jueves, 25 de febrero de 2010

ARCO'10: LUCES AL FINAL DEL TÚNEL, ¿POR QUÉ NO?


(artículo originalmente publicado en revista 'Claves de arte': http://www.revistaclavesdearte.com/reportajes/20442/La-embestida-de-ARCO)
Si hay cosas que nunca cambian, ARCO desde luego que es una de ellas. Quizá el ‘desde siempre’ venga a ser una licencia literaria, pero lo cierto es que, al menos desde los últimos tres años, las coordenadas son las mismas: una obra de Bacon lidera el ranking de precios mientras que otra obra de Eugenio Merino logra hacerse con el primer premio en otra categoría ‘casi’ igual de importante: la de ser erigida como obra contendor de todo lo que se le supone al arte contemporáneo (provocación, escaso gusto, espectacularidad o banalidad son los adjetivos más manidos y recurrentes).
Y entre medias, toda la morralla que haga falta, todo el refrito que sea necesario para adecentar unas cuentas, las del mercado del arte que, según nos dicen, también tiene su particular travesía por el desierto de la crisis.
Pero así son las cosas y al final (y como no podía ser de otro modo) todos contentos. El mercado tiene sus cuatro días de gloria y la prensa encuentra su ‘escándalo’ particular al ver cómo un musulmán, un cristiano y un judío subidos el uno encima del otro logran entrar en la -para muchos- meca del arte. Como diría alguno, no es un tiburón en formol… ¡pero casi!

Por lo que se refiere al panorama local, las galerías madrileñas han cumplido más que de sobra mostrando lo mejor de los artistas que han expuesto en el último año. Sin duda era un festival para los sentidos volver a ver las obras que han sido expuestas en la última temporada. Entrar en La Fábrica era reencontrarse con Francesca Woodman, con Marina Abramovic o Gregory Crewdson. Max Estrella ha triunfado igualmente colocando dos obras de Lorenzo-Hemmer entre las demás obras ya vistas. Lo mismo cabría decir de Elba Benítez donde se han podido admirar obras de Ignasí Aballí, de Vik Muñiz o de Ruiz de Infante, mientras que con decir que son Sánchez Castillo y a Jordi Colomer los puntales de Juana de Aizpuru está todo dicho. Otras galerías han optado por llevar a ARCO al mismo artista que estaban exponiendo. Tal es el caso de Maisterravalbuena, que llevó el mismo video de Karmelo Bermejo que se puede ver en su sede estos días, o de Casado Santapau, que hizo lo propio con obras de Alexandre Arrachea. Las demás mantuvieron el nivel de lo que se esperaba de ellas aunque, con sinceridad, Richard Serra en La Caja Negra empieza a cansar, Leo Villareal y sus juegos de luces desmerecen quizá de un trabajo internacional como es el de Javier López, y las ‘hojas rojas’ de García Lorca son inexplicables para una galería como Travesía Cuatro.
Es de destacar que la Galería Nieves Fernández ha logrado ser una de las más visitadas gracias a la obra de Danica Phelps y sobre todo esos objetos recubiertos de telarañas de la artista Chiharu Shiota, objetos que pasaron totalmente desapercibidos cuando fueron expuestos en la galería el pasado mes de Marzo. Pero así es ARCO, capaz como siempre de lo mejor y de lo peor.





