miércoles, 19 de diciembre de 2012

DE MAPAS Y TERRITORIOS: SUBVERTIR EL PENSAMIENTO


 
CARTOGRAFÍAS CONTEMPORÁNEAS: DIBUJANDO EL PENSAMIENTO           
CAIXA FORUM MADRID: 21/11/12-24/02/12

 Organizar el caos de las percepciones, fragmentar los datos, codificar el espacio: solo así podemos tener acceso –aunque limitado- a la verdad relacional que se esconde bajo las apariencias de la realidad. Late en el fondo la necesidad humana de representar para conocer. Porque proyectando en un mapa lo que se lleva a cabo es representar la realidad, domesticarla, tener acceso a ella. Pero, ¿qué media en cada representación?, ¿quién dictamina que se da a ver en cada mapa y qué no?, ¿qué relación existe en todo mapa entre lo representado y lo que se puede ver?

Las prácticas artísticas han tenido en cuenta esta problemática y se han dirigido con una batería casi infinita de estrategias a poner por una parte en jaque los procesos ideológicos que se esconden en toda representación y, por otra, a proponer nuevas relaciones, nuevas topografías que amplíen el campo de lo visible y de lo posible. Esta exposición da cuenta de manera magistral de esa ecuación tan fascinante como perversa: cómo la visión condiciona la comprensión, cómo la representación condiciona el conocimiento.

         Catalogar, clasificar, conceptualizar, proyectar, etc. Y, entre ellos, mapear y cartografiar: la violencia de la razón que trata de imponerse tiene una historia muy larga, quizá mucho antes de que Homero, en el Canto II de la “Ilíada”, desplegara un catalogo completo de naves donde enumera las regiones y caudillos que formaron la coalición de los aqueos contra Troya. Porque en eso consiste el poder de la razón: en plegar la múltiple realidad a unas determinadas relaciones que por sí solas expliciten dicha realidad de forma clara y simple.

Dos coordenadas, dos ejes: el mapa y el territorio, el dispositivo que nos ofrece el conocimiento y lo dado a conocer, el primero plegándose como puede sobre el primero bajo la premisa de que, en todo caso, el mapa no es el territorio. Dicha expresión, debida a Alfred Korzybski, alude a que la imagen que cada uno tenemos de la realidad que nos rodea no es sino una versión de la realidad misma. Dicho de otro modo, la cosa observada y la imagen de la cosa observada son objetos diferentes, por más que ante nuestras mentes pretendan identificarse en todo llegando a confundir lo que percibimos con el objeto que vemos.


Así, en semejante ejercicio despótico, en la falla que media entre el “ser” y el “parecer”, el error de la razón hace pie precisamente en aquello que trata de olvidar: que todo es una ejemplificación, una determinación siempre parcial y escueta y que, para acercarse al acontecimiento, no existe camino único ni vía directa.

Pero si durante una época la misión era ampliar cuanto más fuese posible el mapa para ampliar el conocimiento y el campo representacional, ahora de lo que se trata más bien es de dinamitar las racionalidades que han venido en dar por válidas determinadas relaciones cognoscitivas, sociales y políticas. Porque la realidad descansa en un nouménico fundacional y acercarnos a él provoca un fogonazo luminoso que nos ciega: un nudo borrodiano, un desplazamiento de placas, un no-lugar en el centro de una presencia que es siempre ausencia.

Y es que, si se ha descubierto que la razón es simplemente la mascarada de una ideología que impone su razón de ser, en el límite de esta paranoia el territorio ha venido a coincidir con el mapa. Tal proceso, acelerado por el capital, hace hincapié en el hecho de que la razón –el lenguaje, el signo, etc- es autoreflexivo y se basan en la función metalingüística: si la palabra no es la cosa representada, acercarnos a ella trae consigo una serie infinita cuya trabazón epistémica solo viene dado por la naturaleza autoreflexiva del propio lenguaje. Así por ejemplo el “una rosa es una rosa es una rosa …” de Gertrude Stein:  una serie lingüística que en su intento de mapear la realidad es incapaz de solaparse de ella. Siempre una aproximación asintótica, un epsilón como fractura cognitiva, una falla por donde el ser se (des)fundamenta, pero que en los últimos años ha sido eliminada por el poder fantasmagórico del simulacro.



