jueves, 16 de abril de 2009

CONEY ISLAND REVISITADO

A CONEY ISLAND OF THE MIND
GALERÍA MORIARTY: 19/03/09-04/09


En la aldea global del enterteiment y el espectáculo, algo tan inocente como un parque de atracciones no puede por menos que causar aturdimeinto y nostalgia. Esos lugares, bulliciosos a partir de cierta hora y dependiendo de lo benigno de la climatología, solitarios y como a la espera de ajetreo la mitad del tiempo, suponen un encontronazo con lo brutal de la realidad: ¿a qué esperar si el espectáculo está por doquier?, ¿por qué trasladarse y juntarse si el entretenimiento es ahora de consumo único y personal?
Nada causa tanto desasosiego como la escenografía del ocio en barbecho: una playa turística en invierno, un parque de atracciones olvidado y cayéndose en pedazos,… No se ven sino fantasmas. Y es que, principalmente, si la atracción de feria o la barraca de pueblo, venía a significar lo otro que nunca sucede, el disfraz o el fantasma que se esconde detrás de los acontecimientos, hoy, cuando es el simulacro mismo el que opera como realidad global, no hay necesidad de levantar totémicos lugares para el disfrute de la masa. La masa, en sí misma y para sí misma, es ya un espectáculo de primera calidad.
Actualmente esos lugares, la enfatización del pastiche postmoderno donde todo cabe, no vienen a ser sino lo obsceno del poner sobre el tapete las necesidades impulsivas de consumo de la propia masa: parques temáticos levantados a golpe de ampulosidade yankee, donde la diversión se resuelve entre el pato Donald, el fast food, la ultimísima novedad tecnológica, el desfile de majorettes y los fuegos artificiales para cerrar, oh, la perpetua fiesta de un día que ya ha pasado pero que será, seguro (porque ahí radica el negocio) idéntico al próximo.
Pero, ¿escapa hoy algo a esta escenografía del parque de atracciones? Desde el macrofestival de música con guardería incorporada, hasta las vacaciones paradisíacas con pulserita para la clase media, parece que poco queda a salvo. Incluso el arte tiene sus propios parques de atracciones en forma de multitudinarias ferias, bienales y demás.
Lugares para la inocencia ya no quedan. Nadie quiere ser ya inocente, aunque tampoco es cuestión de desear o no desear: es que no se nos deja ya ser inocentes, no se nos permite siquiera.
Ciertamente tuvo razón Lawrence Ferlinghetti al pronosticar un Coney Island de la mente: el único parque de atracciones, el que surja de los sentidos y la mente. Pero no es tan fácil. Porque desde mucho antes que el estado del bienestar diese las primeras muestras de espectáculo, ya la senda machacona del capitalismo avisaba: pulular por el parque de atracciones a deshora significa la exclusión. Radicalizado y puesto al día: esse est consumir. La esencia del existir, el consumir. Y, por encima de todo, el consumir ocio. Desde el Live Aid hasta la Super Bowl, desde la entrega de los Oscar hasta el telemaratón solidario, todo se trata de ser consumido en la pantalla mediática.
En este sentido, la retahíla de biografías ‘excluidas’ norteamericanas es larga. Desde la vida consumida a sorbos de whiskey de Scott Fitzerald, pasando por el disparo a bocajarro de Heminway, hasta llegar a la huida en el camino de Keruac o al aullido de Ginsberg: ya no se trata de generación perdida, sino de generación excluida. “I saw the best mind of my generation destroy by sickness”, decía Ginsberg. Otra vez la mente: para bien o para mal, todo termina o acaba en la mente, en su cementerio o en su parque de atracciones. Eso, claro está, antes de que la esquizoide capitalista haya investido el objeto-mercancía de tal forma que sea imposible si quiera la duda. Sé lo que deseáis y yo os lo voy a dar: pertenecer.
Llegar a esta exposición, pasar por el torno de simulado metro que hace las veces de salto marypoppiano a lo irreal, es situarnos, otra vez, en el parque de atracciones único: el de nuestras propias experiencias y el de nuestra mente.
La obra de Darya von Berner es simplemente deliciosa: uno coge uno de los billetes de metro puestos para la ocasión, lo pasa por el trono y se oye la voz de Ferlinghetti: “the pennycandystore beyond the EI, is where I first fell in love with unreality”.





