miércoles, 16 de marzo de 2016

NI DIMES NI DIRETES O LA IMPOSIBILIDAD DE LA POLÍTICA


Capitalismo cultural: dícese de la tercera fase en el desarrollo del capitalismo, fase que irrumpe en los años ochenta y que llega hasta la actualidad, y cuya característica principal es el desvanecimiento de lo político en tanto en cuanto éste se da ya únicamente como espectáculo.
Teniendo esto, que a veces se nos olvida, en cuenta es más fácil comprender el tétrico  vodevil que estamos contemplando desde hace unos meses: lo que está sucediendo no es sino la confirmación sin preaviso de la necesidad cuasi-ontológica de una modernidad que ha decidido hacer dejación de principios y, mejor que construir esfera social, hacer que ésta quede conformada por la lógica del espectáculo.
Es más: es simplemente la prueba de campo que el capital necesita para comprobar hasta qué punto puede seguir dinamitando la antaño escena política sin que el personal se dé cuenta, hasta qué punto puede tenernos con la mirada pegada a la pantalla esperando nos cansemos del espectáculo. Dicho de otra manera: la pamema circense de los cuatro pánfilos no es sino un momento efectivo –pequeño y humilde pero, dentro de la escena del capitalismo global, necesario– en el desarrollo del propio mundo-capital.
Puede parecer, ésta que hacemos, una declaración demasiado fuerte. Pero la sintomatología de la sucesión continua y de goteo de efectos más que nada mediáticos sobre la esfera pública es el fondo de contraste único y necesario para semejante aseveración. Todo lo que de este momento histriónico salga no será sino el continuar dando la razón a aquel a quien desde el principio la tiene: el espectáculo.
Desde que este circo empezó, lo único que hemos tenido es una serie de efectos de modulación de la hegemonía de base pero que en absoluto suponen una reconquista de la escena política. Se vaya con rastras al senado, se amamante al niño en la bancada o se dé un piquito a otro parlamentario, el efecto sigue siendo el mismo: la creación de un antagonismo que, vía viral, da a cada uno lo que ya sabía de antemano, la conclusión de que o bien “era necesario” o bien la sentencia apocalíptica de “hasta donde vamos a llegar”. Para el caso, para lo que es nuestro caso, para una escena donde el capital espectaculariza mediáticamente cualquier escena, no solo se trata de cándida inocencia sino que tales gestos van en la honda de permitir una mayor fluídica, un mejor amoldarse a cuantas más inversiones hegemónicas mejor. Porque, recordemos: las ideas hegemónicas no son ya ni directa ni verdaderamente las de la clase hegemónica.


Y es que lo que ha estar claro, si se trata de reconfigurar una escena política diluida ya por completo dentro del capitalismo cultural (inmaterial, mediático y espectacular), es que la única hegemonía a extender no puede ser ya la modulada a partir de un antagonismo espectral sino la que, atenta a los derechos del disentimiento y la diferencia, profundice radicalmente en formas plurales de participación ciudadana. 
Dicho esto, de lo que hay necesidad es de un retorno de lo político, no como convergencia programática con un poder que se detenta sino como ámbito desde donde catalizar una pluralidad de movimientos sociales siempre en dispersión, como vectorización eficiente de un conjunto de micropolíticas de resistencia siempre en fuga. Es decir, la política, la reconfiguración de tal espacio no ya cómo diluido en espectáculo sino como tarea por hacer, no puede ser ya la posesión de un poder –pues eso, para un poder que es práctica y no estructura, es simple fantasmagoría– sino el propio respeto a un poder que se produce y reproduce exponencialmente en cada ámbito de nuestra existencia real.
A lo que estamos asistiendo, en suma, es a la propia imposibilidad de lo político en nuestras modernas sociedades capitalistas. No es que nuestros cuatro jinetes no quieran, que estén más pendientes de movimientos de sillón que de vertebrar una eficiente escena política. Es que, simplemente, es imposible: dicha escena, como tal, o se vertebra desde una pluralidad multiforme atenta a la diseminación y la diferencia o no es más que un empeñarse en la misma lógica implícita que mueve el mundo.
Si la misión más urgente que cabe esperar –de nuestro tiempo, de nuestra sociedad, de todos y cada uno de nosotros- es la de volver a dotar de contenido propio a la esfera política, si la propia política no puede ser comprendida sino como el socavar las bases de una escena donde política y espectáculo son una y la misma cosa, el folletín de gestos, whatsapps, virales, memes, etc, vienen a hacer preclaro una situación de afasia: no hay ya posibilidad alguna para la política. O, lo que es lo mismo, pase lo que pase, nada tendrá que ver ya con nosotros: será una mera martingala para que el espectáculo, la capitalización del mundo, continúe su vertiginosa implantación. 

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