PATRICIA ESQUIVIAS: ‘LO QUE NO ES RACIÓN ES AGIO’
MNCARS: 24/06/09-28/09/09
Lo malo de la célebre frase de la no menos célebre filosofa de la existencia Victoria Beckam (¿qué otra existencia hay que no sea la del ser posh y fashion victim?) acerca de los olores madrileños es que, aún quedándose corta, es totalmente cierta. Porque, no sólo Madrid, sino España entera huele a ajo. Eso tiene las verdades, que duelen como afiladas dagas. España o lo que sea, claro. Porque cada cortijo tiene su olor y, quien dice ajo, dice paella, sol y toros, o gazpacho, pan y circo.
Si cada país lucha con su tradición, España parece haber querido siempre subirse al tren de la postmodernidad cuando sus relaciones con la modernidad no se han ni siquiera perfilado. Así pasa lo que pasa, que no somos más que un país de pesebreros dándoselas de enrollados a la cola de Europa. Un país que con citar a Picasso (que lo único en lo que se confundió fue en el lugar de nacimiento, aunque lo solventó con prontitud) y con rasgarse las vestiduras de lo funesto que fue para todos el oscurantismo que nace a partir del asesinato de Lorca, parece sobrarse para explicar el ‘quienes somos’ y ‘adonde vamos’. Y, claro está, todo regado con la cultura del lameculos y el ajo (otra vez) y agua de las subvenciones: a joderse y aguantarse que ya ganará tu partido y te tocará algo en la rifa. Ejemplos no faltan, pero la perpetración casi delictiva del pabellón español en la actual Bienal de Venecia puede hacernos pensar en que situación se encuentra la cultura en este estado llamado España (en eso, o en lo lejos que se llega con el señor de la ceja al lado).
Patricia Esquivias, joven artista venezolana, lleva poniendo desde 2006 el dedo ahí donde más duele en relación al papel que juega la tradición en España en una serie de videos que toman el nombre genérico de “Folklore”.
La primera pregunta no se nos debe pasar por alto: ¿hace falta ser joven (29-30 años) y extranjera al menos de nacimiento para ser capaz de articular un discurso no sesgado, no partidista, y capaz de sintetizar en veinte minutos lo que mucho intelectualoide tarda años en siquiera acertar a vislumbrar? Porque, ya se sabe, en un país como éste donde las derrotas son más aclamadas, a diestra y siniestra, que cualquier gloriosa victoria, el escarbar punzón en mano en una historia construida a base de carroña y detritus es deporte casi nacional; pero el tener la sutileza, la inteligencia y el desparpajo de decirlo todo de golpe y con sutiles maniobras conceptuales bien armadas, es algo tan extraño como digno de aclamarse y tener muy en cuenta.
MNCARS: 24/06/09-28/09/09
Lo malo de la célebre frase de la no menos célebre filosofa de la existencia Victoria Beckam (¿qué otra existencia hay que no sea la del ser posh y fashion victim?) acerca de los olores madrileños es que, aún quedándose corta, es totalmente cierta. Porque, no sólo Madrid, sino España entera huele a ajo. Eso tiene las verdades, que duelen como afiladas dagas. España o lo que sea, claro. Porque cada cortijo tiene su olor y, quien dice ajo, dice paella, sol y toros, o gazpacho, pan y circo.
Si cada país lucha con su tradición, España parece haber querido siempre subirse al tren de la postmodernidad cuando sus relaciones con la modernidad no se han ni siquiera perfilado. Así pasa lo que pasa, que no somos más que un país de pesebreros dándoselas de enrollados a la cola de Europa. Un país que con citar a Picasso (que lo único en lo que se confundió fue en el lugar de nacimiento, aunque lo solventó con prontitud) y con rasgarse las vestiduras de lo funesto que fue para todos el oscurantismo que nace a partir del asesinato de Lorca, parece sobrarse para explicar el ‘quienes somos’ y ‘adonde vamos’. Y, claro está, todo regado con la cultura del lameculos y el ajo (otra vez) y agua de las subvenciones: a joderse y aguantarse que ya ganará tu partido y te tocará algo en la rifa. Ejemplos no faltan, pero la perpetración casi delictiva del pabellón español en la actual Bienal de Venecia puede hacernos pensar en que situación se encuentra la cultura en este estado llamado España (en eso, o en lo lejos que se llega con el señor de la ceja al lado).
Patricia Esquivias, joven artista venezolana, lleva poniendo desde 2006 el dedo ahí donde más duele en relación al papel que juega la tradición en España en una serie de videos que toman el nombre genérico de “Folklore”.
