en la UNED y
lo tenía muy claro: filosofía del arte, estética. También fueron muy
importantes las clases de otro profesor de la UAM, Esteban Enguita: me sometió, literalmente, a una sobredosis de Heidegger en toda regla. Después de eso
es difícil seguir siendo el mismo.
Cuando acabé filosofía yo ya estaba
trabajando en el mundo de la informática así lo que se me ocurrió fue abrir un
blog –estamos hablando del año 2009– para escribir críticas de arte. Tenía
claro –ahora no tanto– que aquello era un pequeño hobby, que en pocos años
llegaba a escribir en el cultural del ABC o lo dejaría por mediocridad mía. Filosofía,
arte y escritura: sí, puede que sea ahí donde me sitúo.
¿Escribir de arte?, ¿de buenas a
primeras?
Bueno, el escribir no era nuevo para
mí. Era una vocación que ya llevaba cultivando. Dejé a medias dos novelas,
terminé una y un libro de poemas. Debe ser todo muy malo porque está guardado
en el cajón y de ahí creo que no saldrá. Pero sin duda que para por lo menos
una estructura, un saber qué decir y cómo decirlo sí me dio.
Volvamos al libro. ¿Existe continuidad
entre este y el anterior de Rancière?
Desde luego. La continuidad la
encuentro en lo que para mí es el principal interés: la crítica de la
ideología. En Rancière –y en otros
muchos– se dan los fundamentos de porqué la clásica crítica a la ideología ya
es inviable. En este sentido, una necesidad imperiosa del arte –y en tanto que
no lo cumple, de la crítica– es mostrar cómo esa crítica es ya impotente. En
este sentido, este segundo libro es una puesta en práctica de qué crítica es
ahora necesaria. Por eso he querido hacer un libro que, al tiempo que muy
teórico, tocase tierra en algunas exposiciones y obras de arte. Y por eso tiene
esa estructura. Primero, la ideología, en qué fase de ella estamos; segundo, un
ejemplo práctico en la escritura y en el cuento de Poe; y tercero el propio arte, cómo aplicar esa crítica a la
crítica ideológica al propio arte.
Llevar a cabo esto es difícil: el
propio mundo del capital ha cerrado ya toda vía de escape. Por eso, eso que he
dicho anteriormente de la crítica de arte es ahora si cabe más importante subrayarlo:
nada queda a la vista, dar al espectador aquello que viene a buscar no es arte,
poner en solfa al sistema tampoco es arte. Porque es inútil, porque su
finalidad está ahí mismo, a la vuelta de la esquina. Es necesario enarbolar un
muy potente pensamiento negativo, donde la contradicción no encuentre nunca
fin. El tema es que no es nunca esto ni lo contrario, sino la fractura que
media entre ambos. Es por ahí por donde nos podemos ir fugando, poco a poco, manteniendo al menos la cuestión con
vida, aleteando en nuestras vidas.
Pero, ¿eso es arte?, ¿en eso ha
quedado el arte? Entiendo que en ese batiburrillo de antinomias y paradojas que
construye el arte el espectador está dejado de lado. Es muy difícil entender
nada.
No sé qué es difícil y qué es fácil.
Fantaseo muchas veces con que no somos nosotros quienes pensamos sobre arte
sino que es el arte quien nos piensa, quien permite que nos introduzcamos en su
dialéctica o no. No creo que se trate de un elitismo ni de nada parecido. El
arte tiene sus secretos –nunca mejor dicho– y de por sí no coinciden con los
del capital. Señalar la diferencia entre un secreto y otro, como uno es el inverso
del otro, requiere un esfuerzo, a veces mucho esfuerzo. Pero no creo que
tengamos que rebajar ni la importancia de este hecho ni la capacidad del
espectador. Ni, por cierto, dejar de señalar que el capital lo hace
estupendamente bien.
En todo caso la capacidad e
importancia del arte es que es de los pocos ámbitos, por no decir el único,
capaz de llevar a cabo una crítica a la crítica ideológica. Y lo es, antes que
nada, porque ha de dejar su finalidad y su sentido en suspenso e, incluso, mostrar
su impotencia. Sostener esa (im)potencia del arte requiere abandonar posiciones
ya sabidas y atrincheradas, abandonar la cándida inocencia. Supone un cierto
esfuerzo, sí.
Adorno sobrevuela entonces mucho por este
libro.
