SARA RAMO: DESVELO Y TRAZA
MATADERO (ABIERTO X OBRAS): 24/05/14-31/08/14
Aunque nuestro destino sea el de la
espera infinita, lo cierto es que no estamos acostumbrados a esperar. A esperar
y, sobre todo, a la incertidumbre. O, mejor aún, a la decepción. Porque de eso,
de decepciones, está esta obra de Sara
Ramo (Madrid, 1975) cargada. Decepciones, entiéndaseme, en el mejor sentido
de la palabra. Y es que, atrincherados en la inmanencia del deseo implosivo, lo
queremos todo y, sobre todo, lo queremos ya. En este sentido, la ecuación para estos
tiempos de hipervisualización escópica es más que clara: queremos verlo todo y verlo
ya. No cabe otra opción.
Así entonces, no ver nada, tener que
esperar, dejar que el tiempo opere, tener incluso que buscar en nuestro interior
aquellas imágenes con las que poder referir cierta analogía, son todas ellas
operaciones que hoy en día nos suenan a chino. Porque hoy, construidas nuestras
subjetividades en la angustia que solo halla cierta tranquilidad en el zapeo compulsivo
de cada noche, esto del tener que dejar que la imagen surja de entre la
oscuridad, esto del tener que dejar a nuestra interioridad hacer emerger una
imagen redentora, es algo superado gracias a una técnica que hace que, por fin,
visión y deseo converjan en esa imagen-mundo profetizada por Heidegger y escudriñada foucaltianamente
por los Estudios Visuales desde hace décadas.
Es más: cuando la amnesia es el axioma
fundacional sobre el que se erige nuestra ideología escópica, tener que bucear
en nuestros recuerdos se nos antoja como un esfuerzo de otra época: cuando la
inmediatez no regía aún la economía libidinal y cuando aún restaban zonas de
invisibilidad.
Es en este sentido que la obra de Sara Ramo nos devuelve al momento en el
que la realidad no era todavía una imagen-toda sino un cierto cincelado de lo
visible con lo invisible, una cierta ecuación política que moldeaba la realidad
conquistando zonas de invisibilidad. De este modo, la artista madrileña nos
hace conscientes de ese proceso de percepción el cual hemos mimetizado hasta
interiorizarlo como una de las tecnologías del yo más precisas y que, desde
luego, nos construyen.
Así pues, la decepción, la incomodidad
incluso de tener que soportar un tiempo de espera para ver lo que ya seguro se
nos da de modo mediato, supone un reto para el cual, se mire por donde se mire,
no estamos ya acostumbrados. Devenidos puras máquinas escópicas, arrojados en
una pasividad existencial desde la que nos descubrimos fenomenológicamente como
un gran ojo-máquina, devolvernos a la caverna, ahí donde pensábamos no
volveríamos más, se nos antoja un ejercicio incómodo como pocos.
Una incomodidad que, por descontado, es
transformada en experiencia estética y, sobre todo, en incipiente modelo de resistencia
frente a la sobrecodificación escópica en la que nos movemos. Quizá suceda que
un primer ejercicio de fundamental resistencia sea aquel cifrado en una llamada
a nuestro interior, a sabernos reconocer por (y en) las imágenes de nuestro
interior. Solo así podrá mantenerse la pregunta fundacional: las imágenes, ¿nos
habitan o las habitamos?, ¿las poseemos o nos poseen?
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