Para terminar con lo patrio, los nombres que más se han visto son más o menos los de siempre: además de los ya citados puede que Verbis, Uslé, Amondarain e Yturralde estén entre los más recurrentes, pero sin olvidar tampoco a Alicia Framis, Cristina Iglesias, Muntadas, López-Cuenca o Mabi Revuelta.Extrapolando al resto de galerías, si Peter Zimmerman es sin duda el más expuesto en la feria, la fotografía se llevaría el premio a la práctica que, aún siendo casi la más expuesta, encuentra resultados menos satisfactorios. La crisis tiene sus recovecos en el ‘glamoroso’ mundo del arte, y si las pinturas de Peter Zimmerman quedan bien en cualquier despacho, pudiéndose incluso confundir sin ningún complejo con algún Bartnett Newmann o Rothko, la fotografía ha encontrado su status de ‘arte’ y de ahí no hay quien la saque.
Retratos á la Rineke Dijkstra los hay a millares, fotografías de no-lugares á la Muntadas a puñados, imágenes de objetos á la Wolfgang Tillmans innumerables, y, sin seguir con los tópicos, fotografías de arquitecturas desnudas o de topologías orográficas se dan por doquier dentro de la feria. A destacar entre tanto maremágnum las ciudades chinas de Ángel Marcos, los paparazzi de GRAM, Dorothea Golz y su reinterpretación de la pintura de Vermeer los retratos de Ann-Sofi Sidén o las parejas de guardias de grandes edificios de Aldo Giannotti.
Pero como ARCO es feria que aboga también por no hacerle ascos a la vena comercialota del arte, es bueno disponer de tanto en cuanto de obras mastodónticas que distraigan y diviertan sobre todo al visitante de fin de semana. Habiéndonos ya referido a Eugenio Merino y a su memo intento de provocar por provocar, no nos podemos dejar en el tintero a Enrique Marty y su obra Los curadores (lo abyecto-heavy como bofetada al establishment del arte contemporáneo, al toro de proporciones mitológicas de Ji Yong-Ho o la orwelliana Vida perra de Víctor Pulido. Aunque, sin duda, el oso dándose golpes con la pared sea la atracción preferida en el domingo de feria.
También hay que destacar, aún sin entrar mucho en detalle, la coincidencia casi idéntica de obra de Javier Pérez y Mona Hatoum (un rosario gigante hecho de calaveras uno y de simples bolas la otra), la regadera con maleta al modo de violín de Delvoye, la batería con luces de Iván Navarro, el cubo de basura con ruedas de oro de Chus García Fraile o los objetos imposibles de Hisae Ikenaga. Se ve que pese a la consabida desmaterialización, el objeto sigue teniendo mucho tirón.

Lo humano, desanclado ya de su cariz de abyecto, también es permeable a esta primacía de la visión: Henk Visch propone figuras deshumanizadas y parecidas a gusanos, Ji Min Kim figuras casi robóticas con una gran bola como cabeza, Hwon Kwon Yi va un poco más lejos y desmonta la visión en unas figuras casi imposible de ver, John Isaacs deconstruye la figura humana en una escultura que se confunde con el pedestal y Debanjan Roy una especie de hiperrealismo pop proponiendo figuras de budistas con cascos. También en este capítulo, cómo no, las ‘figuras humanas’ de Thomas Schütte o la crudeza descarnada de Han Hyo Seok.
La obra de Cruz Novillo, que jugando probabilísticamente entre los tonos de una obra dodecafónica y los colores propone una obra eterna, es una bocanada de aire fresco, igual que los videos de Regina José Galindo, no tan impactantes como los del año pasado, pero si con una igual carga dramática y emocional y recurriendo también a cuestiones de poder y género.




Por último, y así a la carrera, conviene citar algunos nombres interesantes: Berkheimer y Verónica Kellndorfer, el arte político de Sanja Ivekovic, el como siempre divertido video de Katayama, las instalaciones escultóricas de Pedro Croft, el ‘apasionante’ mundo sin tecnología de Tea Makipaa, el juego de trampantojos de Shana Lutker con una simple cortina, el vídeo de helicópteros cayéndose al mar de Dinh Q. Le, o las reinterpretaciones de la obra de Freidrich llevada a cabo, aunque de modo banal, por Max Peintner.
Seguro que había muchos más, o también muchos menos, pero igualmente dignos de tenerse en cuenta son los trabajos de Iván Pérez, Iñaki Graceroa, Jorge Pardo, Thomas Locher, John Williams, Tony Cragg, Catherine Opie, Nancy Reddin, Ángela Ferreira, Carlos Garaicoa o Raúl Gómez Valverde.Todo esto, aderezado con algún Longo, Prince, Deacon, Baldessari o Boltanski, además de saberse en el epicentro de eso tan aburrido y caro llamado ‘arte’, es lo que se ha podido ver en ARCO. Como se ve, una cita “ineludible”.

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