Sin duda alguna. Aunque sin ser muy
citado. Es solo que considero que es ahí donde tenemos que situarnos, en la
senda de su dialéctica. Por lo menos siendo muy cucos y reflexionar siempre, si
es posible, un poco más, un peldaño más. En estos últimos treinta años el mundo
del capital y del espectáculo se han perfeccionado optimizando sus resultados. La
industria cultural se ha convertido en dispositivo ideológico de máxima
potencia. La técnica, por su parte, cumple más su papel condenatorio que expiatorio.
El panorama es desolador. Atreverse a pensar las condiciones del arte en la
actualidad creo que es situarse en Adorno
y realizar cuantos movimientos dialécticos sean necesarios para eludir –mínimamente–
el poder ideológico o mostrar como no hay manera de eludirlo.
...aunque en el fondo está totalmente desorientado (esto era en la Bienal de Lyon) |
Aludes también mucho desde el
principio al nihilismo. Explícanos esto brevemente.
Para mi funciona como perfecta interpretación
de nuestra época. Es el fondo de contraste contra el que toda reflexión debe de
enfrentarse. La superación del nihilismo y la muerte del arte operan de manera
parecida: ni se supera nunca el nihilismo, ni el arte muere nunca. Son solo
matrices comprensivas, grandes ficciones desde donde poder elevar el
pensamiento. Superar el nihilismo, digo en el libro, sería hacer implosionar la
escena: no es que en la escena no haya nada, sino que no haya nada de escena. Vagamos intentándolo y,
con semejante misión, obvio que el fracaso sea nuestro destino. Somos, como
dice Brea, habitantes de las
postrimerías: pero eso, lejos de dejarnos en una posición de inanición nos debe
de dar pie a atrevernos a pensar más y mejor. Al menos cada vez tenemos más
razones para hacerlo: la vida que nos están dejando está archiprogramada en su
insustancialidad.
Por último, las críticas de
exposiciones y de artistas que hay en el libro. Cuéntanos un poco.
Unas son de renombre internacional y
otras son reducidas solo a la escena española y, si se apura, madrileña. Principalmente
–en mi blog- escribo sobre exposiciones en Madrid, por lo que lo local tiene su
presencia. En todo caso, está, Paul
McCarthy, Isaac Julien, Wilfredo Prieto, Santiago Sierra, Karmelo
Bermejo. Solo pongo mal una exposición y además de un artista digamos
mediano. He de decir que, no sé si bien hecho o mal hecho, lo pensé mucho. Porque
poner mal a McCarthy o a un artista
instalado en la gloria es muy fácil. Pero no sé, en un libro, dejarlo ahí para
los restos, se me hacía un poco soberbio. Una crítica vale, pero un libro…No es
que vaya a ser muy leído, pero en fin. Al final lo incluí porque la exposición
daba en el clavo de todos los tics que hacen del arte algo sin potencia ninguna.
Cierro con una nueva redacción de la
crítica que hice a una obra de Bermejo
que, por cierto, ha sido todo un éxito en el Manifiesta de Zurich. Doy las
claves de porqué el arte debería de ir por ahí. Es decir: me mojo.
A colación de las malas críticas, ¿es este
un problema para ti?
Algo que me sorprendía mucho antes de
empezar a escribir era que todo el mundo decía que el arte no valía nada pero,
sin embargo, era muy difícil encontrar una mala crítica de algo concreto. Estoy
sigue pasando pero hay una explicación muy lógica. Y, antes que nada, ¡sí hay
críticas que ponen mal al artista o la obra! Pero dejando esto de lado, el
hecho de que sí que las hay, lo cierto es que para mí, y no creo decir una
barbaridad, hay dos niveles: la exposición institucional de un artista ya
consolidado y la exposición en una galería de un artista en camino. Del segundo
grupo, solo escribo mal si se trata de cuestiones que atañen al propio arte –no
ya tanto de mi gusto personal-. No sé si me explico porque creo que esa
diferencia debe de ser eliminada cada vez más. Pero en todo caso, pienso que
por encima de cierta querencia hacia un tipo de arte u otro, sí que está la
idea general de cuál es el destino del arte, a qué tiene que apuntar y por qué
tiene que apostar. Si eso se tergiversa mucho si da cabida para una mala
crítica.