La primera pregunta no se nos debe pasar por alto: ¿hace falta ser joven (29-30 años) y extranjera al menos de nacimiento para ser capaz de articular un discurso no sesgado, no partidista, y capaz de sintetizar en veinte minutos lo que mucho intelectualoide tarda años en siquiera acertar a vislumbrar? Porque, ya se sabe, en un país como éste donde las derrotas son más aclamadas, a diestra y siniestra, que cualquier gloriosa victoria, el escarbar punzón en mano en una historia construida a base de carroña y detritus es deporte casi nacional; pero el tener la sutileza, la inteligencia y el desparpajo de decirlo todo de golpe y con sutiles maniobras conceptuales bien armadas, es algo tan extraño como digno de aclamarse y tener muy en cuenta.
La artista parte de una frase de Eugenio D’Ors que hace de frontispicio en una de las paredes del Casón del Buen Retiro: “todo lo que no es tradición, es plagio”. Eran otros tiempos, tiempos en que España, viendo el rumbo que tomaban las cosas, no sabía muy bien qué hacer con su tradición. Y es que ya desde entonces, desde las primeras refriegas entre tradición y vanguardia, España daba un paso para adelante y dos para atrás. No es ya solo el negarse a hacer borrón y cuenta nueva (cosa por otra parte bastante loable), sino el enquistarse en unas estructuras determinadas, las surgidas de lo rancio y casposo que un país en declive durante siglos era capaz de proponer.
Hoy, esa frase, debido al paso del tiempo y a la despreocupación de las instituciones, reza de modo diferente: “lo que no es ración, es agio”. La artista interpreta a su modo esta frase y a partir de ahí despliega una historia paralela, simétrica y nunca antes contada, que tiene a la paella como aglutinante condensador, de lo que ha sido el comportamiento del estado Español con la cultura, la suya propia y la que venía de fuera.
Para Patricia Esquivias, la susodicha pseudo frase viene a significar, en sus propias palabras, que ‘todo lo que no es una ración completa, sabe a ajo’; que todo lo que no comienza y acaba, todo lo que no pacta con su pasado, todo lo que no consiste en emerger de él para propugnarse radicalmente diferente, sabe a ajo y amarga a cualquiera.
Su historia, donde intenta no tanto ejemplarizar sino poner de relieve la lógica del esperpento tan querida a nuestras instituciones, hace hincapié en dos hitos de la arquitectura española donde es flagrante, y quizá hasta duela, ver hasta que punto el diálogo entre modernidades ha sido siempre un diálogo de besugos a expensas siempre del beneficio partidista.
Por una parte se centra en el pabellón republicano para la Exposición universal de París de 1937 creado por Josep Lluís Sert. Quizá aquí la artista ha jugado sobre seguro, porque ya sabe uno para que han estado siempre hechas este tipo de exposiciones, pero funciona perfectamente para ponernos sobre aviso de adonde nos quiere llevar. El patio español, el cortijo, intenta dialogar ya desde entonces con las formas modernas heredadas del incipiente Le Corbusier.
Años más tarde el eminente arquitecto francés Jean Nouvel gana el premio para la ampliación del Reina Sofía. Tantos años esperando para llegar aquí, diría alguno. Pero es que la cosa salta la vista. A un edificio construido como hospital, al que se le ha endosado la papeleta imposible de ser contenedor de obras de arte, al que, en su lógica, no le cabría otra salida que su demolición, se le da ya la puntilla al pegarle las formas postmodernas del francés.
La vuelta de tuerca, quizá inocente pero sutil (y eso ya es mucho en el arte actual), la pone la propia artista al hacernos fijar en que el tejadillo de Sert y el de Nouvel son, en su diferencia, la misma cosa: un pegote rojo con huecos por donde pasa tamizada la luz del sol y que da sombra a un patio. ¿Mera coincidencia?, ¿mismas soluciones para un diálogo que es siempre imposible?, ¿recurrencia a los mismos tópicos?, ¿querencia hacia una tradición que se entiende más como límite argumental que como ámbito de diálogo?
Quizá la respuesta no sería sino otra nueva historia contada a contrapié de esta pero, lo que está claro, es que, mientras se tenga un patio a la sombra donde hacer paellas, nada demasiado grave habrá pasado.
Quizá la respuesta no sería sino otra nueva historia contada a contrapié de esta pero, lo que está claro, es que, mientras se tenga un patio a la sombra donde hacer paellas, nada demasiado grave habrá pasado.
Y, por último, para quien se vea un tanto despistado, las propias palabras de la artista: "Que de repente en España haya tantos museos nuevos y que sean tan modernos y que hayan sido realizados por los arquitectos más modernos, no me parece que tenga mucho sentido, porque si no apoyas a la gente que produzca trabajo para que llene esos museos sigue quedando descompensado". Pues eso, que aquí se sigue empezando la casa por el tejado sin ningún tipo de rigor, aliñando una paella que siempe nos sale con un insoportable sabor a ajo.