viernes, 14 de enero de 2011

LA HISTORIA ABRIÉNDOSE A LOS PIES: BALKA EN EL MNCARS


MIROSLAW BALKA: ‘CTRL’
MONASTERIO DE SILOS: hasta 25/04/11 / MNCARS: hasta 20/02/11
(artículo original en 'arte10.com':

Desanclada de sus potencialidades utópicas, la historia ha encallado ante su propia reificación. Cosificándose en la presencia del siempre-ahora, la post-historia se muestra ante nosotros como el solar donde ni siquiera queda en pie ruina alguna. Más que de la ruina, nostalgia del romántico, es de su ausencia de lo que habría que preocuparse.
En este solar descoyuntado donde todo fluye sin telos normativo alguno, la existencia se teatraliza y la razón se vuelva barroca. Si lo neo-barroco apunta a tratar con los excesos propios de la demolición de la historia, la alegoría remite a ese exceso propio con el que juega la función representativa, dándose como espectáculo el exceso del suplemento al que apunta la propia alegoría.
El espectáculo entonces se da como una pasión desmedida por lo Real, siendo la historia el dominio en el cual lo Real ejerce su violencia. Comentarios tales como el de Zizek suponiendo que el triunfo de los terroristas del 11/S fue no tanto el daño material como los efectos espectaculares que causaron o, más aún, los de Stockhausen calificando el atentado contra las Torres Gemelas como la obra de arte total, son buena prueba del poder maquínico de un signo convertido en espectáculo gracias a la radical novedad –hiperpresente retransmitido en tiempo global- que instaura.




En este estado de cosas, el arte, más que como sentencia célebremente Adorno, cargar con toda la culpa del mundo, se ve en la urgencia de pactar con la propia historia para, aún a riego de operar un cortocircuito en su función monumental y mnemótica, seguir viviendo en el régimen libidinal de la hipernovedad con excelente salud. Lo que propone, el arte, para no ser tachado de irresponsable con lo que pudiera ser su propia destinación, es una saturación de la propia memoria que redunda en una banalidad casi sin límites donde, con la oportunidad que brinda una genealogía postmoderna comprendida más como acumulación de sedimentos que como instantes que operen diferentes aperturas fenomenológicas, las estrategias artísticas juegan abusivamente con la historia.
En este sentido, Gerard Vilar cifra en tres las estrategias postmodernas que más claramente abusan de la historia: apropiacionismo y simulacionismo sin límites, obsesión traumática por el archivo, y espectacularización e ironización de la historia. Todas ellas apuntan a una imposibilidad de pensar la historia que no sea en términos nostálgicos y melancólicos. Y es que el neo-barroco es eso: el cierre epistémico, representacional en primer término, que imposibilita pensar la historia más que como catástrofe. Porque, como dice Christine Buci-Gluksmann, “¿No es el neobarroco la alegoría de nuestro mundo, un mundo después de la catástrofe en el que el fragmento, las ruinas y el carácter óptico de todo lo real, serían los índices de una historia saturniana?”
La obra de Miroslaw Balka cabe entonces entenderla como un intento, magistral por otra parte, de pensar nuestra relación con la historia de otra manera que no suponga una cosificación ni una banalización de la propia historia. Porque, a fin de cuentas, ¿cuánta memoria podemos soportar? Memoria e historia vienen a quedar cifrados en el trauma esquizoide de nuestro tiempo: la pulsión de archivo. Cargar con todo, tenerlo todo a mano, no desechar nada. El terror habita detrás de cada gesto, de cada nimiedad, y lo siniestro, el Unheimlichkeit freudiano, se ha convertido en nuestra relación existencial fundamental.