En el caso de las exposiciones de más
renombre hay más libertad. Claro que se puede caer en el otro polo, en la de
ser el enésimo que pone mal tal o cual exposición. Luego hay cosas que hay que
decir bien alto. Porque, seamos serios, tampoco es que la crítica de arte
abunde mucho. Si nadie dice que obra de Darya
von Bermer que estuvo hasta el mes pasado en Matadero era una birria –o que
la exposición de Marina Nuñez en Alcalá
31 era, como poco, una cosa muy rara– pues mal vamos.
¿Te fijas en alguien en concreto? Es
decir: que críticos te gustan.
Al principio, obviamente, que Fernando Castro. Luego descubrí a Miguel Ángel Hernández Navarro, a quien
además estaré eternamente agradecido. Inmediatamente después llegué a Brea. Como se ve, empecé a escribir con
un bagaje teórico casi nulo, deben de ser la inconsciencia de la juventud. También
por todo el apoyo que me dio, conocí los textos de Andrés Isaac Santana y ahí descubrí que no hay que tener miedo a
elevar el tono discursivo. Ahora mismo quien busco siempre es a Sergio Rubira, me parecen muy buenos e
interesantes sus textos. Medidos hasta las comas –imagino que por el poco
espacio que tiene– llega a decir siempre más de lo que está escrito. Cereceda a veces también le da, sin
duda. Pero claro, el mundo del suplemento cultural, con esos textitos cada vez
más pequeños….
Me lo has puesto en bandeja, ¿y en la
red?, ¿ves a internet decididamente no solo como un nuevo medio sino como un
medio capaz de cambiar la potencia de la crítica?
Dicen que sí… Por lo menos y por ahora
es lo que nos queda: pensar que sí. Porque además no nos queda otra. Pero no
sé: además de cambiar el modo de difusión poco más se ha hecho. En este punto,
no tengo misericordia ni para mi mismo: soy uno de los entrometidos llamados a
guarrear el ciberespacio sin proponer nada nuevo ni hacer valer el potencial de
la tecnología. Cada vez lo tengo más claro. Además de facilitar el contacto y
la información, internet debía de abogar por buscar otra escritura. Crearse un
blog propio, escribir unos textos y publicarlos en FB es ser, como es mi caso,
un cantamañanas. Así de claro.
Debía de apuntarse más lejos. ¿Cómo?
No lo sé. Por lo menos escribiendo mejor, relacionando más. Ha cambiado la
difusión, la reproducción, distribución, etc. La escritura ha de cambiar. Y cambiará.
Todo requiere su tiempo. Quizá no lo veamos nosotros, quizá sea cuando llegue otra
tecnología superior que internet será pensada en toda su potencia. Como el cine
cuando llego la televisión. Solo espero que para entonces, rastreando entre
ruinas, me tengan la misma consideración que la Nouvelle Vague tenía de Hitchcock:
hacía un cine clásico, vale, pero en su cabeza se movía otra concepción de
cine.
Para acabar, ¿qué planes tiene ahora?
Pues enlazando con la anterior respuesta,
no tengo mucha idea. Lo que está claro que textos que no apunten a un nuevo
emplazamiento para la escritura no deberían de hacerse. Por otra parte, escribo
de arte, claro, de exposiciones, es imposible no estar pegado a veces a la
actualidad. De hecho es necesario. Pero solo partir de ella. Es difícil
explicarme. Vamos a ver que va saliendo. He escrito un par de cosas en los
últimos meses sobre esto.
Por otra parte estoy con un trabajo sobre
Brea, me he releído toda su
bibliografía en este verano. Me gustaría que saliese algo. Pero en fin, ya se
acabaron los seis meses de paro y estoy ya en búsqueda de otro trabajo. Seguiremos
hasta donde podamos.
Nos guiña un ojo al tiempo que mira la
hora en su móvil. Ya es la hora, parece decirnos. Tiene que ponerse a hacer la
comida. “Hoy toca coliflor, me encanta”. Su mujer vendrá en breve y tiene que
estar todo listo. Todo es cuestión de programarse y ser un poco asceta, añade. Es
necesario.
estoy de acuerdo totalmente en varias cosas: en enarbolar un pensamiento totalmente negativo, en abandonar la inocencia y abrazar el esfuerzo, en la crítica de la crítica, y en la coliflor
ResponderEliminarAunque no es temporada
ResponderEliminarQuerido Anónimo, convenimos parece ser que en todo, hasta en la coliflor. Ahora toca lo difícil: llevarlo a cabo.
ResponderEliminar