viernes, 6 de febrero de 2009

PENETRACIONES A PIE DE CALLE



SANTIAGO SIERRA: ‘PENETRADOS’
HELGA DE ALVERAR: 15/01/09-28/02/09

Si algo les gusta a los medios de comunicación, ese conglomerado de obtusidades que nos alimenta y nos da forma día tras día, no es otra cosa que el morbo de lo desconocido. Y si además, eso que se desconoce viene marcado con el halo inmisericorde con que el mundo del arte suele enmarcar a sus productos, el morbo se da entonces por partida doble.
Incluso, para poder digerirlo con facilidad y sin que produzca miasmas, los mismos medios de comunicación ya tienen una larga trayectoria y saben como hacer para limar asperezas. El escándalo no, por favor. Eso es de mal gusto y, además, entorpece la vorágine necesaria para que la información siga su particular camino del sinsentido. Mejor el morbo. Esa pública indiferencia teñida de desconocimiento, ambigüedad y fascinación que hace que las miradas de todos aquellos que estén conectados al canal en el momento preciso obtengan su pequeño placer de verse atrapado en la más alta cosificación tecnológica. Desposeído de todo prurito de comprensión, asido únicamente de un morbo nacido de su propia vorágine consumista, la masa se regocija en el exhibicionismo miserable de sus pautas paleolíticas de comportamiento.
Los mass media lo saben. Es mas, lo han provocado. Saben que mostrándoles un pequeño vértice de aquello que desconocen satisfacen las necesidades de trascendentalidad necesarias para que se siga enchufado a la máquina y al bombardeo mediático. Sublimados los deseos, aquellos que pese a todo no se dejan domesticar a primera vista por la fetichización bulímica propuesta por el mercado, ya uno está en condiciones de ser sometido a otra rutinaria y machacona dosis de sobrexposición informativa sin rechistar.
Que esa sea la única razón de ser del arte en este mundo actual es algo que, en sí mismo, y tratado con cuidado y maestría, puede ser también considerado un material de trabajo de primera categoría. Digo razón de ser del arte porque, si solo existe aquello que es emitido, es patente que el arte, para seguir existiendo ha de ser puesto en circulación por esos mismos dispositivos que lo registran, como mucho, como objeto mórbido.
El abismo, el precipicio por el que el arte camina, con un pie puesto en su ser objetuado como carne de información, y el otro puesto todavía, al menos eso queremos creer, en su mas específica negatividad, es ahora la senda que el arte, a veces bastante torpemente, recorre en busca de tiempos mejores.
Claro está que existe cierta simbiosis arte/información, una manera de retroalimentación estipulada según los baremos del incrementar la circulación del objeto-mercancía a cambio de dar cuenta de una información más elitista, si se quiere, pero que no consigue tampoco traspasar el espectáculo circense de los mass media. En este sentido, a la hora de ser cínicos, el arte, por supuesto, el primero.
Pero quizá haya que ir pensando en que no todo puede quedar resumido en lo bien que lo hacemos a la hora de servirnos de unos canales de información que a la vez sabemos están cerca, en muchos casos, de significar la renuncia del arte a sí mismo. Pero esto nos llevaría por derroteros demasiado lejanos.
Santiago Sierra, quizá desde la Bienal de Venecia del año 2003, es uno de los fijos a la hora de dar carnaza a las ávidas garras de lo mediático. Transita por tanto esa senda que antes hemos caracterizado en su doble carácter simbiótico de buscar el efectismo pero también de plantear una contradicción en el sistema. Unas veces con mayor clarividencia y otras con menos, su obra trata de desenmascarar esos procesos de asimilación del arte que lo mediático lleva a cabo mediante la asignación de calificativos como pudieran ser lo mórbido, lo interesante, lo espectacular, o lo meramente consumible.
Antes que nada hay que decir que sus operaciones se agradecen, mas allá de si lo logra de una manera mas o menos efectista, ya que pone en danza la maquinaria mediática para su exclusivo servicio haciendo patente lo absurdo de todo el proceso mediático. A este respecto, todavía se oyen las atronadoras carcajadas que causaron las especulaciones realizadas por el mainstream mediático acerca de lo conveniente que era mantener una obra en el pabellón español de la Bienal de Venecia que solo dejase el paso…a los españoles (previa identificación personal con DNI en mano, por supuesto).
Con esta nueva acción Santiago Sierra vuelve a reunir todos los condicionantes para despertar el interés mórbido de los medios. Antes que nada, hemos de decir que lo logra de una forma un tanto banal, sin los sutiles mecanismos de denuncia otras veces desplegados por él. Aunque, también es verdad, que pudiera ser que no todo fuese imputable al proceder del artista: pocas sutilezas se pueden acometer cuando el poder se ha desplegado de una forma ya tan obscena que poco queda ya si no es irrumpir de lleno y como sea en la dinámica de sus estructuras y hacerlo, al menos idealmente, saltar por los aires.
Como bien reza el título de su acción, ‘Penetrados’, de lo que se trata es de desplegar toda una serie de relaciones puestas en marcha en el engranaje sexo/poder/falo. Grupos de ocho parejas realizan sexo anal de manera que los grupos de parejas son siempre diferentes y van rotando según condicionantes de sexo y raza. Blanco-blanca, negro-blanca, blanco-negra, negro-blanca, blanco-negro, blanco-blanco, negro-blanca y negro-negro son los ocho grupos de parejas.
En cada tanda no se llenan las ocho parejas, ya que por cuestiones ideológicas, religiosas o culturales, hay grupos de parejas que son difíciles de formar. En este primer nivel se comprueba que el poder no es algo colateral sino que se erige en estructurador de una serie de relaciones y acciones las cuales están mediadas íntimamente por este poder.