En esta ocasión Balka propone dos escenarios, uno en el Monasterio de Silos y otro en la Sala de Bóvedas del MNCARS. En el primero de ellos, Balka ha retomado una temprana obra suya para recontextualizarla. Un papa negro y una oveja negra es lo único que hay dentro de una estancia a la cual se pasa empujando un tirador. El dramatismo de estas dos efigies se enfatiza cuando el espectador, al querer alcanzar la salida, se confronta con su propia imagen que incide en los espejos situados detrás de la puerta que da acceso a la sala. La memoria entonces se fagocita, la historia, la nuestra, queda subsumida dentro de lo melancólico y tétrico de una simbología, la del papa y la oveja, que nos perturban. La narración en que queda cifrada toda historia se desvanece en un instante de profunda
Para el MNCARS, la instalación sigue las mismas pautas. Una primera galería, con tres grandes jaulas rellenas de espuma foam custodian las tres salidas. Detrás de una de ellas, un sonido nos invita a acercarnos y pasar a la otra estancia. Aventurándose en la espesa oscuridad, el fuerte sonido se transforma e corrientes de aires dándonos de lleno en el rostro. La oscuridad y el aire nos envuelve hasta que alcanzamos la pared del fondo y, lentamente, nos damos la vuelta. La luz de la entrada tamiza la estancia señalando el camino recorrido. El instante lo subvierte todo, la memoria de una historia queda en contrapicado al enfrentarse a los delirios agonizantes de una mazmorra. Siendo como es el Edifico Sabatini un antiguo hospital, no nos cuesta encontrar ahí dentro alusiones a la locura, a lo excluido, a lo demente: todo aquello que componía y sigue componiendo lo irracional-perturbador de un psique, la nuestra, que ha descubierto que son los excesos de lo racional lo que más daño produce.
Balka introduce lo siniestro, lo trágico, lo oscuro de unas existencias pasadas, y las pone en relación directa con un presente que ya no puede ser experimentado como inmediato tiempo-ahora, sino que queda descoyuntado de la idealidad de su temporalidad para asumir la carga de un pasado transido de potencialidades que no hallaron actualización alguna. Condensar el pasado, el fracaso siempre del pasado, y reactualizarlo en relación directa con nuestro presente para, desde ese insondable abismo, negociar un futuro abierto a lo diferente.
La dialéctica de la imagen, de la apariencia, de la que Balka se vale, es la que asume para sí la necesidad de transigir con las diferencias, de suspender el juicio reflexionante y dejarse zaherir por lo inconcluso de un tiempo que se abre a nuestros pies. La filosofía de la Historia de Benjamin encuentra aquí a su mejor valedor, porque, para el alemán, “sin duda que no es que lo pasado venga a volcar su luz en lo presente, o lo presente sobre lo pasado, sino que la imagen es aquello en la cual lo sido se une como un relámpago al ahora para formar una constelación. Dicho en otras palabras: imagen es la dialéctica en suspenso”.



Igual que en su memorable How it is? para los Unilever Series en la Tate Modern, el instante en el que las imágenes de Balka nos subyugan, es al darnos la vuelta, al mirar la tamizada luz que envuelve lo que hasta entonces era negritud. Benjamin, a colación del célebre cuadro de Paul Klee Angeles Novo, comenta: “en ese cuadro se representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo a lo que mira fijamente. Los ojos se le ven desorbitados, tiene la boca abierta y las alas desplegadas. Pues este aspecto deberá tener el ángel de la historia. Él ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe que amontona incansablemente ruina tras ruina y se las va arrojando a los pies”.
Esos, precisamente, somos nosotros cuando nos damos la vuelta: ángeles que ven la catástrofe de un mundo derruido por el vendaval del progreso. Sólo que, en esa luz tamizada, en esa apertura lumínica, en ese tirador, Balka propone una interpretación otra, diferente, una interpretación para al cual el presente quede recargado con utópicas potencialidades. Y es que, si de veras queremos que nuestra relación con la Historia sea otra diferente de aquella que la cosifica en un pesado fardo con el cargar, si queremos escapar a la profusión de imágenes donde ya no hay nada que ver (Baudrillard) o esto ya lo he visto antes (Virilio), si queremos curarnos de el insano fetichismo del documento, hemos de dejar de lastrarnos con la nostalgia por las ruinas ausentes y apostar por novedad que instaura la esperanzadora temporalidad de lo diferente.

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