THE HILTON BROTHERS: MISTAKEN IDENTITY
LA CASA ENCENDIDA: 10/07/09-30/08/09
Evidentemente el arte despierta preguntas. Por ejemplo, una que surge después de ver esta exposición es bien concisa: ¿se puede ser más idiota que los personajes de arriba? Por supuesto que sí, el ser humano no tiene límites para nada y la idiotez congénita parece una endogámica carrera hacia el infinito. Pero, ¿se puede ser tan idiota y además famoso? En estos tiempos, no parece plantear esta pregunta una duda sino que más bien se convierte de inmediato en tautología.
Idiotez y famoseo, no son ya términos contradictorios y excluyentes, sino que van parejos. El problema, en referencia al arte, es que, nada más plantearnos esta duda ‘existencial’, uno piensa de inmediato o en estrellas de pop o en artistas. No hay vacilación. Luego ya puede venir toda la caterva de personajes que pululan por el espacio hipervisible de la pantalla telemática: futbolistas (sí, quizá estos también), actores, modelos (gloriosos momentos de la televisión los que nos depara Ansón y el concurso, perdón, certamen de miss España), famoseo en general del papel rosa, políticos (raza profundamente dual al sostener una idiotez que todos quisiéramos para nosotros, la de ser un profundo meapilas al que no se le exige ni siquiera éxito), etc.
El problema aún más hondo es que el artista, al ser famoso pero, por lo común, dentro de un mundillo que lleva a gala su carácter sectario y donde el divismo parece ser su fuerza motriz, hace de su idiotez tarjeta de presentación con la que hacer creer al mundo exterior que la idiotez es cualidad imprescindible para pertenecer (y por supuesto entender) el arte contemporáneo. Esto, al menos por el momento (y esperemos que dure), no es así: no todo artista es un idiota, obviamente. Aún a riesgo de hacernos los enteradillos es radicalmente diferente lo idiota que pueda parecer Pistoletto al entrar en la actual Bienal de Venecia martillo en mano destrozando espejos a diestro y siniestro, que la que se pueda inferir de estos dos memos. Comparados con ellos, incluso Maurizio Cattelan, idiota mayor del reino del arte (premio por el mismo otorgado), parece un fino analista de la sociedad tardocapitalista y posmoderna del momento.
Porque Cattelan aún mantiene un discurso articulado, coherente en sí mismo y que sabe cuando y donde poner el dedo en la llaga aún a riesgo de resultar insolente, fácilmente provocador o un grosero impertinente vividor del cuento del arte. Pero estos dos tipos es que lo traen ya de lejos y simplemente se limitan a reactualizar el discurso. Incluso, y si de parejas va la cosa, los ínclitos Gilbert & George eran capaces de arriesgarse infinitas veces más.
LA CASA ENCENDIDA: 10/07/09-30/08/09
Evidentemente el arte despierta preguntas. Por ejemplo, una que surge después de ver esta exposición es bien concisa: ¿se puede ser más idiota que los personajes de arriba? Por supuesto que sí, el ser humano no tiene límites para nada y la idiotez congénita parece una endogámica carrera hacia el infinito. Pero, ¿se puede ser tan idiota y además famoso? En estos tiempos, no parece plantear esta pregunta una duda sino que más bien se convierte de inmediato en tautología.
Idiotez y famoseo, no son ya términos contradictorios y excluyentes, sino que van parejos. El problema, en referencia al arte, es que, nada más plantearnos esta duda ‘existencial’, uno piensa de inmediato o en estrellas de pop o en artistas. No hay vacilación. Luego ya puede venir toda la caterva de personajes que pululan por el espacio hipervisible de la pantalla telemática: futbolistas (sí, quizá estos también), actores, modelos (gloriosos momentos de la televisión los que nos depara Ansón y el concurso, perdón, certamen de miss España), famoseo en general del papel rosa, políticos (raza profundamente dual al sostener una idiotez que todos quisiéramos para nosotros, la de ser un profundo meapilas al que no se le exige ni siquiera éxito), etc.
El problema aún más hondo es que el artista, al ser famoso pero, por lo común, dentro de un mundillo que lleva a gala su carácter sectario y donde el divismo parece ser su fuerza motriz, hace de su idiotez tarjeta de presentación con la que hacer creer al mundo exterior que la idiotez es cualidad imprescindible para pertenecer (y por supuesto entender) el arte contemporáneo. Esto, al menos por el momento (y esperemos que dure), no es así: no todo artista es un idiota, obviamente. Aún a riesgo de hacernos los enteradillos es radicalmente diferente lo idiota que pueda parecer Pistoletto al entrar en la actual Bienal de Venecia martillo en mano destrozando espejos a diestro y siniestro, que la que se pueda inferir de estos dos memos. Comparados con ellos, incluso Maurizio Cattelan, idiota mayor del reino del arte (premio por el mismo otorgado), parece un fino analista de la sociedad tardocapitalista y posmoderna del momento.
Porque Cattelan aún mantiene un discurso articulado, coherente en sí mismo y que sabe cuando y donde poner el dedo en la llaga aún a riesgo de resultar insolente, fácilmente provocador o un grosero impertinente vividor del cuento del arte. Pero estos dos tipos es que lo traen ya de lejos y simplemente se limitan a reactualizar el discurso. Incluso, y si de parejas va la cosa, los ínclitos Gilbert & George eran capaces de arriesgarse infinitas veces más.
Sí, ya sabemos todos que la ironía del discurso es lo que se lleva ahora, que detrás de una patochada infame hay una patada al ‘sistema arte’ jurando que es en nombre de Duchamp por quien se hace todo, que debajo del hecho de que Hirst haya roto su propia cotización hace apenas un año en una hábil manipulación hay una sonora carcajada hacia las galerías de arte y al sistema de cotizaciones (además de un modo fácil de hacerse rico), y que a la salida de las exposiciones ‘made in Murakami’ se venden bolsos Louis Vuitton como churros en una operación de marketing en la que el descaro es mofa (artística, por supuesto) de sí mismo.
Pero el hacer apuntalar lo teórico del enésimo discurso real/virtual mediante la frivolidad y la búsqueda de idiotas paradojas de aspecto lúdico-comercial, no parece ocultar ni siquiera ‘esa otra cosa’ que parece estamos todos esperando (¿se puede uno imaginar un día en el que Hirst, ya hipermillonario y quizá gaga, diga que sus tiburones son el engaño mayor que ha habido sobre la tierra? El discurso es más complicado, pero evidentemente uno sí puede imaginarlo y ya con eso el señor Hirst tiene su merecido pedestal en el Olimpo).
Estos ‘hermanos’, hermanos en la fe de su idiotez, optan por la fragmentación en la narración, por el apropiacionismo barato, por intentar una estética relacional abortada desde el primer momento, por una desconexión de los cauces de la representación que uno duda sea una meta o una inoperancia propia surgida de lo manido y superficial de sus propuestas, por una utilización aburrida de lo publicitario y el fotograma cinematográfico. Y es que, aunque Andy Warhol diga de ti que eres el fotógrafo americano más moderno del momento, cosa que parece haber dicho de Christopher Makos (interesante propuesta de tesis el enumerar la cantidad de sandeces que se vio obligado a decir este buen hombre), no se puede a estas alturas estar dándole vueltas a la serialización, al díptico del ‘a ver que sale’ y a la patochada de poner cuatro imágenes juntas y punto y se acabó.
Lo más es disfrazarse con máscaras de lucha libre mejicana y jugar al despiste del quién es quién y al fíjate cómo nos confundimos en una realidad que nunca es lo que parece. Las palabras de la comisaria, Lola Garrido, son un intento de hacer explicable lo inexplicable: “sus obras son producto de desplazamiento, aventuras controladas, viajes de conocimiento, sin que llegue a existir en sus obras otra cosa que una afirmación permanente de las apariencias”. Que sí, que poniéndonos estupendos se puede decir eso y toda la retahíla de frases hechas con la que todo profesional del sector es capaz de endulzar la más aberrante de las exposiciones, pero hacer de la mediocridad lugar para remitirse a las evanescentes estructuras de la realidad en la que la sociedad postmoderna se asienta, es un ejercicio casi más creativo que el de la propia exposición.
Acabo de oír en la radio que España ha sido declarado por el prestigioso Centro de Estudios para la Felicidad Coca-Cola como el país más feliz de toda Europa. Teniendo como tiene un raro halo eso de la felicidad, y más sabiendo la felicidad que gasta el compatriota medio, con la idiotez, no es de extrañar que fuese aquí, en Formentera para más indicación (rara fascinación la del idiota por las islas, como si fuese un tiovivo interminable), donde la parejita en cuestión se conocieron y decidieron unir sus futuros, si no como las originales hermanas Hilton (siamesas unidas por la cintura que se convirtieron en actrices de vodevil en los años treinta), si al menos como las inestimables Nicole y Paris Hilton, la personificación perfecta de la idiotez caústica convertida en máquina de hacer (más) millones.
Que encuentren ellos mismos su verdadera identidad, ese si que puede plantearse como un work in progress ad infinitum en el que solo faltaría dilucidar su carácter real o meramente virtual. Lástima que ninguna cadena multinacional de TV les ofrezca un reality para tan soberbio proyecto porque el arte si que alcanzaría entonces su verdadero estado de momificación viviente.
P.D: No me resisto, y aún en contra de lo que es este blog, a facilitar un enlace poder verles en sus flamantes bicicletas. ¡¡El video, vean el video!!
http://www.youtube.com/watch?v=ZtxE4e82DAA
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