martes, 29 de marzo de 2011

IDEOLOGÍA Y PODER: ¡ESTO ES UNA FIESTA!



CARLOS GARAICOA: PARTY, NOT TEA PARTY
GALERÍA ELBABENÍTEZ: marzo-abril 2011

Party! Not tea party! O, lo que es lo mismo, ¡el mundo es una fiesta! Claro que, y a continuación, depende de que parte de la tarta te toque.

A estas altura del partido, no se trata de dinamitar al poder desde fuera (mucho menos desde dentro), ni de sacar las vergüenzas del “sistema”. El poder, casi ya sonrojante citar aquí a Foucault, es una cosa rara: una estructura –una tecnología- hacia la que volvemos nuestro rostro buscando alguien o algo que le otorgue alguna dimensión. El poder es eso que nos da forma y al cual, nosotros mismos, damos forma, siendo entonces la vida psíquica del poder la que me hace estar vuelto hacia mi mismo.

Pero sin duda alguna que Garaicoa no piensa en estructuras generadoras de subjetividad. Él piensa el poder como ese gran púlpito –andamiaje- sobre el cual, encaramados a él como verdaderos charlatanes de feria, personajes de muy distinto pelaje nos obsequian con sus oratorias para, en el fragor de la batalla mediática, ganar o no perder algún puñado de votos.

Y quizá ese sea una de las virtudes de esta exposición: no andarse demasiado por las ramas de lo abstracto-filosófico para ceñirse a eso que, si bien no es –machadianamente- lo que pasa en la calle, si es lo que pasa en los medios –oseasé, en la realidad.

Dejarnos de tanto etiquetar, de tanto poner rostro y cara a unas ideologías que ya solo buscan el remanso del butacón y del despacho, para ver que no hay más que un gran rumor festivo, un show quizá varios pasos más allá del show-business. Debate, discurso político, convención, reunión de partido, discurso de campaña, mitin, desayuno informativo, etc, son todas ellas formas de oratoria para lograr visibilidad, para que no nos olvidemos de que están ahí, de que siguen estando ahí, de que, a pesar de que nada significa ya demasiado, de que el ruido mediático simula una pantalla perfectamente plana donde todo acto de significar está condenado al fracaso, sus palabras siguen teniendo la importancia que se “merecen”.

Pero, no seamos ahora nosotros los que nos andemos por las ramas. Carlos Garaicoa es cubano y, como tal, como nacido en 1967, hijo de revolución. Su memoria, su presente y su más rabiosos futuro es lo que está en juego en cada una de sus propuestas. Hace pocos meses, por ejemplo, en la instalación que llevó a cabo en Matadero Madrid dentro del programa Abierto por Obras dispuso siete tapices en el suelo los cuales representaban algunas de las firmas de antiguos comercios de La Habana con nombres evocadores como La Lucha, Pensamiento, Sin rival o Reina. Textos que pueden leerse habitualmente en los suelos de esta ciudad porteña y sobre los que Carlos Garaicoa intervino alterando su significado original.

Así pues, las variables que dispone sobre el tapiz para jugar son aquellas que remiten a historia y poder, a espacio y memoria, y, junto a ellas, las estructuras lingüísticas, antropológicas y arquitectónicas que funcionan a nivel dinámico y condensador de una determinada realidad.

En esta oportunidad, su alto nivel conceptual unido a una destreza formal más que notable dan forma a una exposición que, sin buscar demasiado, sí que desvela bien a las claras la fantasmagoría en que aquello llamado ideología se ha convertido.

Si Althusser, el pensador a raíz del cual surgen las modernas teorías del poder unidas a la ideología, entendía al sujeto como una forma-sujeto constituida exteriormente por el poder que los interpela de forma ideológica, ahora la ideología se ha convertido en un espectáculo más, en la farándula de un poder transformado en espectáculo. Y así es porque de la ideología althusseriana se pasó a la disciplina de Foucault como estructura productiva de subjetividades para terminar cayendo, con el correr de los últimos años, en la perfección maquínica del simulacro: todo es una fiesta porque todo, ideología y política casi antes que cualquier otra instancia, ha recaído en lo fantasmal del espectáculo. En el decir de Debord, “el espectáculo es una actividad especializada que habla por todas las demás”.


Si cabe entender la función de la disciplina como aquella que consiste en producir un tiempo subjetivo integrable sin pérdida a ese tiempo objetivo que ya no es el de la existencia individual sino el de la continuidad del proceso del trabajo y de los ciclos de producción, ahora, reconvertido ese tiempo en el del ocio y divertimento propio del espectáculo, la ecuación termina por resolverse en la absoluta omnipotencia del espectáculo como régimen actual de producción. Así pues, de nuevo y como reza el título…¡¡party, not tea party!!

Es en la obra titulada Prêt à Porter donde Garaicoa enfatiza este deterioro de la ideología reconvertida en moda pasajera, en galantería de salón encaminada a la hipervisibilidad de los sujetos que forman el entramado de lo político. Sobre una mesa el artista dispone de unos moldes para sombreros de alta costura al tiempo que interviene en recortes fotográficos de periódicos tocando a cada personalidad política con un sombrero diferente. Así, la metáfora está servida: si el poder es la fiesta de disfraces a la que nadie excepto los propios políticos están invitado, si el sombrero es el don intercambiable, la marca de la pertenencia a un club, los moldes para sombreros son las subjetividades no ya solo formadas sino más que nada moldeadas y manipuladas por un poder tan especular como espectacular, tan festivo como insidioso.

Otra obra, El árbol de la abundancia, nos invita a actuar y lanzar monedas de 2 y 5 céntimos a un árbol de metal imantado como si de una fuente de los deseos se tratase. Quizá aquí poder y deseo se unen para dar forma a un nuevo desvelamiento: y es que ambos, y más aún en el actual régimen de lo espectacular, remiten el uno al otro de tal forma que el poder quizá no sea, después de todo, sino la instancia totémica conformada por todas las monedas lanzadas por todos nosotros. Deseos, miedos, temores, ambiciones, todo ello viene a sumarse en la imagen invertida que el poder nos ofrece.

Pero, sin embargo y como debe ocurrir siempre, la última palabra debe de ser la nuestra: que el discurso político esté vacío, caduco dentro de unas estrategias marketonianas de compra/venta de votos, que la ideología sea meramente el contenedor para el cual cualquier discurso es válido, es una realidad tan obvia que no nos debe de hacer olvidar la necesidad perentoria de reactualizar y resemantizar todo el espectro socio-político. A eso ayuda el arte; a eso, sin duda alguna, ayuda esta magnífica exposición.

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