IN
MEDI TERRANEUM: FESTIVAL INTERNACIONAL DE VIDEO
Córdoba
(Argentina), Madrid, Bogotá, Favara, Atenas, Montevideo: 28, 29 y 30/11/13
In medi terraneum: un lugar físico, geoestratégico
incluso, pero, sobre todo pensamos, un lugar diferente, una topografía
disyuntiva y periférica. No tanto un adjetivo sino un sustantivo: un nuevo
emplazamiento desde donde empezar a reordenar las potencialidades que, ahora
más que nunca, son más que necesarias. Sobre todo: el afuera, lo extrasistémico,
lo que está a la intemperie, eso que siempre remite a lo otro. Porque, ¿no es
el arte, pensamos, el depositario del escándalo que supone entablar relación con
el otro?, ¿no es el arte el intento absurdo y paranoide, de hacer creer que
tenemos algo que ver con el otro, que podemos intuir que el siente como
nosotros, juzga como nosotros, que está emplazado en un universo de sentido del
que quiere, como nosotros, trascender?
De esto, pensamos, va este festival
necesario como pocos. Porque, precisamente,
es ese ‘In Medi’ lo que lo cataloga
como imprescindible: apelar a lo periférico, a lo que no acontece ahí donde
todo es susceptible de ser visto, lo que media en el ‘entre’, en el intersticio
de lo que no cuenta ni vale, es la única forma de politización formal y
efectivamente capaz de posibilitar un drenaje en lo archi-institucionalizado,
una fractura en ese magma hiperpublicitado de lo yo-visto.
Porque de eso se trata: de crear una diferencia entre
lo ya dado a ver, y lo aún no visto. Algo que venga de fuera y violente
siquiera por un instante la parafernalia discursiva del emporio adocenado. No
se trata de traer para sí ningún flujo transaccional pensando en que aún el capital
anda en babia satisfecho de sus crisis, sino de oponerse en un ejercicio
artístico que desplace los lugares y los tiempos, que de voz a quien por lo
general no la tiene. En pocas palabras, que repolitice el sistema.
Si, como dice Reyes
Mate, “el tiempo
desde el que pensar la pretensión de universalidad es la memoria”, y
poniéndonos quizá un poquito proféticos, lo que en silencio articula este
festival es la necesidad que tenemos de compartir una misma memoria original,
una mismo sabiduría tan rebelde en estos días como la de sabernos únicamente
como pregunta lanzada a la respuesta del otro. Es decir: ser envío.
En otras palabras: nada de
multiculturalismo, ese palabro, origen de muchas imposiciones dogmáticas desde
el aquí occidentalizado. No. De lo que se trata es de proponer un nuevo régimen
de igualdad basado en el compartir unas mismas experiencias articulares, una
misma memoria de lo ya-sido para, desde ahí, sabernos siempre miembros de un ‘nosotros’
que solo puede ser tal si cada ‘yo’ es un ‘tu’, si cada ‘tu’ es un ‘yo’.
En definitiva: lo que pretende este festival es muy simple: apelando
a un nexo común entre el Mediterráneo y Latinoamérica, partiendo de un origen
compartido, se traza un eje discursivo y expositivo que sea realmente
alternativo a las instancias centralistas y centralizadas que parecieran
articular desde sus redes todo el sentido artístico. De este modo, conformando
así un lugar alejado del epicentro desde donde se erigen, ideológica y
políticamente, una determinada noción de la cultura, el festival trata de
rearmar un discurso productivo y expositivo que se postule, no tanto como
alternativa -pues eso no sería sino darle la vuelta a lo mismo-, sino en gran
otro, en diferencia radical que socave todo el dogmatismo institucionalizado de
los circuitos mainstream.
Y, para ello, y entrando ya en materia….el videoarte.
¿Es casualidad o remite a una intrínseca necesidad? Lo vengo pensando
detenidamente y creo que es algo fundamental. Y es que, en referencia íntima al
ser del festival, el videoarte es la práctica más capaz en el panorama actual
de rearticular el sentido de los lugares y los tiempos, de redistribuir las
competencias y los emplazamientos, de diferir los efectos programados de construcción
social y política, de diseminar y diferir una huella en los procesos de adiestramiento
en esta tardomodernidad invulnerable.
Dicho con otras palabras: como ciudadanos que
somos de este show de Truman global,
habiéndose cumplido todas las profecías de Debord
en el sentido de habitar un mundo espectacularizado donde todas nuestras relaciones
son relaciones entre imágenes, todo gesto disruptivo, todo intento de rasgar el
velo de la panosfera radica en crear un disenso en el flujo de imágenes en el
que estamos inscritos.
