jueves, 10 de abril de 2014

NARRACIONES CULTURALES O EL ARTE EN SU PROPIO JUGO (O COMO JUGAR EN CASA SIN PERDER EL NORTE)


 
NARRATIVAS CULTURALES. COMISARIO: BRUNO LEITAO
GALERÍA PAULA ALONSO: 06/04/14-28/05/14

La exposición que dentro de Jugada a 3 bandas ha organizado la Galería Paula Alonso no es nada fácil o, quizá todo lo contrario, es sumamente inocente. Sé que no es una forma muy decente de empezar un texto crítico, pero la situación merece ser pensada con detenimiento y, al menos aquí, no nos importa hacer correr ríos de tinta. Seré, si me apuran, más concreto: sea porque últimamente estoy de regreso a la “ideología” deconstructiva, sea porque lo visto no me dice gran cosa o sea –y ni mucho menos lo descarto– porque no haya entendido nada, lo cierto es que esta exposición se me antoja un pelín redundante, buena pero redundante. Y me explico.
No sé si me paso de listo o si hilo muy fino, pero bajo el epígrafe general de “narrativas culturales”, la exposición hace decir a cada una de las obras aquello precisamente por lo que fueron creadas, forzando en todo caso a emplazarse como antagonista frente a una razón hegemónica que es capaz incluso de narrase a sí misma. Es decir, la exposición, en definitiva, dice cómo se crean las narraciones culturales, y eso, creo, es la propia misión del arte, de la totalidad del arte. La exposición toma lo genérico del arte para concretarlo a escala menor, sirviendo así como reduplicación de un decir que ya está – en la propia obra– dicho. Y no se trata, obviamente, de que el comisario tenga que hacer decir a cada obra otra cosa, ni mucho; pero tampoco de servir de altavoz para hacer patente que aquel día fuimos a clase. Total y resumiendo, el éxito de la exposición está más que cantado desde el punto de vista de que, con la teoría deconstructiva de trasfondo– hace decir a cada obra aquello precisamente que en todo caso diría. Puede que ese éxito sea suficiente –y seguro que hemos alabado exposiciones que dicen incluso menos–, pero no sé porqué estoy un poco harto de que me digan una y otra vez lo mismo.
La cosa empieza como debía: por ese origen sin principio ni final que lanza su propuesta al mar de la infinita –e imposible– legibilidad y que en este caso viene de la mano de la inacabada “El arte de la fuga” de Bach. Hay que reconocer que los comisarios son extraños cuerpos que lo asimilan todo con una facilidad pasmosa, casi la misma que exhiben para devolvernos la ‘materia prima’ y proponer algo que, aunque todos sospechábamos, nadie se atrevía a decir. Bach, fuga, inacabada, ausencia de fin: ya desde esta pincelada se nos ponen los pelos como escarpias y la exposición no puede ir sino directa a un éxito patente.


A partir de esta toma de principios que nos sitia ante lo inabordable de poder coger cualquier cosa que todo quedará bien, la siguiente toma de decisiones es ofrecernos el video “Amsterdam” del artista mexicano Carlos Amorales. Sin entrar en demasiados detalles, Artaud y el mismo Derrida –entre otros, pero no digo más que luego me tildan de abundante– hubieran pagado por ver el espectáculo: la hoja de sala nos dice que la cosa va de la destrucción, pero creo que es mentira. Creo que es el momento anterior a toda construcción (que no es lo mismo que la destrucción), ahí donde habla y escritura fallan y dejan paso a la semiótica del gesto, de la expresión, a la corporalidad como imposible tabla de salvación para un yo perennemente disociado, fragmentado, casi esquizoide, casi un cuerpo sin órganos. 
Tras este festival deconstructivo la cosa no puede sino soplar por cualquier parte. Lo mismo da que da lo mismo, lo suyo es instalar cualquier obra dentro de esta escenografía deconstructiva, en esta oralidad fantasmática, y dejar que hable; es decir, dejarlo implosionar. Y lo mejor es que toda saldrá bien porque se trata de una tautología en toda regla: la obra dirá aquello que, bajo cualquier otro contexto, tiene que decir, solo que esta vez coaccionado por la mecánica disciplinaria de una exposición que, bajo el nombre de “Narrativas culturales”, establece el marco para que cada obra diga, justamente, aquello que está destinada a decir.
El siguiente paso, no por obvio, hay que delinearlo con la suficiente maestría. Para hacer hablar a la obra, y por si las pistas hasta ahora dejadas no nos han dicho nada, lo mejor es dejarse de boludeces e ir al grano. La razón construye sus sistemas organizativos valiéndose de una idea hegemónica; eso es una narración. Y donde la razón alcanza mayor prestancia es cuando es capaz de construir un sistema metanarrativo, es decir, un sistema que de cuenta de su mismo proceso de narración.
Ahora es cuando viene lo gordo: la, digamos, metarealidad así construida –véase nuestro actual fondo de contraste, el capitalismo, aquel límite libidinal que construye una realidad-toda panesférica– es descentrada, desvelada como ideológica, a través de ejercicios de diluido ficcional. Así pues, las obras que dialogan entre sí apuntan a ese emplazamiento: ha construir lo otro que todo mismo decir, toda metanarración, oculta para poder funcionar.


Sara Ramo nos muestra su taller en el antes, después y ahora de la creación artística, y al comisario le vale para alegorizar el caos (des)organizativo como lugar desde el que recrear la realidad. Miguel Palma nos ofrece una lectura distópica de los sueños tecnológicos de nuestra cultura, y al comisario le vale para mostrar el reverso de los sueños –las narraciones– que nos dan a consumir. Y, por último, Marlon de Azambuja, en una pieza con casi infinitos desarrollos, le vale al comisario para hacer del arte también un lugar a descentrar, a descarrilar de la rigidez de todas las formas que están ya contenidas en sus estructuras. Todo, hemos de decir, impecable.
En definitiva, las obras recogen la promesa de esa fuga infinita de Bach para establecerse como nuevo origen, como nuevo intento desde el que hacer valer otra narración que no sea aquella otra consensuada, monocorde, unívoca, metanarrativa, que las estructuras hegemónicas nos hacen repetir en una vorágine angustiosa.
Quizá, al fin y al cabo, y aunque hay algo en ella que no me termina de cuadrar la exposición no sea tan redundante… Igual ahora, en tiempos amnésicos como estos, haya que recordar una y otra vez que todo es un gran envío, una gran tarjeta postal.

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