martes, 20 de diciembre de 2016

ATLAS DE LAS RUINAS DE EUROPA: LA TRAVESÍA EN EL DESIERTO COMIENZA AHORA


ATLAS [DE LAS RUINAS] DE EUROPA
CENTROCENTRO: 30/09/16-29/01/17

            UNO
Si algún acontecimiento puede decirse que ha tenido lugar en las últimas dos décadas es, sin duda, el del cierre del pliegue. Todo se ha clausurado sobre sí mismo y ya no hay espacio –ni tiempo– para que suceda nada más que el zumbido sordo de una catástrofe continua. La alegoría, ese impulso neobarroco que algunos vieron como respuesta teórica a una postmodernidad que licuaba espacios a marchas forzadas, se ha salido de la vía de servicio por donde discurría: en el devenir esquizoide de ese “ser otra cosa”, la lógica alegórica de la representación ha terminado por remitir a una ipseidad absoluta donde el reino de lo idéntico campa a sus anchas. Anulada la impronta Real, ahora todo acontece en la obscenidad de un fuera de escena pues ésta, la escena, ha quedado sellada quién sabe si para siempre.
El crimen es, como señaló Baudrillard, perfecto y nada apunta más que su propia falsedad simulacionista. Nada tiene ya la capacidad para remontar la autoreferencialidad de un mundo como doble invertido de sí mismo; no hay ya cadena de significantes que nos haga barruntar un envío postal que, dirigido a nosotros mismos, nos saque de este atolladero. “Nuestra cultura del sentido se hunde bajo el exceso de sentido, la cultura de la realidad se hunde bajo el exceso de realidad, la cultura de la información se hunde bajo el exceso de información. Amortajamiento del signo y de la realidad en el mismo sudario”, apuntó el sociólogo francés.
Nos hundimos y la imagen aquella del barón de Munchaussen tirándose él mismo de la cabellera para salir del fango donde se había metido ha resultado ser un espejismo válido solo mientras creíamos estar atravesando el desierto. Pero ahora que sabemos que detrás del desierto no hay sino más desierto, constatamos que lo mejor es disfrutar del espectáculo que supone el estar siendo tragados, absorbidos por el sistema. Así, desapareceremos junto con el mundo pero, y eso es lo importante, el espectáculo habrá sido sublime.

Jacques Philippe le Bas
Y es que, como dijo Malevich hace ya un siglo en su Manifiesto del Suprematismo, “ya no hay ‘imágenes de la realidad’; ya no hay representaciones ideales; ¡no queda más que el desierto!”. Pero sumidos en el desierto, ahí donde no se habita sino que tan sólo se recorre, donde se avanza sin roturación ninguna ni coordenadas que nos indiquen el rumbo, nuestra tragedia es que hemos perdido el rastro: avanzamos en círculos y las huellas que vemos al pasar no son ya posibles direcciones a seguir sino un emborronamiento masivo, una cacofonía de inscripciones donde no termina por no haber nada escrito. Desierto, por tanto y como apuntó Brea, “como fatal ruina incluso de la ruina, alegoría inexcusable de todo futuro y metáfora mayor de la efimeridad y contingencia de todo el trabajo del hombre. (….) Seña de clausura de un ciclo, el civilizatorio”.
En definitiva, y ya que la palabra “ruina” ha sido citada: tal es nuestro descalabro, nuestro desvarío y desorientación que ni la ruina, antaño elevada a tótem intempestivo desde donde repartir temporalidades con capacidad de resignificación y repotenciación, puede ser ya tomada como tal. Es decir, no hay forma de echar la mirada atrás para intuir el latir de una constelación que nos trasporte a algún otro futuro que no sea el que, de antemano, tenemos asignado: aquel donde no acontezca –no siga aconteciendo– otra cosa que la catástrofe de nuestra cotidianeidad.



