martes, 18 de febrero de 2014

ARCO: EL RETORNO REPRIMIDO DEL ARTE COMO ESENCIA DEL ARTE


           TRENTINO: Quiero un informe detallado de su investigación.
           CHICOLINI: De acuerdo, se lo diré. El lunes vigilamos la casa de Firefly pero él no salió. No estaba en casa. El martes fuimos al partido de béisbol. Pero nos engañó, no apareció. El miércoles él fue al partido, pero le engañamos; no fuimos. El jueves hubo un empate; nadie apareció. El viernes llovió todo el día, no hubo partido, así que nos quedamos en casa escuchando la radio.
                                                                         Sopa de ganso

Después de cinco años ya escribiendo sobre lo que se nos avecina, y me refiero a ARCO, a uno le entra un tedio existencial que tira pa’tras conjugado con un vértigo abismal que trata de hacer pie sin partirse la cara: otra vez, un año más, ARCO, la feria de arte, del arte español, del siempre herido de muerte arte español, … ¿Cómo decir algo nuevo de un retorno que es siempre el mismo?
            Ahora ya que la repetición es machacona, cada retorno a ARCO parece ser un retorno de lo reprimido: un encontronazo, más que con lo que el arte es, con lo que el arte no es. Escribir sobre ARCO es escribir sobre la evanescencia del propio arte y de cómo éste hace acto de presencia, precisamente, en su anual no presentarse a la cita que se le tiene preparado. Volver, retornar: para dar testimonio de que el arte ha vuelto a poner sus excusas para retirarse a tiempo.
Pero no hay, creo yo, y pese a los puristas del asunto, nada malo en esto, más bien todo lo contrario. Hay que vérselas con su ausencia para, al mismo tiempo, comprender que el arte está también –y sobre todo– ahí donde cada vez queda menos de él, ahí donde cada vez menos se le espera. ¿No puede decirse que el arte contemporáneo ha devenido la espera que llevamos todos a cabo mientras nos preguntamos si acudirá alguna vez a su cita? Me atrevo aquí a corregir, levemente, a Hegel: no es sólo que el arte sea cosa del pasado, también lo es del futuro. El arte es la espera de que alguna vez el arte reaparezca, que vuelva a ser lo que fue. El arte no morirá nunca porque la espera será infinita. El fin del arte es un acontecimiento que estará siempre a la espera.
Así, es en el carácter feriado del arte de nuestros días donde el arte evidencia su existencia esencialmente reprimida, su carácter de postrera negatividad a la espera de un acontecimiento que solo puede ser el de su disolución. Corolario de lo hasta aquí dicho: el arte es el emplazamiento que queda a la espera del propio arte y que sabemos –nosotros tan bien como él– que nunca acudirá. Mientras el arte esté retirado, mientras el arte no acuda, el fin del arte estará siempre a la espera. Y es este estar siempre a la espera el ser del arte. 


Total y resumiendo, a ARCO hay que ir, es necesario ir, para esperar, nosotros también, al arte; para esperar y, en su no presentarse, vérnoslas precisamente con la esencia contemporánea del arte. Me atrevo a decir que quienes desde premisas de pureza reniegan de esta parafernalia del arte como feria eterna, como puro mercado, son aquellos que no entienden nada: que piensan que, efectivamente, el arte solo es cosa del pasado y que hasta que éste no vuelva lo mejor es quedarse en casa oyendo el serial.
La feria de arte, ARCO en este caso, evidencia el carácter reprimido del arte. Nunca nos toparemos con el arte porque éste ha sido sublimado: para no desquiciarnos en la espera sin fin, hemos obturado en las premisas desde las que comprender el arte para referirlo a una desquiciada repetición pulsional. La repetición, también aquí, de un retorno que es siempre el mismo y que remite a la sintomatología postmoderna del hacer como si cupiese la posibilidad del encontronazo, como si, incluso, nos hayamos dado con él de bruces. Y es que el arte tiene tan buen gusto que no lleva la contraria a quienes dicen haberlo visto por los pasillos de la feria. El arte, y esto es verdad, está muy bien educado.
La clave puede estar en que, igual que Chicollini en “Sopa de ganso”, no damos nuestro brazo a torcer: simulamos estar vigilando a alguien –esperándole– cuando lo cierto es que solo estamos pendientes de un triste partido de béisbol. Pero, ¿no es en el ir y venir del partido donde la vigilancia y espera tiene pleno sentido? Hay todavía quien reniega de la feria de arte porque piensa que se trata solo de un “parido e beisbol” sin percatarse que es solo yendo al partido donde se puede vigilar al arte de cerca, aún sabiendo que éste nunca irá al partido. ¿Paradoja?

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