Ya no hay vuelta atrás. Pasar es enamorarse de lo irreal y es, también, quedar excluido del parque de atracciones telemático del exterior. Pudiera parecer sencillo, pero no olvidemos que cierta garantía de felicidad es la que sigue dominando el show de la telerealidad mediática: la que nos proporciona ser parte de la masa ocupados en el onanismo de nuestra propia contemplación.
Solo si miramos nuestro billete de metro nos daremos cuenta de que, de una manera enormemente poética, todo vuelve a encajar: “Outside the leaves were falling”. Sí, nos hemos enamorado de lo irreal.
Todo lo que hay dentro, una vez pasado el umbral, no nos deja indiferentes: caminar entre la real y lo irreal, entre el presente y el pasado, entre lo confiado de unos sentidos y el engaño de su propio trampantojo, entre lo visible de nosotros mismos y lo que escondemos…, todo eso, y mas, es lo que nos ofrece una de las mejores exposiciones del año en Madrid.
Por destacar, podríamos reseñar los cuatro videos que forman parte de la exposición. Zoé T. Vizcaíno, en su obra “Estudio sobre el umbral III”, a través de una inusual sencillez en plano fijo y un jugar con la ambigüedad del tiempo de lo contemplado y de quien contempla, que nos puede recordar incluso a Bill Viola, nos hace ser espectadores de la misma realidad descomponiéndose por una pedrada.





Por su parte Lili Hartman, en un video que forma parte de una instalación que simula ser un saloncito de estar, nos enfrenta a nuestra propia memoria y melancolía. Ella misma, ataviada como anciana, tararea canciones que han formado parte de su vida. Solo deslizar el eje discursivo y todo causa una profunda sensación de irremediable desasosiego. “i can´t get no satisfaction”, canta.
El video de Sophie Whettnall ‘ Conversation piece 2’ es mucho mas radical. Lo irreal no es la realidad descompuesta ni el pasado-memoria, sino nosotros mismos, el monstruo que habitamos. Paseando por un parque (otra vez el parque), una mujer relata con angustia sus diferentes problemas psicológicos, desde la bulimia hasta desear la muerte. “Quiero que alguien me mate”, se la escucha decir. Y es que el parque de atracciones de lo irreal tiene también su tren fantasma. Pareciera que este video es el reverso de una obra expuesta estos días en la Grey Art Gallery de Nueva York. Anneé Olofsson, en su obra ‘Evil eye’, nos muestra también a una mujer, pero esta vez aparece visible tumbada en una cama con los ojos cerrados. Lo que se escucha son sus propios pensamientos, problemáticos e inquietantes, recogidos muchos de ellos de la vorágine mediática: desapariciones, violaciones, asesinatos. Exterior e interior. Y todo ello separado por la fina membrana de nuestro cuerpo. O se nos muestra el exterior relatándonos el interior, o viceversa.
Por último, Manuel Saiz, en su video ‘A life’, trabaja con la búsqueda de espacios y de nuevos horizontes, el camino que se recorre al tiempo que se construye. Caminante no hay camino, etc. Lo tiene todo: hasta el mirar atrás contemplando el camino que no se ha de volver a transitar. Simple como efectivo, pero poético ante todo.


Solo sentimos que haya que salir, que haya que volver a picar el billete de metro. Ya no está Ferlinghetti, ya no hay tienda de caramelos ni nos hemos enamorado. Solo hay, ahí fuera, hojas, hojas cayendo en un otoño eterno y sin fin.

2 comentarios:

  1. Recomendación: después de los puntos y aparte se agradece una linea extra. Espacio, ruptura, proporción, la lectura exige pautas y estructuras; una separación explícita nos permite ubicarnos, pausar lo suficiente como para tomar aliento y afrontar el siguiente parrafo con arrojo, sobre todo teniendo en cuenta tu manera de escribir: ampulosa, frases largas, generosa en figuras y metáforas.

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  2. Se agradece la recomendación. Lo suyo sería una tabulación, pero parece que el blogger no lo permite. Ya lo veremos a ver que tal queda...
    saludos!!!

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