FRIEZE ART FAIR: LONDRES, 14-17 OCTUBRE
(artículo publicado en Revista 'Claves de Arte':
http://www.revistaclavesdearte.com/mercado/20754/Frieze-Art-Fair-2010
Para empezar, y aunque no sea lo usual tratándose de una ‘crítica’ a una feria, algo que por esencia es insobornable a la labor crítica, una reflexión. ¿Es sólo casual que la bienvenida a la última edición de Venecia y a esta edición, la décima, de Frieze consistan, respectivamente, en unos espejos ‘destrozados’ por Pistolleto y en un espejo, de la artista Jeppe Hein, que devuelve una imagen alterada y temblorosa de la realidad circundante? Seguro que lo es, pero, como decía Groucho Marx “que casual que casualmente pasen tantas casualidades”. O lo que es lo mismo, ¿no es ello sintomántico de un arte que se debate entre la necesidad de ofrecen potencialidades renovadas para la creación de imaginarios colectivos y su más que paralizada capacidad para llevarlos a cabo prefiriendo permanecer al abrigo del glamour y dandismo que todavía sigue despertando?
Para mayor énfasis de lo que pareciera ser nuestra tesis, otra obra con el que iniciamos el recorrido, un bañista, esta vez de Elmgreen y Dragset, muestra a un muchacho paralizado en lo alto de un trampolín dubitativo si tirarse o no al agua. Y es que esa, y no otra, pareciera ser la actitud del arte contemporáneo en relación a las que debieran ser sus potencialidades.
Pero, no obstante, y poniéndonos ya en nuestro sitio, no es para menos: después del annus horribilis que supuso el 2008, después también del estancamiento generalizado del 2009, nadie deseaba que este año fuese el del paso atrás y del miedo generalizado. Así las cosas, y como querer es poder, parece que por fin el año 2010 es el del, al menos aparente, resurrección para un mercado del arte que tiene en Frieze una de sus citas claves. La tiranía de las cifras mandan sobre cualquier otra cosa y, tal y como parecen estar las cosas, no es tiempo para florituras. Mejor la seguridad que lanzarse al agua, mejor juguetear con la representación distorsionada que dejarse llevar por el destino de un arte que tiene en la verdadera alteración del régimen escópico una de sus claves actuales y nunca resueltas.
Sin embargo, y aún siendo esto lo básico y primordial para una feria, trazar unas líneas maestras de lo que se ha podido ver en Frieze este año e ir más lejos de la frialdad de unas cifras es algo que urge en beneficio, principalmente, del propio arte. No queremos subirnos en la ola del negativismo más banal y recurrente, pero que Damien Hirst haya sido el artista que ha copado las dos primeras posiciones en precios alcanzados con dos refritos de su ya más que dilatada carrera es algo que no por lógico debe de ser subrayado antes de ponernos manos a la obra.
6 millones de euros por una vitrina de viagras y 5.6 por otra de peces que, para más inri, aludía en el título a Bruce Nauman, enfatizan mejor que ningún tratado de estética contemporánea que el arte está aún muy lejos de dejar atrás la época de su cinismo más recalcitrante.
Retomando, ahora sí, nuestra tesis del miedo del propio arte (¿miedo a su destino?), lo que se ha podido ver en Frieze este año es que el mercado del arte, a la hora de atar en corto las cifras del, por otra parte, imposible desastre, ha preferido por agarrarse a lo archiconocido de unas estrategias resabidas y a la dictadura omnipotente del objeto.
Para empezar, y aunque no sea lo usual tratándose de una ‘crítica’ a una feria, algo que por esencia es insobornable a la labor crítica, una reflexión. ¿Es sólo casual que la bienvenida a la última edición de Venecia y a esta edición, la décima, de Frieze consistan, respectivamente, en unos espejos ‘destrozados’ por Pistolleto y en un espejo, de la artista Jeppe Hein, que devuelve una imagen alterada y temblorosa de la realidad circundante? Seguro que lo es, pero, como decía Groucho Marx “que casual que casualmente pasen tantas casualidades”. O lo que es lo mismo, ¿no es ello sintomántico de un arte que se debate entre la necesidad de ofrecen potencialidades renovadas para la creación de imaginarios colectivos y su más que paralizada capacidad para llevarlos a cabo prefiriendo permanecer al abrigo del glamour y dandismo que todavía sigue despertando?
Para mayor énfasis de lo que pareciera ser nuestra tesis, otra obra con el que iniciamos el recorrido, un bañista, esta vez de Elmgreen y Dragset, muestra a un muchacho paralizado en lo alto de un trampolín dubitativo si tirarse o no al agua. Y es que esa, y no otra, pareciera ser la actitud del arte contemporáneo en relación a las que debieran ser sus potencialidades.
Pero, no obstante, y poniéndonos ya en nuestro sitio, no es para menos: después del annus horribilis que supuso el 2008, después también del estancamiento generalizado del 2009, nadie deseaba que este año fuese el del paso atrás y del miedo generalizado. Así las cosas, y como querer es poder, parece que por fin el año 2010 es el del, al menos aparente, resurrección para un mercado del arte que tiene en Frieze una de sus citas claves. La tiranía de las cifras mandan sobre cualquier otra cosa y, tal y como parecen estar las cosas, no es tiempo para florituras. Mejor la seguridad que lanzarse al agua, mejor juguetear con la representación distorsionada que dejarse llevar por el destino de un arte que tiene en la verdadera alteración del régimen escópico una de sus claves actuales y nunca resueltas.
Sin embargo, y aún siendo esto lo básico y primordial para una feria, trazar unas líneas maestras de lo que se ha podido ver en Frieze este año e ir más lejos de la frialdad de unas cifras es algo que urge en beneficio, principalmente, del propio arte. No queremos subirnos en la ola del negativismo más banal y recurrente, pero que Damien Hirst haya sido el artista que ha copado las dos primeras posiciones en precios alcanzados con dos refritos de su ya más que dilatada carrera es algo que no por lógico debe de ser subrayado antes de ponernos manos a la obra.
6 millones de euros por una vitrina de viagras y 5.6 por otra de peces que, para más inri, aludía en el título a Bruce Nauman, enfatizan mejor que ningún tratado de estética contemporánea que el arte está aún muy lejos de dejar atrás la época de su cinismo más recalcitrante.
Retomando, ahora sí, nuestra tesis del miedo del propio arte (¿miedo a su destino?), lo que se ha podido ver en Frieze este año es que el mercado del arte, a la hora de atar en corto las cifras del, por otra parte, imposible desastre, ha preferido por agarrarse a lo archiconocido de unas estrategias resabidas y a la dictadura omnipotente del objeto.
Reinterpretaciones de la estética del la mercancía se han podido ver por toda la feria: desde la silla de “plástico”-porcelana de Sam Durand, hasta el mecano de un puente de Londres de Chris Burden, pasando por el biombo de Tim Burr, las muletas de Urs Fischer, la silla de montar de Nairy Baghramian, los mangos de bronce de Sudodh Gupta o la puerta de garaje de Andreas Slominsky. Con más gracia la bandera hecha de libras de Cuiquinha, las obras grotesco-abyecto de Erwin Wurn, y el destello esquizoide de la mercancía de la siempre presente Silvie Fleury, otra incomprensible superviviente. Mateo López con un cajón lleno de virutas y Alex Buldakov con archivadores destrozados dan la contundente réplica a un arte demasiado acomodado en sus coordenadas, mientras que A. Chernysev y A. Shulgin actualizan la banalidad en un móvil que se enrolla en sí mismo.
Arqueologías de la memoria están también presente en las vitrinas de Bojan Sarcevic, la fotografía de tazas de té de Stan Douglas, las ensoñaciones de la memoria de una formidable Ricarda Roggan, así como en un fotograma-collague del espléndido video ‘Out of projection’ de David Maljkovic. En ese mismo formato fotográfico Doug Aitken sorprende con una obra que juega con la ruina, mientras que Félix Gmelin combina fotografía y video para evocar la figura del padre en un work in progress que llega hasta Monet.
La escultura, al hilo de esa catalepsia en el mirar, tiene en lo amorfo a su mayor aliado. Berlinde de Bruyckere triunfa con un devastador ejemplo de su arte, aunque Rebecca Warren y Tony Cragg ejecutan a la perfección la devastación escultórica de cualquier atisbo de monumentalidad. David Adamo, Gedy Sibony, Kathinka Book o Jurgen Deschner combinan lo escultórico con la técnica del objet-trouvée de corte casi picassiano. Aunque el triunfo de lo matérico y lo objetual tiene su réplica en la delicadeza ingrávida de Alice Channer, en la artesanía laberíntica de Tomás Saraceno, en la desproporcionada sutileza de María Nepomuceno o en la levedad artesanal de Gabriel Orozco.
De entre los consagrados podríamos destacar, además del omnipresente Hirst, a Ana Mendieta, Tracy Emin y Rineka Dijsktra con unos videos de marca menor, a Dan Flavin y una de sus esculturas luminosas, a Thomas Demand, Jane & Louise Wilson y Tacita Dean haciendo apología del no-lugar y la memoria fragmentaria, unos dibujos de Raymond Pettibon así como diversas fotografías de Mapplethorpe. Además, Pipilotti Rist, Thomas Schutte, Ugo Rondinone, Paul McCarthy y Sophie Calle están también presentes con una obra característica de su producción.
Helga de Alvear y Juana de Aizpuru han sido las dos únicas galerías presentes y con obras la primera de Santiago Sierra y Ángela de la Cruz, y la segunda de Cristina Lucas, Alberto García Alix y Dora García dejan el pabellón patrio bien alto no desmereciendo en absoluto de otras propuestas.
Al margen de cualquier otra consideración, al margen también de cifras, obras excepcionales se han podido ver junto con otras que luchan entre la controversia y la nihilidad artística. De entre estas segundas cabría citar a Rob Pruitt y sus ‘retratos’ de Beuys, la desopilante carroza de Xavier Veilhan o la instalación disco-retro de Josephine Meckseper; el artista de herencia nigeriana Chris Ofili da la nota con un esqueleto negro dentro de una caja de embalaje mientras que David Shrigley opta por rodear a la galería con unas rejas con referencias a la violencia y la muerte con una puertecita por donde el visitante puede pasar.
Para terminar, a destacar el descaro pop de MadeIn, la gota de oro de Richard Westworth como la sublimidad de la forma-mercancía, las fotografías de la NASA de Thomas Struth, Kutlug Ateman en una de las pocas obras de video-arte que conjuga el medio con el mensaje, la habitación-instalación de Cao Fei, el arte incombustible de Claire Fontaine, o la contundente simpleza expositiva de Claire Harvey. Sobresaliente también el premio Cartier Award al artista Simon Fujiwara por su obra ‘Frozen’, una instalación site-specific que simula restos arqueológicos descubiertos bajo el suelo de la propia feria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario