DAVID MALJKOVIC: ‘OUT OF PROJECTION’
MNCARS: 9/09/09-18/01/09
Desde Hegel y su noción de la Historia escrita por los vencedores como objetivación de un destino que se desenvuelve en autoconciencia, hasta los detritus actuales de una Historia incapaz de revelarse como nada más que no sea postración y renuncia, la propia Historia ha ido colapsando sus propias vías respiratorias para terminar asfixiada en una instantaneidad que no promete nada más que la catástrofe última: el accidente, el punto en el que lo virtual caerá en lo real gracias a una atrofia en los mecanismos económicos de producción de signos-mercancías.
Quizá, ahora más que nunca, nuestro tiempo sea el de la espera. Pero no una espera al modo existencialista y beckettiano; y menos aún una espera escatológica en las postrimerías de un tiempo que se acaba. Nuestra espera es la propiciada por el cortocircuito de nuestros sentidos en la amnesia generalizada, la del ciudadano medio anestesiado en los límites de lo infrahumano y sedado ante cualquier pantalla. Ni siquiera podemos apelar a un sentimiento de paradoja: Vladimir y Estragón sabían que esperaban aquello que nunca vendría. Pero nosotros ni siquiera podemos agarrarnos a esa contradicción: evitamos saber que esperamos.
Incluso, el hecho de evitar nos viene ya dado por las propias estrategias de escape de una sociedad que abe bien hacia donde no quiera mirar más: hacia el futuro. No habiendo ido a ninguna parte, se nos dice que podemos ir a donde deseemos; no sabiendo nada, se nos ofrece el saber más absoluto a golpe de click; habitando el terror más inhóspito ante todo lo que se halle ‘ahí fuera’, se nos dice que vivimos en la sociedad de la tolerancia, la igualdad y la democracia. Sin caer en la cuenta de que persigue su propio fantasma, al ciudadano postmoderno se le hace creer que el todo está a la vuelta de la esquina, el pasado no es nada.
El vídeo que Maljkovic presenta en el MNCARS trata precisamente de todo esto que hemos intentado delinear en pocas frases: trata de observar las relaciones entre espera e Historia y, como ambas, más que complementarse en una fusión idílica y plena de sentido, se retuercen y persiguen en una narración que parece haber llegado a su fin.
Maljkovic sabe que el futuro, la Historia misma, se asienta, como cualquier noción nacida al socaire de los vientos ilustrados, en un error, en un fallo original. Cual sea ese error, es lo que trata de desentrañar en esta magnífica obra.
Y decimos magnífica no llevados por la efusividad que pueda merecer cualquier artista de recién estrenado renombre, sino porque la inteligencia que se destila en esta obra va mucho más lejos del simple tener bien aprendida la lección. Maljkovic enfatiza la fragmentación discursiva y la metanarración para situarse en un ‘entre’ desde donde señalar aquello que, de cualquier otra manera, se desintegraría en su mera contemplación. Porque, si contemplar ya es narrar, y si narrar apunta a una historiografía, es claro que no valen ya los recursos archiconocidos de acercamiento a la realidad de la Historia para dar cuenta de ella.
Casi podíamos decir que, aunque desde presupuestos bien diferentes, Maljkovic explora los mecanismos del “realismo traumático” profesado por los artistas de los ochenta (Cindy Sherman, Robert Gober, Paul McCarthy, Mike Kelley, etc). Decir esto quizá sea no decir nada o decirlo todo en una fragante obviedad, pero es que, cuando la realidad se ha caído con todo el equipo en lo pantanoso del simulacro telemático, queda claro que el proceder psicoanalítico que toma el objeto a estudiar por das Ding (Freud) o por lo Real (Lacan), es la única vía para no encontrarse de repente remitido a una pantalla donde, gracias a una economía que opera a velocidad límite, el objeto, la cosa misma, se haya desintegrado en un flujo más, en una imagen más donde, como todas las demás, no nos quede ya nada que ver.
MNCARS: 9/09/09-18/01/09
Desde Hegel y su noción de la Historia escrita por los vencedores como objetivación de un destino que se desenvuelve en autoconciencia, hasta los detritus actuales de una Historia incapaz de revelarse como nada más que no sea postración y renuncia, la propia Historia ha ido colapsando sus propias vías respiratorias para terminar asfixiada en una instantaneidad que no promete nada más que la catástrofe última: el accidente, el punto en el que lo virtual caerá en lo real gracias a una atrofia en los mecanismos económicos de producción de signos-mercancías.
Quizá, ahora más que nunca, nuestro tiempo sea el de la espera. Pero no una espera al modo existencialista y beckettiano; y menos aún una espera escatológica en las postrimerías de un tiempo que se acaba. Nuestra espera es la propiciada por el cortocircuito de nuestros sentidos en la amnesia generalizada, la del ciudadano medio anestesiado en los límites de lo infrahumano y sedado ante cualquier pantalla. Ni siquiera podemos apelar a un sentimiento de paradoja: Vladimir y Estragón sabían que esperaban aquello que nunca vendría. Pero nosotros ni siquiera podemos agarrarnos a esa contradicción: evitamos saber que esperamos.
Incluso, el hecho de evitar nos viene ya dado por las propias estrategias de escape de una sociedad que abe bien hacia donde no quiera mirar más: hacia el futuro. No habiendo ido a ninguna parte, se nos dice que podemos ir a donde deseemos; no sabiendo nada, se nos ofrece el saber más absoluto a golpe de click; habitando el terror más inhóspito ante todo lo que se halle ‘ahí fuera’, se nos dice que vivimos en la sociedad de la tolerancia, la igualdad y la democracia. Sin caer en la cuenta de que persigue su propio fantasma, al ciudadano postmoderno se le hace creer que el todo está a la vuelta de la esquina, el pasado no es nada.
El vídeo que Maljkovic presenta en el MNCARS trata precisamente de todo esto que hemos intentado delinear en pocas frases: trata de observar las relaciones entre espera e Historia y, como ambas, más que complementarse en una fusión idílica y plena de sentido, se retuercen y persiguen en una narración que parece haber llegado a su fin.
Maljkovic sabe que el futuro, la Historia misma, se asienta, como cualquier noción nacida al socaire de los vientos ilustrados, en un error, en un fallo original. Cual sea ese error, es lo que trata de desentrañar en esta magnífica obra.
Y decimos magnífica no llevados por la efusividad que pueda merecer cualquier artista de recién estrenado renombre, sino porque la inteligencia que se destila en esta obra va mucho más lejos del simple tener bien aprendida la lección. Maljkovic enfatiza la fragmentación discursiva y la metanarración para situarse en un ‘entre’ desde donde señalar aquello que, de cualquier otra manera, se desintegraría en su mera contemplación. Porque, si contemplar ya es narrar, y si narrar apunta a una historiografía, es claro que no valen ya los recursos archiconocidos de acercamiento a la realidad de la Historia para dar cuenta de ella.
Casi podíamos decir que, aunque desde presupuestos bien diferentes, Maljkovic explora los mecanismos del “realismo traumático” profesado por los artistas de los ochenta (Cindy Sherman, Robert Gober, Paul McCarthy, Mike Kelley, etc). Decir esto quizá sea no decir nada o decirlo todo en una fragante obviedad, pero es que, cuando la realidad se ha caído con todo el equipo en lo pantanoso del simulacro telemático, queda claro que el proceder psicoanalítico que toma el objeto a estudiar por das Ding (Freud) o por lo Real (Lacan), es la única vía para no encontrarse de repente remitido a una pantalla donde, gracias a una economía que opera a velocidad límite, el objeto, la cosa misma, se haya desintegrado en un flujo más, en una imagen más donde, como todas las demás, no nos quede ya nada que ver.
Pero es que además, en este caso, el remitirnos a postulados psicoanalíticos es del todo válido ya que la Historia se ha convertido en lo siniestro contemporáneo. Maljkovic opera simplemente una vuelta de tuerca más: no es ya que la pantalla-tamiz se desintegre en la mediación sujeto-objeto, sino que incluso en aquello en lo que media grandes dosis de autoreflexividad (como es evidente en la Historia), se nos hace imposible el mirar directamente. De esta forma, con esa simple apelación a momentos fundacionales de corte spicológicos, la Historia se convierte en el lugar topológico donde lo familiar ha devenido no-familiar, donde nuestro extrañamiento es máximo debido al hecho de ser expulsados de aquello que es esencialmente nuestro: de nuestra propia Historia.
De ahí también que la Historia se haya convertido en lugar privilegiado para la repetición: en nuestro pánico ante aquello que desconocemos en su cercanía, ante lo latente de un terror que surge de nuestra más íntima familiaridad, apelamos a ejercicios de repetición para no vernos cara a cara enfrentados con aquello de donde parece se nos expulsa.
No mirar, permanecer aletargados, preferir la hiperviolencia postmoderna a lo trágico de una Historia que nos pertenece; hoy todo es mentira porque aterra de sólo pensar en su posibilidad, porque sucede en cuanto simulacro telemático. Sólo miramos aquello que es producido para consumirlo en el espectáculo global. La Historia discurre paralela al simulacro que toma el morbo como pathos general y anestesia todo intento de insurgencia en la placidez mórbida de chutes de telemaratones.