  En “Cultura y Simulacro”, Jean Baudrillard recuerda un cuento de Jorge Luís Borges sobre un mapa que tenía un grado de exactitud y tamaño tan grandes, que cada punto del mapa coincidía exactamente con el punto geográfico que se buscaba señalar, de modo que para ver Pekín había que ir realmente a Pekín. Esta es la implosión mediática, el poder maquínico del signo que ha operado el ejercicio mefistofélico de adueñarse de la realidad e intercambiarla por él mismo. Ahora ya por fin, si toda realidad es comprendida como representación, obviamente que el mapa sí coincide con el territorio según un ejercicio simulacionista y de alto grado de abstracción donde “el gran signo único”, el capital, funciona de gran dispositivo de hiperrealidad.

Pero yendo ya a la problemática central que se trata en esta exposición, la representación topográfica que supone una cartografía mapeada ha funcionado desde siempre como dispositivo de visibilidad: no se representa en el mapa solo lo que se ve sino, y sobre todo, lo que no se ve. Se mapea para tener representación de ese ámbito de indecibilidad e imposibilidad, para proponer un reajuste novedoso en la realidad circundante. Porque si la realidad no es única y si es inabarcable desde el punto de vista del mapeo, por otra parte hemos de decir que el trabajo topográfico del mapa no ha de ser visto únicamente desde este aspecto negativo, sino que su misión consiste en ampliar la propia realidad, en vérselas con lo incognoscible para operar una hipótesis de trabajo.

Es, sin duda alguna, esta vertiente la que más interesa aquí: un mapa es una posibilidad de resistencia frente al imperio dogmático de la realidad que sella lo ya conocido, lo ya dado por válido. Un mapa es la consigna de un deslizamiento en las relaciones que construyen la realidad. No es tanto una puesta en limpio de lo ya sabido como un atrevimiento frente a las relaciones archimanoseadas de lo trivial: una nueva relación espacial y temporal, una nueva posibilidad para la memoria insumisa frente al dogma del vencedor, una diatriba contra la manipulación de coordenadas, una arqueología de lo distorsionado y los deslizamientos, una esperanza para otras cartografías, topografías y utopías.



Sin querer ser exhaustivo sí que merece la pena no perderse lo siguiente: Arturo Barrio y su cuchillo que mezcla el lugar con el mapa, Varcárcel Medina y sus reflexiones sobre el paso del tiempo, On Kawara y sus fechas, postales y sus ‘I met’, Sugimoto y la perversión de la medida espacio-temporal, Francis Alÿs y la tragedia de las fronteras, Ruscha y la condensación del espacio laboral, Alighiero Boetti, Marcel Broodthaers y la descontextualización norte/sur, Matta-Clark y la especulación del espacio, Oriol Vilapuig y la topografía de la memoria, Ana Mendieta e Yves Klein y sus geografías del cuerpo, Guy Debord y la deriva en la ciudad como modo existencial de catarsis, Hirschhorn y los mapas fluídicos de lo que no queremos ver, Richard Long y las huellas del cuerpo, Ignasi Aballí y su mapa “mediático”.

En todos ellos aletea una tensión, ya sea entre lo visible y lo invisible, o entre las justificaciones institucionales que dan por válido una cartografía determinada. El trabajo del arte es provocar esa tensión, desenmascarar una realidad que, pese a simular ser única e indivisible, no es más que un constructo socio-político manejable, disruptivo, asíncrono e ideológicamente construido.

Punto negativo: se echa de menos un último apartado para la reflexión de ese mapa infinito que ahora forma el ciberespacio. Lo virtual, sostenido en un tiempo heterocrónico e instantáneo y un espacio condensado en lo infrafino de una topología rizomática, ha hecho realidad el sueño hipertecnológico de la Modernidad: que, como decíamos más arriba, el mapa sea el territorio. Dinamitar esta trabazón, insertarse en las lógicas del capital que saturan los regímenes de visibilidad, es el trabajo que en la actualidad merece más la pena.

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