miércoles, 17 de octubre de 2012

LUIS ÚRCULO: ENSAYO SOBRE LA RUINA


LUIS ÚRCULO: ENSAYO SOBRE LA RUINA
GALERÍA EVA RUÍZ: 20/09/12-14/11/12

         Si hay algo en lo que creo podemos convenir es que, la ruina, definitivamente, no es lo que era. Porque antes sí, antes, allá cuando el romanticismo creaba mundos, la ruina remitía al poder subyugante de ese “sido” donde se pensaba aún podía aletear virgen la creación y la ensoñación, la sublimación de los mundos de la muerte, el sueño y el deseo.

Pero hoy, cuando la inmanencia centrífuga de la videosfera ha calado tan hondo que ya nadie cree en otra cosa que no sea la inmediatez maquínica de lo visual, el adelgazamiento extremo de la imagen encallada en su hinc et nunc absoluto hace que la ruina sea considerada un excedente solo capaz de reabsorberse en el flujo global mediante la canalización que otorga la nueva religión mundial: el turismo. Porque el turismo, esa peregrinación aborregada, no tiene otra misión que la de, poco a poco, reducir el mundo –el espacio y el tiempo- a una gran y única imagen del mundo en la cual pasado, presente y futuro se confundan en una lacónica mueca de cansina ociosidad: en la melancolía de poder, ya por fin “verlo todo” –y, cómo no, fotografiarlo todo..

El turismo es el último estadio de la técnica: permite acelerar el proceso de la modernidad –el devenir imagen del mundo- implicando para ello a todos los ciudadanitos, a todos los trabajadores que cargan con sus familias –familias como aquella de Rimbaud que todo se lo deben a la Declaración de los Derechos del Hombre”- para darse su merecido festín de espectáculo y ocio.

Perdón por esta introducción tan fuera de onda, pero es que hay un movimiento más profundo que merece la pena destacar para, ya por fin, ponerlo en relación con la obra de Luis Úrculo. Y es que, en esta infestación de miradas que nada ven, en la pulsión maquinal que supone el verlo todo detrás de un objetivo tele-fotográfico, el poder ejerce la más perversa de sus maquinaciones: la de convenir la descompresión de todo ejercicio semántico y la nivelación de cualquier imagen para impregnar en el sujeto una melancolía despótica por las formas de poder ya concluidas, una especie de fascismo de baja intensidad pero merced al cual –y con la descomposición y colapso de todo ideal- historia, poder y sujeto devienen un mismo ente abstracto capaz de movilizar –y adiestrar- las pocas energías de resistencia que aún pudieran condensarse en el ciudadano medio.
 
 

Así entonces la ruina fascina no ya como lo innombrable de un pasado remoto, sino como la seducción de un espectáculo hiperbarroquizado y listo para consumir, como una capacidad desbordante para concitar en un mismo juego de miradas la satisfacción del “yo estuve ahí” con la precisión de una mirada panóptica que todo-lo-ve. Lo sublime no remite ya a una ética (Moritz), ni a un más allá de la representación (Kant): remite a la capacidad de la mirada para adiestrase con el poder y confraternizar en una mirada despótica y violenta que fagocita cualquier insurgencia, cualquier intento de oposición.    

Una vez dicho esto, ahora sí: los ensayos de Úrculo irrumpen para desgarrar esta mirada nuestra acobardada y adiestrada en saber siempre lo que ve –y lo que hay que ver-, para socavar esta identidad antes referida entre poder, mirada y sujeto, para confesar que nuestra mirada goza con la tragedia porque ve en ella la seguridad de que el poder –el poder al que por supuesto uno está bien agarrado- es realmente un lugar seguro.

Sus pequeñas construcciones y la ruina en que casi de inmediato se convierten hacen que nuestra mirada se tope con esa sintomatología nuestra que creíamos una simple contemplación de la belleza de la ruina y que, ahora, se descubre como iracunda y desenfrenada ante el festín caníbal de ver todo destrozado. La repetición pulsional, una vez más, funciona como dispositivo desde donde lo invisible y silenciado sorprende con su presencia.

La celebración de la ruina comprendida aquí como hecho estético concita entonces la pregunta de por qué ya la ruina no nos afecta, qué posición ideológica hemos tomado dentro del plano de inmanencia llamado Vida para que los vectores del pasado no tensen ninguna topografía ni conciten reverberación alguna, sino un babear entre dientes la grandeza del espectáculo de saber que, efectivamente, siempre ganan los vencedores.

            Al final, creemos, surgen preguntas que pensamos pueden formar parte del ideario del artista: ¿qué es la arquitectura?, ¿a qué intereses sirve?, ¿puede lo indefinido y lo efímero plantar cara a la mega-arquitectura?, ¿qué hacer en un mundo donde la ruina ya solo apunta a la sintomatología del derrumbe escenografiado en que encalla toda cultura? Lo aquí visto sirve para concretar cuál es la línea argumental de Úrculo: trabajar en la intersección de espacios, en sus límites y en la periferia, hacer de la traducción y la manipulación, del transvase de escalas y ritmos, la estrategia perfecta para preguntarse por nuevas relaciones entre la mirada y el espacio, entre el poder y la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario