MONTSERRAT SOTO: DATO PRIMITIVO 5. PINACOTECA
MUSEO DE CIUDAD REAL. CONVENTO DE
LA MERCED: hasta 31/08/16
La presente edición de Photoespaña
tiene parada este año –como maná caído del cielo– en Ciudad Real. Para una
ciudad cuyo presupuesto en cultura se va en la Semana Santa y en traer a Camela a la Feria –dicho esto sin
resquemor ninguno pues la pequeña ciudad da de sí lo que puede y seguro que
bastante bien lo hace– este evento merece, y aunque solo sea porque quien esto
escribe tiene la osadía, casi diría heroicidad, de residir en esta ciudad
manchega, una breve reseña.
Eso sí: la exposición queda referida inmediatamente al Quijote. En el IV
Centenario –recordemos, de la publicación de la segunda parte que, como El padrino, es la mejor– era algo
previsible. Pero es sin duda algo reiterativo, pesado y decepcionante que casi todo
alegato cultural en la comarca tenga que tener el sello y la impronta del gran
personaje cervantino. Dejémoslo en todo caso en un síntoma regional –la política
cultural de la zona necesita una red para poder volar– y entremos en más
detalles.
La exposición en cuestión es de Montserrat
Soto (Barcelona, 1961) y se titula Dato
primitivo 5. Pinacoteca. Formada por composiciones fotográficas de grandes
cuadros de los siglos XV al XVIII que cumpliesen la única condición de haber tenido, cuadro o pintor, algún contacto
con La Mancha –entran por ejemplo Velázquez,
Berruguete o El Greco–, el interés de la artista estriba en –con la distancia
estética acumulada en una mirada tan desinteresada como puede ser la propia de
un tiempo como el nuestro que va camino de convertir el libro en reliquia
arqueológica– hacer notar la presencia tan reiterativa como, según el parecer
de nuestra época, extraña del libro como motivo pictórico.
El libro, hoy destinado a mercancía a tener en cuenta en fechas tan
señaladas como san Valentín o el día del padre, tuvo su momento de gloria
precisamente en aquellos siglos que van desde la invención de la imprenta
(siglo XV) hasta el momento previo (siglo XVIII) a la incipiente difusión
capitalista del libro –y la educación y la enseñanza– a todas las clases y
estamentos sociales.
Es este dato, creemos, lo que pone encima de la mesa Soto para que, mutatis
mutandi, reflexionemos sobre nuestra contemporaneidad y, sobre todo, con
las formas actuales de difusión del saber. En suma, una arqueología del saber
en toda regla que delinea la artista catalana para que nos situemos dentro de
este desplazamiento del saber que se ha ido produciendo durante los últimos
siglos y para que nos percatemos de la ideología de base –y de su poca
inocencia– que ha ido permutando el saber.
El libro, como queda de manifiesto en la abigarrada iconografía que nos
bombardea la vista, alegorizaba una producción ideológica que se sustentaba –ya
como identidad del personaje, ya como acontecimiento histórico de relevancia–
en un saber fijado y condensado en el libro y que operaba como fundamento
sapiencial de legitimación y autoridad. San Jerónimo, santa Teresa de Jesús,
santo Domingo, reyes y aristócratas, el descubrimiento del Nuevo Mundo, la
unión del reino de España, la expulsión de los cátaros, son datos históricos marcados como tales por
la presencia de autoridad que dictamina el libro.
El germen está sin duda en la Anunciación: la Virgen, recordemos –y algún
ejemplo ha tomado la propia Soto, en
concreto la de Juan de Borgoña que está
Sala Capitular de la Catedral de Toledo–, es visitada por el Espíritu Santo mientras que estaba leyendo las
Escrituras. Es solo en contacto con un saber
fijado en escritura que surge el acontecimiento; es solo en contacto con una Palabra
que atraviesa la historia que irrumpe lo inesperado. Derrida podría haber tenido aquí otro dato para su desplazamiento logocéntrico.
Todo es, en suma, muy judío: no hay textos nuevos sino interpretaciones
diferentes que generan un saber
diferente. Cada personaje, cada hecho histórico, queda consolidado en una
determinada ilación de palabras reinterpretadas: el libro es solo su alegoría,
la constatación de una autoridad que se impone.
¿Y ahora?, ¿qué somos, qué acontecimientos hay? El libro sería desplazado,
quien sabe, por un iPod, por un Smartphone. La tecnología cambia porque cambia
el saber necesario para producir un “yo” determinado: el “yo”, en suma, es el
primer producto tecnológico. Si el libro ha sido casi eliminado como dato
cultural es porque el saber que destila –ese saber condensado y cimentado en su
eterno presente– no vale para lo que la ideología actual necesita de nosotros: necesita
identidades volubles, en constante desplazamiento; identidades nómadas que operen
en rizoma, identidades cuya memoria es siempre futuro.
Este es, sin duda, el sempiterno tema de la técnica, el paraíso que nos
abre –se trata ni más ni menos de la posibilidad de conquistar por fin nuestra
emancipación– pero también el infierno del que no logramos desasirnos del todo:
allí donde la tecnificación de nuestros deseos apunta, no dejamos de constatar
que el capital ya había llegado antes. Un tema que da mucho de sí pero que aquí
solo dejamos apuntado.
En definitiva, muchas y variadas cosas nos ha querido trasmitir Montserrat Soto con esta exposición. Pero
sobre todo una: en el desplazamiento de una episteme
que es ya una nodalogía pulsional, ¿qué celebramos
cuando celebramos el IV Centenario del Quijote? En esta vacua efemerología en
la que vivimos, ¿no será toda celebración un intento de olvidarlo un poco más?
Está claro: se celebran cada vez más datos históricos para desconectarlos de
su potencial vis disruptiva, para decir a la población “tranquilos, nosotros nos
encargamos, un par de eventos culturales y podremos vivir tranquilos medio
siglo más”.
Por el contrario, y esto es lo que entrelíneas dice la exposición de Soto, ¿no será que leer es, ahora más
si cabe, un acto de resistencia?, ¿no será que el libro debe de ser elevado,
ahora ya perdida por fin su función programática e ideológica, en arma
disruptiva, en arma con capacidad de generar futuro? Esa y no otra debe ser la actualidad del Quijote: no que se lea en las escuelas
ni que sirva de ocasión para que los politicastros inauguren un par de eventos culturales:
el Quijote siempre será el ejercicio
anti hegemónico de lograr construirse una subjetividad, una identidad yoica, fuera
de los espúreos reclamos de lo ya-dado, de lo esperado por anticipado.
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