DOS
Es de esta situación de extravío perpetuo de lo que trata esta estupenda exposición: de la propuesta de una serie de constelaciones inconclusas –tanto en su origen como en su destino final– que no expliquen pero que sí muestren una cartografía de nuestros desafueros, que radiografíen nuestra circunspecta catatonia ante el páramo baldío que se abre ante nosotros. En cuanto que últimos hombres incapaces de ver una salida y que no hacen sino dar vueltas en círculos concéntricos –nihilismo reactivo–, para quienes ni siquiera el valor testimonial de la ruina tiene nada que decirnos, esta exposición se nos antoja como fundamental. 
Dividida en cuatro partes –Naturaleza, cultura, cuerpo; Infraestructura; Superestructura; Destrucción, reparación– la exposición diseña infinidad de recorridos para venir a dar en la escombrera en que Europa se ha convertido. La primera parte da cuenta del proceso de medida y cálculo, de armonización y proporcionalidad que se llevó a cabo para construir una determinada idea de Europa sustentada en la normativización de saberes con estructura de sistematización. En este sentido, Europa da nombre al proyecto de antropomorfización cultural de la naturaleza. Cabría señalar a Vasari y el origen de la Historia del Arte como sucesión de biografías de artistas considerados importante, la craneometría de Blumenbach, el cráneo de Mengele, Vesalio y la nueva concepción del cuerpo y del cosmos, William Hogarth y el canon de belleza aplicado a todo ámbito, Marco Vitruvio Polión y la concepción matemática de la anatomía humana.
El segundo capítulo da cuenta de la red telúrica de (dis)tensiones que han ido vertebrando Europa: el imperio romano como germen de poder y frontera con el bárbaro a conquistar, la hegemonía cultural griega, el conocimiento como herramienta de poder, el mapeado como método de control, la “touristización” burguesa de la Ilustración y la “turistización” de la ciudad-mercancía en un mundo global, la reconversión de la nación en Estado del Bienestar y la actual dialéctica de la democracia. Ligorio, Paladio, Piranesi y sus carceri, Winckelmann y la primera sistematización de la Historia del arte, Bentham y el panóptico, Paul B. Preciado y el control psico-farmacológico. Como colofón la pieza de Muntadas CEE/Heysel Dyptich donde el Parlamento Europeo se confronta como nuevo oráculo de Delfos, solo diferente en la extrema burocratización y la hegemonía de los poderes económicos. Tanto para una diferencia tan poco emancipadora. O, como concluyeron Adorno y Horkheimer, “el mito es ya Ilustración; la Ilustración recae en Mitología”.

Piranesi
            La tercera de las partes –Superestructura– da forma y vertebra ese nudo de tensiones mostrado en la parte previa, la Infraestructura. Aquí, a resueltas de esa tectónica modular que separa y fragmenta, que ejerce presiones e impone su fuerza, el territorio es compartimentado a través de “un complejo entramado de escalas, políticas y representaciones”. De este modo, y amplificando la lógica militar, el mundo queda “europeizado”: dividido en relaciones jerárquicas, norte y sur, oriente y occidente, democracia y no democracia, y, al mismo tiempo, canalizado en grandes corrientes de intercambio simbólico e inmaterial.    
            Pero sin duda que la más interesante es la que hace de coda final: la cuarta, Destrucción, reparación. Porque es aquí donde todo lo apuntado previamente, lo anotado para formar parte de una memoria, lo catalogado para crear un corpus de saber, lo cartografiado para ser sometido a control y poder, incluso lo arruinado como forma de acumular historias olvidadas, es destruido, subvertido, anulado, eliminado. Con el Holocausto como acontecimiento nuclear, como razón que termina por olvidar incluso el olvido que la hace viable, lo que se nos muestra son sobre todo estampaciones de los desastres de la guerra: Goya, Jacques Callot y la Guerra de los Treinta Años, Ernst Friedrich y la Primera Guerra Mundial, Richard Peter y la Segunda Guerra Mundial. Junto con ello, junto lo cruel y atroz de muchas de las imágenes, está la consigna clara de que solo nos queda la bunkerización pregonada por Virilio, el ensayo de suturas especulares con el que simular nuestros rostros aún con algún aliento de identidad (Kader Attia) o el enfrentamiento directo con el trauma que practica Hrair Sarkissian.

