ELENA BAJO: THROWING CAR PARTS FROM A CLIFF BEFORE
SUNRISE
GARCÍA GALERÍA: 15/09/16-12/11/16
Sin duda, es en el calificativo de
contemporáneo donde el arte se juega el todo por el todo. Y en parte pudiéramos
decir que es redundante: para un arte como el actual, que queda definido en
cada caso por el desplazamiento fronterizo que cada obra de arte provoca, la
referencia al tiempo actual en el que la obra imprime su sello es algo que va
de suyo. Pero al mismo tiempo, sometido bajo dos frentes –el de su inminente
ingreso pleno en la institucionalización y el de la narración de su acabamiento–
el adjetivo de contemporáneo es lo que le empuja a salir de sí mismo y
rebelarse ante estas dos tectónicas que amenazan con su disolución.
Contemporáneo sería entonces el arte que
se sabe hijo del tiempo presente, que lucha frente a estos dos destinos que
hemos señalado y que le asignan ya una máscara funeraria, pero que al mismo
tiempo –y como efecto de tal lucha– supera por elevación las condiciones
temporales de su propia producción. Contemporáneo sería el arte que nace en el
seno de la paradoja temporal, aquella que si por una parte lo esclaviza al
tiempo-ahora, por otra señala a un tiempo otro, un tiempo diferente.
Agamben, en su texto ¿Qué es lo contemporáneo? da todas las pistas. Tirando del hilo de
las Consideraciones intempestivas,
donde Nietzsche señala que “lo
contemporáneo es lo intempestivo”, el filósofo italiano concluye que “pertenece
verdaderamente a su tiempo, es verdaderamente contemporáneo aquel que no
coincide perfectamente con él ni se adecua a sus pretensiones y es por ello, en
este sentido, inactual; pero, justamente por esta razón, a través de este
desvío y este anacronismo, él es capaz, más que el resto, de percibir y aferrar
su tiempo”. Una vez dicho esto es fácil entender que la función primordial de
la crítica de arte no es ya valorar tal o cual obra de arte desde los
parámetros del gusto sino el entablar un diálogo con la obra capaz de sacar a
la luz sus diacronías, su capacidad para conjugar temporalidad diferentes y que
consigan arrojar luz sobre el tiempo presente.
Así las cosas, y en conclusión, no es
contemporáneo el arte por el hecho de ser producido en la actualidad, sino por
mediar con su propio tiempo una relación paradójica, disyuntiva y, por ende,
disensual. Y, también en conclusión, muy poco arte que goza del adjetivo de
contemporáneo es real y verdaderamente contemporáneo. A lo sumo es
contemporáneo en la acepción primera y un tanto descolorida de ser producido en
el tiempo actual, pero no en tanto que capacidad de relación de desconexión y
desfase con el presente.
Para asegurarse el merecimiento de ser
saludado como contemporáneo, el arte actual enfatiza dos estrategias: una,
reflexionar sobre la propia técnica, tradición e historia de alguna disciplina
artística, de modo que problematice su propio ejercicio actual; y dos, entretejer
con retazos de tiempos diferentes –y con Benjamin
como maestro de ceremonias– una historia hasta ahora invisible o inexistente
que muestre como nuestro tiempo presente no es más que el ejercicio dogmático
de la barbarie. No obstante, en la infinidad de productos artísticos que se
perpetran en la actualidad con el fin de dar carnaza a una industria que los
devora a buen ritmo, entre estas dos estrategias que se saben ganadoras a
priori pululan una infinidad de ejercicios estéticos para los que la etiqueta
de contemporáneo no es sino un apellido con el que engalanar orlas.
Esta reflexión, original solo hasta
cierto punto, me surge una vez hemos paseado por la actual Apertura de las
galerías madrileñas, donde hemos tenido ejemplos claros de lucha por la contemporaneidad
y otros donde por el contrario se percibe lo sintomático de una falta de
contemporaneidad en el arte. En parte es normal, pues arte capaz de cargar con
el sambenito de contemporáneo sin caer en el sonrojo es difícil y solo a la
altura de unos pocos. Pero por otra parte es fácil adivinar en el arte en
general una cada vez más difícil capacidad para imprimir al calificativo de
contemporáneo un impulso disruptivo con el panorama actual y que no se quede en
solo buenas intenciones.
Dicho todo esto, y centrando la mirada
dentro del evento que concita mayor atención dentro del arte contemporáneo
madrileño, quisiéramos detenernos en la exposición que más nos hizo pensar en
estas cosas, la de Elena Bajo en la García Galería, para plantear algunas
cosas. Ella parte de la más radical contemporaneidad: el hecho de que según algunos científicos estamos
incluso en otra era glacial debido a la impronta que está teniendo el plástico
en el medio ambiente –impronta que como señalan los geólogos hace que no sea
descabellado pensar en que queden fósiles plásticos como señal durante muchos
millones de años en el futuro. Es decir, Bajo
se planta en el aquí y ahora de nuestro tiempo y nos ofrece una obra con –supuestamente–
capacidad reflexiva y crítica con nuestro propio tiempo.
Pero, por otra lado, ¿qué impronta
intempestiva puede hallarse en estos cubos?, ¿qué tensión temporal anima el
efecto estético perseguido?, ¿qué dinámica inactual –inmemorial incluso– ofrecen
para denominarse contemporáneo? Y podría haberla: en ningún caso se trata de
preguntas retóricas. Un cubo o un lienzo, con la historia y tradición que cargan
dentro del arte, implosionado y hecho estallar –desfigurado, en suma, en
relación al que fuera su origen–, ¿no es ya una arqueología inversa?, ¿no es ya
una radiografía de lo arcaico desviado de su origen?, ¿no es un monumento a lo
más cercano que en el futuro estaremos de la forma primordial? Pero por otro
lado: ¿qué capacidad de acceso a un presente otro tienen estos cubos, qué
alteridad pronostican sino la que emana de una estetización en la denuncia
impotente de lo ya sabido –el hecho de que nos estemos cargando el planeta?
Lo que queremos poner sobre la mesa en
esta ocasión es que si la crítica de corte decimonónico, una crítica valorativa
y que haga pie en categorías como el genio, el gusto, la belleza, y una
retahíla bastante amplia de lugares comunes, ha de superarse es porque lo
fundamental del arte contemporáneo no está en que es arte sino en que es
contemporáneo: contemporáneo no en tanto que actual sino, todo lo contrario, como
mediación intempestiva con lo impensado de su propio presente, como relación
diacrónica con otras temporalidades.
En este sentido, si lo fundamental del
arte, lo que le hace merecedor del calificativo de buen arte, es su capacidad
para ser contemporáneo –capacidad que por otra parte está perdiendo debido a lo
poco crítico de su emplazamiento, su preponderancia a ser más catalogado como
arte que como contemporáneo–, de esta exposición de Elena Bajo podremos concluir que son obras de arte contemporáneo…
muy poco contemporáneas.
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