jueves, 29 de abril de 2010

ARQUITECTURA Y MIRADA: LA CONSTRUCCION ÍNTIMA DE UN ESPACIO


ISIDRO BLASCO: ‘AQUÍ HUIDIZO’
SALA ALCALÁ 31: 17/03/10-16/05/10
(artículo original publicado en 'arte10.com': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=370)

Los presupuestos estéticos del arte contemporáneo tienen en la expansión de sus diferentes prácticas, sobre todo desde que teorizara sobre ello Rosalind Krauss, un campo recurrente al que acudir. Problematizado en su propio concepto, el arte encuentra en esta expansión un modo de pensarse y de autoreflexionar sobre sus posibilidades actuales de producción, al tiempo que una salida decorosa al callejón sin salida en las que muchas de ellas han ido a parar. Pintar sin pintura, esculturas que juguetean con la instalación, fotografías tridimensionales, son solo algunas de las estrategias más plausibles para un arte que se regenera a golpe de guiños entre diferentes técnicas.
Curioso que sea ahora, cuando el arte se ha visto en la necesidad de cancelar muchos de sus programáticos deseos de autonomía, cuando la tan traída posibilidad de la ‘obra total’ tenga más visos de llevarse a cabo. Pero el arte es así: cuanto menos tiene, más es capaz de ofrecer a cambio. Lástima que para ello, las más de las veces, sea a cambio de hacer dejación del caudal crítico que uno cree inherente a la práctica artística.
Esta exposición del escultor Isidro Blasco, y que hasta el próximo día 16 de Mayo puede verse en la Sala Alcalá 31 de Madrid, puede ser ejemplo perfecto de este estado en que se encuentra el arte actual. Los triunfos estéticos alcanzados por el artista son innegables, pero la sensación con la que uno se queda al salir de la muestra es que mucho, quizá demasiado, ha sido lo que el arte ha debido de capitular para poder seguir produciéndose.
Isidro Blasco reactualiza la estética del cubismo para, desde ese primado de la percepción fenomenológica, exhibir una serie fotográfica de realidades cotidianas. Elegido un motivo cotidiano, el artista se afana en fotografiarlo en diferentes tomas para después montar con ellas una especie de collages escultórico donde las fotografías, superpuestas unas con otras, se ofrecen al espectador como una nueva experiencia visual.

A modo de rocambolescos puzles, las obras se elevan como jeroglíficos visuales donde la mirada del espectador se posa para intentar hallar una síntesis totalizadora. Así, a medio camino entre la fotografía, la escultura y la instalación, Isidro Blasco nos ofrece bocados de realidad tamizados por una mirada descentrada, yuxtapuesta, abigarrada y, alguna de las veces, exhibicionista.
Pero, a pesar de ser digno de encomio el trabajo llevado a cabo por el artista, a pesar de no ser tampoco el propósito principal de la obra una reasignificación totalizadora por parte del espectador, esta estética de la recepción esta más que superada y corre el riesgo de no llevar más que a fruslerías de salón. Pero, y si no entonces, ¿cuál es el trasunto que se sigue de estas filigranas escultóricas? Posiblemente, ninguno. El artista simplemente propone y el espectador dispone. Pero querer ir más allá es posiblemente inútil.
Y es que buscar una mirada crítica, un querer enfrentar al espectador con un ejercicio deconstructivo que asola la realidad cotidiana, es algo que, a pesar de quedar apuntado por interpretaciones mil, no estaba en los presupuesto del artista. Y ahí, en esta desconexión crítica de la realidad en que queda asentada toda experiencia humana, radica el gran vacío en el que se sustenta esta exposición.
Como decimos, este insoslayable defecto para un arte que de ninguna manera ha de quedar ayuno de contenidos críticos, no es razón suficiente para que no sea reconocido el trabajo del artista ni para comprender que, en algunas de sus obras, acierta de lleno. Porque, hilando más fino, por descontado que desde donde parte Isidro Blasco es en proponer una reflexión sobre el hecho originario del habitar y del vivir, del construir y de la relación que pueda evidenciarse entre la arquitectura y la mirada.
A este respecto, su obra puede enlazarse con diferentes preocupaciones estéticas. La primera de ellas, y como escultor que es, viene de la mano del intento de comprender el espacio como algo que trasciende la mera fisicidad del volumen escultórico. De ahí que, como hemos apuntado al principio, su obra se circunscriba a los ya pretéritos intentos de desvincular a lo escultórico de su mera funcionalidad ornamental o monumental. En este sentido, su obra puede vincularse con las preocupaciones constructivistas de un Moholy Nagy o un Naum Gabo, o con los Merzräume de Kurt Schwitters.
Pero, sobre todo, su obra puede comprenderse como un intento de mediar en los procesos constructivos de identidad basados en la percepción del espacio al que uno se haya más íntimamente unido. Así, uno, al tiempo que va recorriendo diferentes escenas cotidianas, puede también hacerse la idea de quién es en realidad Isidro Blasco. Dividido en dos pasillos, la exposición separa entre las obras que llevan el título genérico de Dentro y de Fuera. A modo de una fenomenología de la percepción que se propone como constituyente de un habitar y de un vivir, el artista nos muestra un tanto exhibitoriamente los espacios que constituyen su adentro y su afuera. Los primeros, cóncavos, muestran imágenes de sus casas y de su familia. Los segundos, convexos, nos enseñan escenarios de sus discurrir vital por al ciudad de Nueva York.
La imbricada relación que puede haber entre el ‘fuera’ y el ‘dentro’, entre arquitectura y construcción, entre habitar y vivir, es algo que el artista tiene en mente al reflexionar sobre la existencia del ser humano. Dejando la fugacidad de una huella detrás de nosotros, el espacio llega a configurarse como receptáculo de unas vivencias que nos construyen, al tiempo que, de igual manera, nosotros configuramos perceptivamente el propio espacio.


La obra más acertada de esta exposición es sin duda alguna aquella que transita por el ‘entre’ de ambas construcciones, la del espacio y la de la identidad. Ambas, fugándose y yendo una a rebufo de la otra, solo esperan el momento en que ambas vengan a confluir en la muerte. En ‘When my time comes’ una luz se proyecta sobre un decorado desnudo aludiendo al poder perceptivo que tiene el mirar humano. Más allá de la penumbra en que parece estar todo sumido, más allá de la tramoya escenográfica en que toda vida parece ahogarse, el mirar humano trasciende la simplicidad de lo físico para adentrarse en las ensoñaciones de lo turbador y lo utópico. Solo cuando nuestro mirar coincide con la construcción de nuestros sueños es cuando puede decirse que hemos cumplido, que nuestra hora ha llegado. Mientras, nos toca existir: habitar, vivir, mirar, construir …
Pero quizá la obra que nos da la bienvenida, ‘When I woke up’, sea la que más a las claras pone el acento en esta desnudez descarnada de lo arquitectónico como espacio vivencial propio del ser humano capaz de problematizar el hecho propio del vivir y del habitar. A la vez que alude a un ‘despertar’ que el propio artista tuvo en relación a sus ulteriores preocupaciones estéticas sobre el espacio, la obra recoge la defragmentación epistémica del sujeto postmoderno, su incapacidad para otorgar unidad compositiva al todo y, sobre todo, el tener que vérselas con espacios troceados y deconstruidos, donde toda vivencia es solo un fragmento de un sinsentido más global. La influencia de la desarquitectura de Gordon Matta-Clark es aquí insoslayables.




Por tanto, a pesar de que la puesta en claro de un ‘aquí huidizo’ que nos constituye a golpe de sedimentación vivencial y nos remite a un presente que es siempre acogido en un mirar tan retrospectivo como utópico necesita de algo más que alegatos artesanales a modo de estrategias expansivas, la actual exposición de Isidro Blasco tiene el acierto de proponer un mundo sustentado por una renovación del mirar y del habitar, un mundo en el cual, como dice José Manuel Costa, comisario de la exposición, “sin mucho esfuerzo, podemos imaginar nuestra propia mirada”.

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