WILFREDO
PRIETO: EN LA MENTE DE DIOS
GALERÍA
NOGUERAS BLANCHARD: hasta 28/10/17
Si en alguno de
nuestros textos ya hemos dado cuenta de nuestra idea de artista como terrorista
mediático, la figura del artista cubano Wilfredo
Prieto se pliega perfectamente a esta idea nuestra, acrecentándola además
año a año. Con suma inteligencia, lo suyo es proponer pequeños detonadores que,
en cuanto se activan por la contemplación necesaria del espectador, hacen
implosionar pequeñas parcelas de realidad, pequeños sedimentos que parecían
estables, desvelando la matriz ficcional de los entramados conceptuales que los
humanos nos hemos creado para, de una u otra manera, orientarnos en el desierto
de nuestros días. Más aún, si el arte ya claudicó
hace tiempo en esta tarea sisífica de dotar de contenido a intuiciones
racionales o éticas, si lo que toca más bien es subrayar el carácter derivado
de cualquier señalización en la topografía espectral y fluídica de nuestros
días, el trabajo de Prieto nos parece una magistral cartografía de nuestra
pseudo-realidad.
En esta
ocasión el sismógrafo que utiliza el artista cubano son simples pieles de vaca
que, extendidas y colgadas al modo más canónico, simulan pinturas abstractas. Y
el asunto está, precisamente, en lo que se infiere de la palabra “simulan”. Porque
es dotando extrañamente a objetos cotidianos de un significado suplementario,
simulando el ser una cosa y la otra al mismo tiempo, cómo las obras de Prieto
remiten a mostrar ese punto axial donde se entrelazan todas nuestras
intuiciones para producir esa ficción a la que llamamos realidad. De ahí que
sus objetos sean siempre “simuladores”: están ahí presentes en toda su absoluta
objetividad pero remiten a algo más, a algún simbolismo que excede su mera presentabilidad
objetual; simuladores que dan forma a esa estrategia que, sostenía Gerardo Mosquera, guía el trabajo de
Prieto: idea neta/obra sencilla/significado máximo.
Se trata,
en definitiva, de un procedimiento sumamente sutil de mostrar de modo estético
el vínculo que mantiene unido la realidad y el pensamiento, la objetividad y el
lenguaje. Un vínculo que mantenemos oculto y que más que sacarlo a la luz con
la violencia de una crítica que nada saca en claro, Prieto se contenta con
hacernos un guiño para que veamos lo mismo que él está viendo. Se trata, por lo
tanto, de contarnos un secreto que, aun sabiéndolo, necesitamos pase
desapercibido para el buen y correcto funcionamiento de la realidad.
Una realidad
que para nuestro artista está hecha fundamentalmente de ideas: unas ideas
escurridizas que, a pesar de entablar una sólida relación entre pensamiento,
lenguaje y realidad, tienen su lado voluble, su aspecto más azaroso. Y es ahí,
en ese tejido blando que poseen las ideas en su reverso, donde trabaja Prieto
con un cuidado –para que no se rompa ese mismo tejido frágil– y mimo supremo, a
través de unas acciones mínimas, cuasi insustanciales, pero capaces de apelar
al espectador y hacerle reconocer eso justo que ya sabía: la fragilidad de todo
el sistema, el impulso azaros de todo el entramado al que llamamos realidad.
De este
modo, el trabajo del artista cubano es como el del arqueólogo que busca las
conexiones simbólicas sobre las que se da un pinzamiento entre la realidad y la
ficción –o mejor dicho, a través de la cual cierta ficción se estipula como realidad–
pero teniendo claro que la búsqueda no se da en vertical y hacía abajo sino en
horizontal: desplazándose a través de nuestra superficie mediática, ahí donde
se nos dice todo lo podemos ver, todo lo podemos decir, para encontrar puntos
de encabalgamiento simbólico, de replegado de significados sobre un mismo
significante, ahí donde la realidad se solidifica en un cierto punto de la
superficie.
Dicho todo
esto, es aquí donde la escritura acerca de la actual exposición no puede por
menos que dejarse suspensiva, abierta a la multitud de referencias a las que
alude pero sobre las que, como hemos tratado de explicar, no dicta ninguna
sentencia. La piel de vaca en tanto que objetiva y natural piel de vaca; la
piel de vaca en tanto que pintura abstracta; la piel de vaca como test de
Rorschach. Es en el entrecruzamiento de cada una de estas líneas de tensión
donde habita el verdadero material de trabajo de Prieto: la realidad.
Y entre las
tres diferencias, un difuminado de ideas, el engranaje de todo un cúmulo de
sensaciones que remiten a un punto central: ¿de dónde surgen las ideas, de qué
calado son cómo para apuntar a lo trascendental, a algo que supera el propio
relacionarse del lenguaje con la realidad, del concepto con la experiencia? En la mente de Dios, título de la
exposición, remite a este emplazamiento difuso, a este entrecruzamiento de
conceptos y sensaciones, de teorías y prácticas, de naturaleza y
artificialidad, de realidad y de arte.
Y lo que se
descubre ante la contemplación activa de su obra es algo que sabíamos pero que desconocemos
a cada instante: que la línea que une al sujeto con la formulación de, por
ejemplo, la pintura abstracta no es una línea recta y directa sino que está
medida por una serie de lugares de interferencia e indecibilidad; que los
compartimentos con los que clasificamos nuestra realidad no son tan excluyentes
como suele parecernos y que lo proceloso de un azar que yuxtapone registros
tiene la voz cantante. Así, ante la contemplación de algo tan realista como una
piel de vaca, la abstracción a la que apunta nos lleva a otras conexiones; ante
la contemplación de una naturaleza –por muy muerta que esté– a través de los ojos
de la forma estética nos lleva a otras zonas de intermitencia. En el centro,
ese (no) lugar, ese afuera, ese Real: la mente de Dios.
Y es en la
vecindad con ese límite, si logramos llegar hasta ahí, donde emergen las
cuestiones más interesantes: ¿no será la realidad, en el fondo, un
psicodiagnóstico a todo ese entrelazamiento de mínimas saturaciones que estas
pieles de vaca vienen a mostrarnos?, ¿no será su parecido con test de Rorschach
el verso suelto que une y desune toda esta red de conceptos que Prieto ha
hilvanado con maestría y sutileza?, ¿no será Dios nuestro psicólogo?