El poder no emana, sino que se ejecuta. Y se ejecuta primordialmente a nivel interpersonal. Lo interesante es ver como las características de sexo y raza llevan ya implícitos una serie de condicionantes que hacen lícito, o no, ese sometimiento al poder del falo y a la penetración. En este sentido, el poder, eso de lo que tanto se habla y que tan mal se comprende, no apela a condiciones de imposición llevadas a cabo por la autoridad competente, sino que consiste en las ‘tecnologías de sí’ de las que habló Foucault.
Pero lo verdaderamente interesante de la acción es llegar hasta el nivel en el que las relaciones sexo y poder se entretejen hasta llegar a la irrupción de un deseo mecanizado y mecanizante, despojado de cualquier atisbo de sensual corporalidad.
Cierto que las relaciones sexo/poder/falo tienen ya una amplia historia detrás, pero también es cierto que la forma descarnada con que Sierra lo plantea puede tener una mayor profundidad de miras y no quedarse ya en lo archiconocido. Que el sexo es el lugar privilegiado para el ejercicio del poder es algo que desde Freud no se duda. Y que, por tanto, sexo y poder están íntimamente ligados al falo es solo el corolario lógico de lo anteriormente dicho.
Ahora bien, siendo estas las bases, lo que si que cambia es la articulación de las relaciones generadas entre estos tres conceptos. Por que el falo, elemento totémico y paternal, ha devenido absoluto fetiche de una cultura decadente y autoconsumida como la nuestra. El falo es la última cosificación, la de lo simbólico que representa la tradición del padre.
Ya, con este último eslabón, cualquier cosa puede entrar en la dinámica tardocapitalista de la economía libidinal. Y, en primer lugar, el sexo. El sexo, de esta manera, se cosifica en la satisfacción mercantilizada del placer.
El poder realiza sus operaciones a nivel sublimacional, a nivel desiderativo que consiste en la satisfacción inmediata y pulsional con que logra investir aquel objeto que se desea ser consumido. El poder, por tanto, consiste en la sumisión de las estructuras decisitorias que constituyen al individuo. Este poder puede ser ejecutado de manera incisiva y poco democrática, o puede haber detrás una simulación que consiste en la sensación que se tiene de haber elegido libremente. Se elige sí, pero el poder, si es efectivo, y realmente lo es, juega con el anticiparse siempre a esa decisión a la que se guía y se educa de acuerdo a las prioridades establecidas por ese mismo poder.
Esto queda patente a las claras en el video de la acción. Tan pronto como nos sentamos en la sala, todo adquiere un rango de prohibido, de trasgresión del tabú, en resumidas cuentas, de clandestino cine porno de corte elitista. Pero una vez la mecánica de la penetración es puesta en marcha, una vez esos cuerpos empiezan a ser penetrados en un rito despojado de toda relación con lo sexual-sensual, el abotargamiento de nuestros sentidos es casi insoportable. La distancia espectador-espectáculo se elimina; la repetición machacona de la penetración maquínica se nos da sin mediación alguna. No es ya el voyeur, sino la perversidad de lo abyecto lo que se nos da delante y lo que se nos ofrece.
Por tanto, en relación a condiciones de ideología o tradición, o unido a la absoluta fetichización de lo totémico de un falo mercantilizado en el consumismo libidinal, el poder no hace sino penetrar cada vez de forma mas perfecta y sutil.
De esta manera, se quiera o no, todos somos penetrados.
Ahora solo queda que las redes informacionales quieran ver en esto algo mas que burda pornografía. Pero, y este es el tercer nivel al que Santiago Sierra nos lleva, no pueden hacerlo. Siendo la virtualidad informativa el relieve sustancial en el que este poder se despliega, es imposible que adquiera la autoconciencia de comprenderse a sí mismo y de propiciar si quiera un momento de calma en la velocidad hipertecnologizada del instante informativo y posibilitar así la crítica. Ver en el conjunto de penetraciones algo mas que la fascinación del morbo de lo incomprensible, supone que el poder, en su ejecución enfática como mass media, permite un momento de vacilación y duda.
Y esto, sin duda, no se lo puede permitir. De ahí que, al entrar en la sala, tengamos que cerrar la puerta para que nada pueda ser visto desde fuera, no sea que llegue, incluso, a escandalizar.















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