martes, 13 de julio de 2010

LA PROFUNDIDAD DE LA PIEL


RUGGERO ROSFER/SUN SHAOKUN: 'BUREAUCRATIC BEAUTY'
ARANAPOVEDA GALERÍA: hasta 25/07/10
(artículo original en 'Revista Claves de Arte':
http://www.revistaclavesdearte.com/critica/20670/Ruggero-Rosfer-y-Shaokun-en-la-Galeria-AranaPoveda)

Deleuze, en su Lógica del sentido, no paraba de repetirlo: ‘lo mas profundo es la piel’. Y es que todo acontecimiento se da a nivel de superficie: constituirse como ‘yo’ no es otra cosa que elevarse desde las profundidades del auto-erotismo a la superficie a la que remite el enlace fálico. Y, en todo este proceso de elevación, la imagen, siempre la imagen: ahí donde proyectar una intencionalidad primero narcisista y más tarde castrada y angustiada por la herida edípica.
Pero si imagen es toda acción que se desarrolla en la superficie y que puede aparecer en ella, es obvio que todo sistema económico-social se basa en lo mismo: producir ‘escenas’ donde la herida narcisista en que toda subjetividad queda anclada halle satisfacción inmediata. Es decir, dar el cambiazo de un fantasma por otro, de uno como huella inequívoca de la incompletitud a que remite un yo fragmentado en sus heridas y complejos, por otro donde toda energía quede cargada con beneficios siempre al sistema. Producir imágenes, esa y no otra es la verdadera labor de cualquier sistema. Cuanto más fuerte sea el fantasma, cuanto más fuerte sean las imágenes que llenan la sutura imposible que provoca la angustia del Edipo, más fuerte será el sistema. A este respecto, tanto el sistema comunista como el capitalista se han erigido en los dos grandes relatos que han abastecido de imágenes a la humanidad durante casi dos siglos.
Ruggero Rosfer (Milán, 1969) y Sun Shaokun (Beijing, 1980), en la exposición que puede verse hasta el día 25 de Julio en la Galería AranaPoveda, investigan las contradicciones en que se halla la imaginería comunista en China al estar siendo, poco a poco, barrida por el gran relato de nuestro tiempo: la globalización.



Si la integración psicoanalítica del yo se da a nivel de superficie, Sun Shaokun experimenta en sus propias carnes la invasión de una identidad, rural y comunista como es la suya, a manos de un capital que irrumpe con una fuerza tan destructora como seductora. Su investigación es simple pero contundente: sobre retratos fotográficos realizados por Rosfer, la propia Shaukon graba usando técnicas chinas de grabado y dibujo, trabajando siempre en miniatura, lo que vendría a ser una vestimenta ornamental.
Comprendiendo siempre cada obra como grupos de tres fotografías, el resultado se torna como una incisión profunda en la propia superficie de la maquinaria comunista y en su capacidad para generar imágenes abarcadoras, al tiempo que una mueca cínica a la seducción propia del capital. Tocada con el gorro del ejército comunista, simulando ser una conejita playboy, o posando como las modelos de esos viejos grabados de la moda oriental en los años veinte, el resultado es el mismo. Si por una parte hay una denuncia a los clichés ya decadentes de la simbología china, por otra se expone la duda de si realmente el aliento de modernidad no está logrando una tensión insoportable para unas identidades que, se quiera o no, llevan grabadas a fuego en su piel una imagen formada durante decenios.
Y es que a duras penas se soporta el tufo hediondo que desprende la maquinaria actual del capital y su candidez a la hora de ofrecerse como remedio para todos los males. Si ya de por sí, en Occidente, apelaciones a la libertad individual y a la democracia plebiscitaria que `disfrutamos’ está con una cuota de popularidad más bien escasa, transponerla a otras sociedades basándose en el consabido ‘progreso’ y ‘bienestar’, no consigue sino exponer más claramente todas las contradicciones de una razón que ni siquiera puede atarse en corto ahí donde vio la luz.



Así las cosas, la ciudadanía china se muestra como desubicada, al socaire de unos vientos que lo desmenuzan tanto moral como culturalmente. A este respecto, la cuarta de las series es demoledora: ahora Shaokun realiza sobre su propio retrato, esta vez casi embalsamado por una máscara de escayola, el ejercicio de denunciar la falta de identidad a que ha llevado el mito de la globalización en una sociedad como la china. Despellejándose a tiras, cortando esa máscara con incisiones que ahora de forma brutal simulan un barrenado en la misma carne, Shoukun expone sin concesiones lo que es el actual sueño chino: ser borrado, transfigurado, metamorfoseado según los cánones de belleza occidentales. La parodia llega aquí a su punto más alto: la candidez de un sueño libertario transformado en pesadilla esquizoide. Y es que, si el esquizoide es aquel que ya no puede reconocerse, el gran relato mistizoide de la globalización ha conseguido lo que parecía imposible: que, tanto a un lado como a otro, sea la esquizofrenia aquello que instaura el orden iconográfico y que disponga para ello de todo un campo intensivo a nivel de superficie corporal. Ahora, ya por fin, nadie se reconoce en sus propios deseos.
Para concluir, nada como volver al principio. Deleuze se refiere a que “lo que cuenta es el intersticio entre imágenes, entre dos imágenes”; no por nada, sino porque es ahí donde la fluidez libidinal, la maquinaria productora de imágenes encuentra mejor sustento y mejor agarre para ejercer su poder maquínico. Pero también donde la irrupción de unn maquinaria nueva, tiene más visos de prosperar.
Por tanto, atrevernos a saber que todo sucede en la frontera, así como a dar expresión a nuestros deseos mediante la producción de un inconsciente que redunde siempre en nuevas imágenes en la superficie, es la salida para al menos intuir la radical posibilidad de una utopía, un tiempo donde sean otras los discursos que consiguen subir a la superficie y otras, por tanto, las imágenes que llevemos laceradas en nuestra piel.

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