lunes, 11 de febrero de 2013

DÚPLEX: ARTE EN LA CASA


DÚPLEX: 08/02/13-17/02/13
c/ Guadiana, 29, El Viso, Madrid (de 9:30 a 14:00)

 comisarios: Sara García y Daniel Silvo    http://duplexmadrid.wordpress.com

 Empecemos por algo que no tiene mucho que ver. Cuando, allá por el 75, muerto el dictador, se empezó a constatar que nadie sacaba del cajón de la mesilla novela alguna de esas capaces, como se decía de boquilla, de revolucionar la literatura española, el peregrinaje al número 7 de la calle Pisuerga empezó a hacerse más usual. En esa calle de El Viso de Madrid vivía Juan Benet y hasta ahí iban literatos e intelectuales, jóvenes y consagrados, para hablar y charlar, para formar una de esas Republicas de las Artes tan derridianas y para, en definitiva, no dejar que el arte se dispersase y se diluyera, para hacer bullir ese influjo existencial que el arte, ahí donde se muestra más concentrado, traza sin disimulo y para experimentar que el arte solo tiene efecto en comunidad.

Muy cerquita de ahí, apenas tres calles más abajo, en la calla Guadiana 29, el arte vuelve, en los últimos días, a tomarle el pulso a la realidad. También es en una casa, en un chalet, también es en El Viso de Madrid. Pero ahora no hay personalidad totémica a la que seguir, ahora no hay maestro de ceremonias. Sigue habiendo el mismo desinterés por parte de la sociedad civil, por parte de las autoridades, y la misma fascinación para unos pocos. El arte se cobija, se reúne en silencio a ensayar un magnicidio, un asesinato que sabe nunca tendrá lugar. Se cobija y su mejor escondite es la luz del día: en pleno Madrid, en una casa bien, ante los ojos de todos.

La situación, no obstante, es bien diferente: si Benet, con las palas del lenguaje, movía toda la basura que un país como España empezaba a no saber qué hacer con ella, si se divertía excavando en las ocultas vilezas que han marcado a fuego nuestra historia más reciente, ahora el arte debe de agarrarse a las paredes para no fenecer; ahora el arte, de mortecino que está, debe de concelebrar su simple surgimiento.


Dúplex: un coleccionista deja su chalet vacío para que el arte vaya a ocuparlo. En su gesto, en la virtud de su gesto, está también su pecado: unas estructuras sociales que han defenestrado la cultura, una avidez mórbida por lo megaurbanítico, unas formas displicentes y encantadas de haberse conocido. Queremos que se nos entienda: no estamos pecando de demagogos, simplemente poniendo las bases de cómo y dónde trabaja el arte: aquello que no te mata te hará más fuerte, o el fracaso es la única forma de éxito.

Un sutil calado crítico que, desde el nombre de la exposición, reutiliza las posibilidades del inmueble de alto-standing para su beneficio. Sin mancharse las manos pero también con decidida intención. Ahí está el primer acierto. Es decir, si la casa-chalet benetiana ejercía el influjo mefistofélico del aquelarre, el chalet que da cabida a esta exposición sirve de dispositivo de visibilidad pero también de topología del trauma, de cuerpo al que infestar, de monstruo al que derribar y del que servirse.

Una gran Almudena Lobera quizá ha sido quien mejor ha comprendido esta simbiosis parasitaria entre el arte (la gangrena, la carcoma que infesta) y el inmueble: a raíz de un decalaje de grados entre la disposición de la caja fuerte y el marco que la ocultaba, la artista traza un juego de ficciones para imaginar otra narración y otra historia de la casa. Una infrahistoria dentro de la historia convencional donde el propio chalet –y el espectador- es el protagonista.


Pero si la obra de Lobera atiende mejor que otras a esa paradoja del arte de “derruir” su marco de exposición, el trabajo de los demás artistas es de igual forma soberbio: Albert Corbí también utiliza la casa y algunos acontecimientos (sobre todo el día de la inauguración) para deconstruir las formas de mirar y, sobre todo, de mirarla; las pinturas, excepcionales, de Jordi Ribes y Maíllo; las esculturas magistrales de Clara Montoya; la pieza de ruinas de Luis Úrculo (que aquí ya dijimos que fue de lo mejor que se pudo ver el año pasado en Madrid); el video surreal-cómico de Momu y NoEs.

Pero sobre todo destacan dos piezas: la instalación hipnótica, llena de poesía y sutilezas que construyen entre  Karlos Gil y Belén Zahera, y  la obra (de éxito también en La Casa Encendida) de Kiko Pérez donde la gestualidad de la mano nos lleva a unas preciosas esculturas donde la presencia del espectador ocupa el lugar (la ausencia) del artista.  

En definitiva, una exposición indispensable para trazar los nexos del arte joven madrileño, para comprobar cómo el ejercicio comunal exortiza las impotencias del arte, para sumarse a lo tribal, a los poderes orgiásticos del arte, para testificar como el arte, en su silencio y en su incomprensión, en su mercadotecnia y su supuesto glamur, sigue profetizando la ocupación de ámbitos mundanos, el usufructo y derrumbe de ahí por donde pasa.

El arte surge en el silencio del hogar, en las paredes de una casa, pero todo se queda ahí: lo demás es rasgar esos muros, dinamitarlos en el canibalismo de una tribu que sabe de sus buenos gustos.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por el artículo y por la exposición... sin necesidad de decir algo interesante y con la de adherirse a tan buenas iniciativas, gracias!

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