Hrair Sarkissian
Y es que lo que está claro es que pasado, presente y futuro no vertebran ya ninguna historia. Ni aquella que narra lo que seremos ni lo que pudimos haber sido. No hay solución ninguna, ni de continuidad ni de discontinuidad. Irene Mohedado, Forensic Architecture, incluso las palabras de Albert Speer o la planta de Roma de Piranesi con todos los monumentos de la Antigua Roma nos indican que hemos perdido el mapa con el que rastrear el pasado, que ni hay ni habrá síntesis que auscultar en ningún pasado ni en ningún presente.
¿Qué queda entonces? Queda la herida desangrada de un pasado imposible de reengancharse en la historia mínima de nuestras vidas, un pasado sin capacidad ninguna para servir de disparadero desde donde superar la delgadez atrófica de nuestro mundo-imagen. Porque, ¿qué ver, a dónde ir, qué sentido auscultar bajo la catástrofe de la historia narrada por Alain Resnais en Nuit et brouillard?

            TRES
Al final del periplo, por tanto, volvemos donde estábamos: al desierto. El desierto de la historia, de la imagen. No haya nada que podamos decir ni nada que podamos ver. “Actualidad intempestiva del desierto –decía Brea– cuando, en consecuencia, todo lo que ya cabe esperar de la cultura, del discurso de supuesto saber y las prácticas que de él se declinan, es también la pura contingencia, pura forma provisional, una significación efímera y en cierta forma anticipatoria de su propia prematura caída en la insignificancia, en la indiferencia”. 

Nuit et brouillard, Alain Resnais
Y es que, para concluir, somos bellas estatuas retroproyectadas en la Gran Pantalla Única, fragmentadas en imágenes construidas a base de pequeños nódulos sinápticos generados como respuesta pauvloviana a un mundo espectral lleno de banalidad, indiferencia e imbecilidad. En esta situación, nuestra gran tragedia es que hemos perdido el manual de instrucciones con el que reconfigurar una imagen, un futuro, una historia o una identidad a la que poder calificar de nuestra, a las que poder calificar de nuestras.
Pero a pesar de todo esto –casi al contrario: gracias a que ha sucedido todo esto–, gracias a que nuestra orografía es la desnudez intempestiva de un secarral, bien podemos por fin enfrentarnos a nuestro destino en la honradez de quien se sabe perdido. Sólo ahora podemos labrarnos un destino más alto: habitar ese desierto baldío que surcamos; proponer alguna forma de nihilismo activo frene a lo reactivo y agorero del presente sin fondo que surcamos 
A este respecto, decía Benjamin que “únicamente quien supiera contemplar su propio pasado como un producto de la coacción y la necesidad, sería capaz de sacarle para sí el mayor provecho en cualquier situación presente. Pues lo que uno ha vivido es, en el mejor de los casos, comparable a una bella estatua que hubiera perdido todos sus miembros al ser trasportada y ya sólo ofreciera ahora el valioso bloque en el que uno mismo habrá de cincelar la imagen de su propio futuro”. Somos eso y mucho más: porque no cabe ya pasado ninguno que nos muestre donde empezar a golpear con el cincel. Hemos de crearnos de cero, atrevernos a ser pura futurabilidad: ¿cabe tamaña aventura?

Richard Peter
En sentido parecido se expresa Rancière al hacer del Torso del Belvedere germen interpretativo de la basculación del régimen estético basado en la representación mimética a otro llamado “estético”: el surgido a finales del siglo XVIII y principios del XIX, ahí donde ahora estamos. El Torso, dice, “no expresa ningún sentimiento y no propone ninguna acción que imitar”, no hay representación ninguna ni ninguna memoria se asoma bajo sus miembros amputados. Está totalmente separada de las formas de vida en las que habían surgido: ya no ilustran ninguna fe, no se dirigen a ningún público, no significan ninguna grandeza social. Solo nos remiten a una desconexión y sustracción de sentido. Es decir, el Torso señala que no hay destinación que nos marque el ritmo, que no hay lógica ya que haga depender la producción estética de una distribución determinada de competencias, que no
En definitiva, atlas de las ruinas de Europa, atlas anatómico de nuestra moribundía: pero más que final de camino, inicio –quien sabe, sí tuviésemos el arrojo, la decisión– de un nuevo despliegue. No como superación –Aufhebung– de ninguna metafísica, de ningún desierto ni de ninguna olvido, sino como decisión de empezar a construirnos un futuro sin coordenadas, sin manual de instrucciones. Desplegar sin más la tienda, saber que no hay refugio ante este viento que sopla y que esa es nuestra mayor oportunidad, la única, para que la vida, nuestras vidas, no nos sean nunca más ninguneadas ni ofrecidas como reclamo para quién sabe qué oscuros propósitos.

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