Es decir, el videoarte como era comprendido hace
treinta o cuarenta años, incluso veinte, está muerto. ¿Cómo reflexionar sobre ‘la’
imagen si ahora vivimos dentro de ellas?, ¿cómo reflexionar sobre nuestra
posición de espectador si, en la actual dromótica de la imagen-mundo, somos en
la medida no tanto en que vemos sino que estamos siendo vistos? Las coordenadas,
a Dios gracias, han cambiado y ahora de lo que se trata es de reorganizar las
sensibilidades que están en juego y construyen identidad y socialidad.
El videoarte, en su inmanente inmediatez, desde ese
ojo que todo lo ve (video ergo sum,
podríamos decir de esta nuestra ciudadanía escópica), materializa la vida para
reconfigurarla, para dotarla de ese carácter de ficción tan poco querido por
nuestra burocrática manera de emerger como identidad subjetiva.
Porque hemos sido conquistados, eso lo sabemos, lo
deberíamos de saber, y de ahí que tengamos una fe ciega en esta realidad de la
que tan pronto renegamos como reconocemos nuestra única tabla de salvación. Y es
que, si de algo tenemos necesidad es de realidad, de experiencias “verdaderas”
de lo real. No sabemos que lo real no es más que una decisión política,
administrada en cuotas, que ha sido elegida como ficción hegemónica. No lo
sabemos y así nos va.
En este sentido, la ficción del videoarte no puede ser
ya la de el simple contar historias, digamos, clásicas; no puede apelar a una
narratividad (y en esto no vale hacer trampa). Las historias que debe proponer
el videoarte son aquellas que apuntan a lo extenporáneo de una contemporaneidad
que se devora a sí misma; debe remitir a lo afuera de unos reglajes no
heredados de modos convencionales y archisabidos de recortar el espacio de lo
común. Historias quizá mínimas, quizá movilizaciones de imágenes en una
determinada dirección, quizá reseñar lo inconsciente, lo amorfo, lo que aún no
tiene forma, lo que aún no ha sido domesticado, ganado para la causa de la
finalidad de acuerdo a fines.
Godard dijo: “el cine es la verdad veinticuatro veces pos
segundo; en video no hay verdad porque no hay espacio, solo hay tiempo”. Es
decir, solo hay suturas que vertebran un exceso de visibilidad (porque el video
lo ve todo, lo registra todo, es excesivo) y que permiten un moldeaje de la realidad-ficción
(la ficción hegemónica) en otra ficción: esa es nuestra oportunidad, única en
cada caso, de redefinir nuestras condiciones. Y es que de lo que se trata es
de, cómo sea, subvertir este régimen policial de percepción en el que nos
movemos.
Los videos seleccionados (y sin querer
ni mucho menos entrar en una exhaustividad que solo puede ser empalagosa y
engominada) refieren de una u otra manera a esta necesidad de socavar, desde la
imagen, el régimen escópico hegemónico en el que estamos inscritos. En Utopila #2, Diego Alejandro Garzón (Colombia) nos dice que, aunque la derrota
es segura, hay que situarse ahí donde le riesgo es mayor; en Nobodylovesme, Diego de los Campos (Uruguay) propone una experiencia perturbadora
de lo cotidiano hasta lo siniestro; Calixto
Ramírez (Italia), en A través
enlaza con las prácticas más performativas del videoarte para dejar constancia
del devenir en la ciudad como modo de rebeldía silenciosa; y (por acabar por el
de casa) en Über uns/sobre nosotros Javier Velázquez Cabrero (España) escenifica
a nivel micro el politiqueo que ha nivel macro se ha establecido como realidad última
para demostrar con un juego de extrañamiento lo alejado que está el ciudadano
de lo que debería ser su realidad más íntima y cercana, y lo denunciable que
debe ser las condiciones de existencias a las que muchos están condenados.
Como no me quiero dejar a ningún videoartista,
referirme al representante argentino (La habitación
infinita, Christian Delgado y Nicolás Testoni) y griego (First Rust, Katerina Katsoura (Grecia), y a las dos menciones especiales del Festival,
Clutch, de Tatyana Zambrano y Roberto
Ochoa, y Lost in a glass of water,
de Cinzia Sarto.
En definitiva: In Medi Terraneum, un festival desde
los márgenes que incide en la marginalidad videoartística como instrumento necesario
en toda práctica artística; un Festival que incide en la existencia de una
lengua común para tratar de contar a través de imágenes la singular otredad,
siempre y en cada caso, de un ‘tú’ que llama como pregunta. Un Festival que se
emplaza contra la barbarie post-cultural del momento.