GALERÍA MAISTERRAVALBUENA: hasta 31/03/12
La historia del arte bien puede comprenderse como una aventura en la superficie. Y es que el lienzo no es únicamente la materialidad física del soporte pictórico, sino que es el plano de significancia donde imagen y texto, significado y significante, símbolo y signo, han venido a converger en la articulación de un determinado sentido.
Pero si ese sentido quedaba amparado por la distancia estética precisa que relacionase ambas series en un quehacer artístico comprendido precisamente como la ejemplificación precisa de esa medida, las vanguardias fueron las primeras en vérselas con un lienzo, con una superficie, donde la mediación que comúnmente se daba entre los pares de conceptos quedaba cifrada precisamente en la anulación de tal medida. No se buscaba ya la mediación ética ni representacional, sino que es la dejación de toda finalidad, la anulación de toda vinculación, lo que quedaba articulado en la superficie.
Si nos ponemos estupendos y hacemos una historiografía básica, bien puede decirse que han sido tres, desde la Ilustración, los momentos esenciales en que se han venido en dar esa relación entre arte y superficie. Primero, durante el siglo XIX, hubo un progresiva desvinculación de las ficciones del arte de esa finalidad representacional y mimética en que parecía quedar amparado el arte, lo que redundó en nuevos temas y en una desjerarquización de escenas y asuntos. Una vez por tanto que en la superficie convergiese una multiplicidad de relaciones ya no medidas por una distancia siempre la misma (la que relaciona texto e imagen según la lógica de la representación), la superficie queda comprendida como un operador relacional donde los diferentes elementos se pueden conjugar en la superficie de modo diverso. Pero la ‘gracia’ está en que ese emerger en la superficie quedo remitido a un ‘querer ver’ debajo de las apariencias. A modo de ejemplo, el collague tan querido por la vanguardia no significaba otra cosa que una articulación diferente de esa pantalla-lienzo (burguesa y elitista) con la que poder traspasar los convencionalismos y arribar a la tan deseada emancipación. Ese quedar vinculado toda vanguardia a un proceder político, a la destinación común de una utopía, no tenía tras de sí otra ideología que no fuese ésta del querer desenmascara los procesos de separación en que pareciera quedar presa las subjetividades proletarias y alienadas: Malévich y el suprematismo, la teosofía de Mondrian, el futurismo revolucionario de la máquina y la velocidad, el surrealismo y ese primar las corrientes interiores de la consciencia en detrimento de esas otras lógicas bien articuladas de la razón. Represión, separación, alienación, etc: las vanguardias remiten a un querer operar en la superficie un juego perverso entre elementos que redundase en una combinación diferente.
El tercer momento vino de la mano de las postvanguardias: sabedores ya del fracaso vanguardista, de la creciente institucionalización del arte, el arte se comprende ahora como formalización precisa, como ejercicio de resistencia frente al capitalismo cultural que se afanaba en proceder combinaciones en la superficie mucho más atentas al flujo libidinal del ciudadano medio. Es decir: una vez se descubrió que nada había que alentar al otro lado de la pantalla, que todo era un señuelo lanzado por la propia maquinación capitalista, la lucha se jugaba –por primera vez en la historia del arte- en la propia superficie. Crear disrupciones en la lógica de las combinaciones, crear yuxtaposiciones, remitirse a la fragmentación, al apropiacionismo, hacer del simulacro y la copia el lugar fantasmagórico donde, como doble de la superficie-capital, diese pie a ‘malinterpretaciones’, a disfuncionalidades, etc.
La ley del espectáculo, posibilitada y acelerada por el poder maquínico del signo mercancía, iguala todo en una pantalla única donde la medida es la propia desmedida, donde la distancia es la eliminación de toda distancia. Que el arte posibilite en la pantalla-global una jugada que disloque la lógica del capital, esa es la misión para un arte que sabe que es en la pantalla donde todo queda referido, donde no hay más allá ni más acá, sino una pantalla-superficie donde toda combinación entre efecto y sentido, entre símbolo y signo, entre texto e imagen, es posible de ser jugada.
La artista portuguesa presenta en la Galería Maisterravalbuena su primera individual en nuestro país que, bajo el ambiguo nombre de Picasso, está formada por una reinterpretación –una más- de ese quehacer en la superficie en que, como hemos dicho más arriba, la práctica artística queda referida en sus aspectos más fundamentales.
Los ejes sobre los que se levanta el trabajo de Cardoso, y hacia donde dirige su trabajo de reinterpretación, queda cifrado en una yuxtaposición de materiales y texturas, en una dinámica de la matriz geométrica donde los diferentes elementos –‘encontrados’- se esconden bajo finas capas de pintura acrílica. Así entonces, Cardoso apela a una dialéctica de los materiales y a una restructuración de los elementos que conforman el espacio superficial-reticular para así, suponemos, dar una vuelta de tuerca más a –como dice la hojita de sala- recrear las preocupaciones estéticas del modernismo.
Y la verdad es que, después de todo esto, el ejercicio estético se queda en una ilación de conceptos y territorios bien trillados donde la apropiación, la reinterpretación, las apelaciones incluso al objet-trouvé, el titulo grandilocuente apelando al genio parisino, el querer remitirse a una historiografía de la modernidad en términos tan lineales y conservadores como pudiera ser el despliegue cubista de los elementos en la retícula-malla poco ponen en claro en relación a una intención clara de la artista que vaya un poco más lejos de lo ya consabido de lo artesanal de un proceso y la relectura de un momento fundamental en la historia del arte.
En definitiva, un proceder que da cuenta de una narración obtusa, lineal y nada polémica de lo que ha supuesto una relación entre arte y modernidad, confundiendo desde casi el principio la emancipación estética con una relación texto/imagen, signo/símbolo, condenada a una exploración de los límites materiales y físicos de cada práctica artística.
Que la confusión siga, que la narración no medie un ápice en rearticular el sentido de lo dado a ver, que, en pocas palabras, el arte siga jugándose en el terreno que más le conviene para no mojarse y seguir a sus anchas y bien seguro de su (trivial) actividad.
Si el arte no ha aprendido aún que nada hay detrás de las apariencias, que todo se juega en lo diáfano de la superficie, que no debe de existir nunca mediación consensuada entre elementos, lo cierto es que no hemos avanzado mucho en querer proponer al arte, de una vez por todas, como producción de sentido capaz de rearticular las distancias entere lo visto y lo no-visto, entre lo posible y lo imposible, entre el arte y el no-arte.
Buenas, acabo de descubrir tu blog, me gusta bastante....es muy interesante todo lo que compartes con nosotros....
ResponderEliminarPor eso, te sigo desde ya, y además he añadido tu URL a la lista de mis sitios favoritos en mi blog