GALERÍA JUANA
DE AIZPURU: 29/01/13-07/03/13
Desde 2005 lleva Montserrat Soto inmersa en un proyecto de catalogación y
documentación llamado “Doom City” en
torno a las nuevas realidades sociales surgidas a raíz del acelerado abandono
de las pequeñas poblaciones y, consecuentemente, del desmedido crecimiento de
las grandes ciudades. Con el subtítulo de “del hombre nómada al hombre sin lugar”, Soto quiere hacer referencia con este trabajo a las nuevas
realidades socio-políticas que parecen están alumbrando un nuevo tipo de
identidad que, a pesar de todos los beneplácitos de los “regímenes”
democráticos, de toda la parafernalia del progreso y demás soflamas, está
entretejida en una nueva ideología panóptica y con altas deficiencias de
libertad.
Así, a mayor velocidad, a mayores
cuotas de progreso, la tiranía crece exponencialmente hasta dar como resultado
un hombre no referido a ningún lugar sino simplemente adscrito a la necesidad
de supervivencia, un hombre que entiende su habitar no desde la fenoménica apertura
a la naturaleza sino desde la tendencial opresión a refugiarse en una
bukerización adiestrada.
Porque los cuatro dualismos sobre los
que se asienta esta obra de Soto (privado/público, legal/ilegal, libertad/necesidad,
y tiempo roto/no-tiempo no-roto) vienen a articularse en referencia a un nuevo
estado de la cuestión, de la cuestión social, donde los problemas que se
infieren del desarrollo insostenible y del progreso a velocidad límite
revierten en una sociabilidad traumática de la exclusión. Y es que, como dice ella
misma, se ve “un decrecimiento
global de la libertad y la amenaza de un crecimiento de poder de unos pocos que
tiranizan nuestro mundo”.
El trabajo de Soto, del que esta exposición es sólo una pequeña muestra, quiere
dar cuenta de las asincronías paradójicas que suceden en el núcleo de la
modernidad más contemporánea: la mega-urbe. La propia artista incide en los
problemas más acuciantes a los que se enfrenta el tejido social actual: los
viejos límites entre campo y ciudad, las posibles consecuencias futuras de la
superpoblación o los movimientos migratorios, el renovado valor de la noción de
accidente en el urbanismo (en relación con los asentamientos espontáneos) o los
efectos de la especulación en el centro de las ciudades y el desplazamiento de
las personas con pocos recursos a los suburbios de los suburbios. De este modo,
y parejo a toda esta problemática, nociones como
supervivencia, barreras étnicas, intercambio y organización están en un
constante posicionamiento frente a la ciudad.
El concepto de "comunidad
ilegal" cobra entonces un especial sentido en su trabajo: lugares de
exclusión que, paradójicamente si nos atenemos a lo políticamente estipulado,
dan acogida a la gran mayoría de la población. Comunidades que se desarrollan
fuera de la ciudad legal y que para Soto tienen una importancia heterocrónica
con respecto al tiempo clásico de la ciudad. En ellas, bajo el símbolo
totémico, un mismo tiempo homocrónico establecía una relación precisa entre el
logos y el nomos, un emplazamiento amurallado donde la justicia era un dar a
cada uno lo suyo según el tiempo interno de la propia ciudad.
Sin embargo, ahora, el tiempo de
la ciudad –embuclado rizomáticamente con sus propios accidentes de exclusión- no
coincide consigo mismo. La lógica dentro/fuera funciona como una pulsión
maquínica simétrica pero de sentido contrario al del capital: a la gente del
centro degradado se les desplaza junto a los que vivían ya en los suburbios a
otros suburbios de los suburbios creando en esa fluídica un tiempo descoyuntado
entre el interior y el exterior.
El campo de estudio son ciudades
como Sao Paulo, Tokio, Nueva York, Delhi, Pekín, El Cairo, Estambul, Paris,
Moscú, Lagos -además de Damasco, Caracas y Cuba-, ciudades todas ellas que en
2015 tendrán más de 10 millones de habitantes cada una. Ciudades que crecen a
base de implantes postizos, de flujos epidémicos, creando un organismo deforme y
comprendido como emplazamiento de especulación y máxima transacción.
Lo presentado ahora en Juana de Aizpuru refiere a ese cuarto
nudo tensional sobre el que Soto establece
su punzón de entomóloga: tiempo roto/no-tiempo no-roto. Es decir, emplazamientos
como lugares extendidos en el tiempo que han sido alguna vez ocupados y que ahora
esperan su momento de volver a ser vividos. Es en ese retorno donde la artista sitúa
la posibilidad de una nueva evolución, de un nuevo devenir social, de un nuevo
tránsito histórico-temporal desde donde hacer visible todo lo que nos hemos ido
dejando por el camino.
La mirada que se topa con esos
escenarios de la ruina no es una mirada sublimizadora, no es tampoco una mirada
denunciativa: nuestra mirada, en su enfrentamiento, no es –ni puede hallar-
ninguna “emergency exit”. Nuestra mirada, como debe ser toda mirada artística,
debe lanzarnos a la constatación de que si no podemos destruir el mundo, el
mundo tampoco puedo destruirnos totalmente. Y justamente en su zona de
intersección, entre el éxito y el fracaso como polos imposibles, opera el arte creando
lo una nueva construcción social.
Casi diríase que Soto reactualiza la
mirada del Angelus Novus de Klee
teorizada por Benjamin: la destrucción
del pasado nunca puede ser total porque, a las malas, siempre nos quedaran esas
ruinas, esos vestigios del pasado desde los que volver a comenzar en cada caso
articulando una diacronía temporal entre el tiempo roto y el no-tiempo no-roto.
La posibilidad de que el accidente
tome forma global y apocalíptica está ahí, pero Soto no nos pone –como ningún
buen artista- en esa dicotomía facilona, sino que traza las bases para alumbrar
un emplazamiento para un conocimiento diferencial respecto al tiempo global del
hiperpresente.
Así, la misión suprasocializadora del
proyecto Doom City es buscar, pese a
todo, pese a las urgencias, pese a unas vidas hacinadas y sostenidas por el
filo de la muerte, una heterogeneidad de tiempos donde lo social, en el
excedente de tiempos siempre sobrantes, se produzca continuamente.