Pero, yendo un poco más lejos, podemos ver más líneas de contacto entre la obra de Maljkovic y las teorías psicoanalíticas. Porque, como repetidas veces ha dicho el propio artista, su obra, al fin y al cabo, trata de la posibilidad de un futuro y no sólo de situarse en el error de programación en que la Historia parece haberse situado. Si mirar no nos está ya permitido, si hay que decidirse por tomar una distancia media donde poder estudiar al objeto evitando su rápida asimilación en flujos libidinales que puedan ser pasto de la siguiente campaña de marketing, lo que sí que nos está permitido, aún corriendo grandes riesgos, es agujerearlo y dinamitarlo, al objeto, en su mismo núcleo.
Esto que puede parecer un brindis al sol después de tanta ‘toma de distancia’ y tanta ‘desintegración objetual’, se asienta por completo en la teoría lacaniana de lo siniestro. Si para Freud lo siniestro intenta satisfacer una falta recubriendo lo Real para así evitar la falta, para Lacan lo siniestro es la pura angustia de contemplar el vacío. Así, lo siniestro se comprendo como un intento de llegar a la “falta de la falta”, de descorrer el velo y agujerear ahí mismo donde lo Real se erige como la “falta original”.
Obviamente se corre el riego, la certeza absoluta si se es fiel a la teoría, de que detrás del velo no haya nada, que lo Real, la Historia en este acaso, no sea sino el lugar vacío donde anida el trauma. Pero es que, al tiempo que todo se pierde, todo se gana para nuestra causa al instante siguiente: el sujeto, comprendido como el error mínimo que media entre significado y significante, entendido como la diferencia mínima entre el llegar demasiado pronto a su propia Historia o demasiado tarde, ha de comprenderse así, nómada en relación a sus propias estructuras, móvil ante los fantasmas que le acechan intentándolo reificar en una conciencia sedentaria, frágil ante el vacío en que su Historia se convierte.
Maljkovic nos sitúa desde el principio en ese ámbito de lo familiar desconocido: aparecen personas, pero no sabemos quienes son ni sabemos tampoco donde están ni porqué. A pesar de ello hay un halo de familiaridad: sus ropas, los coches, los árboles… Deberíamos saberlo todo, y, sin embargo, no sabemos nada. Se piensa entonces que el video nos desvelará el secreto, pero, casi en el límite opuesto, el vídeo nada nos resuelve.
Entonces sucede como ya hemos indicado arriba: perderlo todo para llegar al mismo núcleo duro. A medio camino entre el documental y la ciencia-ficción, la obra explora la infinidad casi de reverberaciones que surgen en el ‘entre’ de un pasado que no termina de irse y un futuro que parece nunca llegar. El tiempo se para, la escena se detiene, la cámara se aleja o se acerca; en otra pantalla algunos de los protagonistas hablan pareciendo (o quizá somos nosotros en nuestro deseo) explicar la escena. Nuestra angustia crece pero a ellos parece no importarles: estamos cerca de correr el velo a lo siniestro de una Historia que ha dejado de sernos familiar.
Resulta que las personas son jubilados de Peugeat en el circuito de pruebas de Souchaux interviniendo en la fábrica de ideas para futuros proyectos. Así de fácil porque el trauma siempre es un acontecimiento de superficie. En el ‘entre’ de dicha situación termina por desenvolverse todo: entre una naturaleza humanizada y un futuro hipertecnológico simbolizado por los coches último modelo, entre un pasado de lo que fueron sus vidas y un futuro que ya no verán pero al que siguen relacionados. Si se tiene el dato de que en dicha fábrica se fabricaron armas para los nazis en la Segunda Guerra Mundial, la historia termina por (des)cuadrar.
Quizá lo último sea decir que dichos personajes se debaten en el ‘entre’ de una herencia que no se saben hasta qué punto es suya debido a la necesidad que todos tenemos, también ellos, de amnesia general. Y es que el propio Maljkovic se esfuerza en pensar sus obras desde la necesidad última de trascender límites y operar, aunque sea desde una amnesia colectiva, un futuro mejor el cual él, como verbo-croata, sabe más que nadie de su necesidad.
Al final del vídeo, por fin, un hombre se separa de su compañera y la cámara le sigue. El hombre se gira y parece hablarnos; sin embargo, seguimos sin escuchar nada. Pero ya todo ha cambiado. El velo de lo Real de la Historia se ha descorrido y sus inaudibles palabras por fin las comprendemos: no hay nada salvo una insondable espera y una irrefrenable necesidad de futuro.