jueves, 27 de noviembre de 2014

PEP VIDAL: TIEMPO (DES)CONTROLADO PARA UNA TESIS


PEP VIDAL: LOS LÍMITES DEL CONTROL
GALERÍA LOUIS21: 14/11/14-17/01/15


Si algo puede decirse que está claro en este mundo nuestro es que la historia aquella de Aquiles y la tortuga se no ha quedado pequeña. Pequeña no porque nos hayamos ido a otras cosmovisiones y cosmologías donde el tiempo y el espacio sean otra cosa, sino porque, de tanto acostumbrarnos a vivir en sus telúricos laberintos, que Aquiles coja o no a la tortuga nos parece un juego de niños en comparación con la profundidad que nosotros hemos encontrado en el asunto.


Como prueba un botón, o mejor dos. Según volvía a Ciudad Real en el Ave después de ver la exposición, en la radio estaban dando cuenta de un problema económico de altura: son tantos y de tanta capacidad los programas informáticos implicados en dar órdenes al Mercado, que suele ocurrir que el valor que marca una empresa sea, ni más ni menos, espectral y fantasmático: es decir, es de todo punto imposible comprar o vender a ese precio que marca. Apenas se dé la orden, ésta entra dentro de unos flujos que, por muy corto que sea el tiempo para ejecutarse la orden, el valor ya se ha modificado. A este respecto, tres días más tarde un amigo, comercial de software, me comentaba que los bancos están pidiendo programas capaces de operar en cienmilésimas de segundo. Es decir, en apenas un suspirito, en menos que canta un gallo, en un chass.


Así pues, no sabemos cómo terminó la historia de Aquiles y su tortuga, pero nuestros problemas van de lo mismo: ¿cómo instalarse en el ‘tiempo-ahora’ si no es más que pura evanescencia, apenas un suspiro rodeado de miles de instantes ‘antes’ y de instantes ‘después’?


Dicho lo cual conviene no desviarse demasiado de nuestros asuntos: esto va de arte y, también, de matemáticas. Porque Pep Vidal, como buen matemático, sabe que aunque parezca mentira hay la misma cantidad de números en el intervalo [0,1], que en el intervalo [0, 0,1]: si no recuerdo mal (yo también soy matemático aunque de los malos) “alef sub cero”. Es decir, un infinito pero con apellido, con pedigrí. Y Pep Vidal, como buen artista que es, también sabe que –sin ponerle demasiada economía al asunto– es en los intersticios del tiempo donde habitamos, donde nuestro destino se juega. En definitiva, Vidal sabe que nuestro límite de control es bastante pequeño, apenas un épsilon: el que separa siempre a Aquiles de coger a la tortuga, el que separa al comprador de invertir al valor preciso, el que separa nuestras acciones de su supuesto efecto. Porque lo que es interesante es cómo nuestra vida está, igual que los mercados o la carrera de Aquiles, zaherida por microscópicos intervalos donde, en cada uno de ellos, todo puede decantarse por un ‘sí’, un ‘no’, un –como diría Bloch– ‘no-todavía’, o, como creemos dice Vidal, ‘aún-ya’.


Y es que, pensamos, donde se sitúa el artista es en esos intersticios microscópicos pero que son capaces de reunir en torno a sí diferentes temporalidades: instantes que, aún en su evanescencia, consiguen ser comprendidos como límite superior de todos los pasados y límite inferior de todos los futuros. Es decir, quizá no hayamos alcanzado nunca a la tortuga, pero hay ciertos pasos que aún en su escuálida pequeñez nos lanzan al futuro y nos retrotraen al pasado. Total: conseguimos adelantar a la tortuga por delante y por detrás. ‘Aún-ya’, decimos: quizá nada esté ‘aún’ resuelto –el futuro está abierto- pero ‘ya’, quizá un ‘ya’ que tiende a épsilon, está todo hecho –el pasado está cerrado.


Y, ¿sobre qué aspectos cifra Pep Vidal está capacidad de ciertos instantes de ser ‘aún-ya’? Todo sobrevuela, de principio a fin, la tesis de física que escribió. Porque la tesis trata sobre lo mismo que la exposición pero, como no, desde el punto de vista científico: cómo medir lapsus temporales cercanos al nanómetro y de qué manera puede afectar cambios imperceptibles de las condiciones de medida. Es decir, otra vez, lo imperceptible de un tiempo que es cualquier cosa menos ‘presencia’ y que pareciera ser más bien un agujereado esponjoso lleno de instantes cercanos a la nada.



La primera obra, titulada Artist proof, es la primera copia no definitiva de la tesis en cuestión y que, como punto de torsión que marca el fin del principio –pues ya es con esta versión con la que se trabajará para la corrección definitiva– merece su encapsulamiento en una caja de metracrilato. Así, lo simbólico de esta copia es que es principio y fin al mismo tiempo, límite superior e inferior de un intervalo incrustado en otro más amplio –el de la presentación de la propia tesis– pero que, como los números, contiene en sí tantos trayectos de ida y vuelta (tantas posibilidades de éxito y fracaso) como el periplo completo.



La siguiente obra se basa en otro de estos intervalos de máxima elongación y mínima profundidad: aislado ya en una cabaña para poder acabar en seis meses la tesis, el artista detiene un instante la carrera de atrapar a su tortuga particular y realiza un dibujo que, como bien dice la hoja de sala, simboliza el “comienzo del final”.


Y si hemos aludido ya al ‘fin del principio’ y al ‘principio del final’ queda, sin duda, lo más interesante: la tesis, ya acabada –al menos virtualmente acabada– ha de cerrarse definitivamente con los agradecimientos. Un tiempo, un instante, una duración: lo que tarde en dar cuenta de todos los agradecimientos y que pondrá al bueno de Pep Vidal a punto de otra involución. ¿Qué hacer? Ahora, imagino yo, se trata de lo contrario, de elongar el tiempo para que nunca acabe: y es que nunca queremos coger a la tortuga del todo. Nos da miedo.



Así entonces, los agradecimientos se convierten en ventanales abiertos a muchos de los acontecimientos que ocurrieron en la vida de Vidal en los seis años que tardó en escribir la tesis. Otra vez, por tanto, la misma historia: en el instante de escribir los agradecimientos caben tantos instantes como los de los últimos seis años ¿Nos suena? Seguro que sí: en el intervalo [0, 1] hay el mismo cardinal que en el intervalo [0, 0,1], o en [0, 0,01], o en… Porque la serie no tiene fin, igual que nuestros recuerdos: “me acuerdo de…”, empieza a escribir, como un nuevo Perec, el hombre ante su obra ya –sin lugar a dudas– acabada.


Aquí se eleva la paradoja fundacional de nuestra vida: si Pep Vidal hubiese dado cuenta de todos sus recuerdos, se hubiese abierto otra serie infinita de microacontecimientos (la de cada frase que dice lo que ha recordado) que, seguramente, daría al traste con la primera serie y más importante: la del propio acabamiento de la tesis. ¿Solo me lo parece a mí o es fascinante? Y es que en esta paradoja se conjuga nuestras dos cronologías: la lineal, aristotélica, esa que dice que después del antes viene el después; y aquella otra, fenomenológica, quizá hasta agustiniana, la de la triple temporalidad del Dasein que se abre a cada instante al momento de una decisión que lo lanza al pasado y al futuro, esa que nos dice que en cada retorno cabe todo el pasado y todo el futuro.


Pep Vidal, para concluir, juega con esta paradoja que no es sino nuestra tragedia más moderna (¿no dijo Shakespeare aquello de que “el tiempo está desquiciado”? Es decir, el tiempo no cabe ya en sus cajones, en sus intervalos, está sobrepasado) y lo expone de forma estéticamente bien precisa: no sabiendo medir el tiempo más que como sucesiones de ‘ahoras’, nuestro tiempo más íntimo –ese otro fenomenológico– nos desborda destinándonos a una existencia paradójica, errática, espectral y, sobre todo, descontrolada.

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