sábado, 13 de septiembre de 2014

JORGE GALINDO: DINERO DESMATERIALIZADO, SUEÑOS MATERIALIZADOS


JORGE GALINDO: MONEY PAINTING
GALERÍA HELGA DE ALVEAR: 18/09/14-31/10/14

“Porque no tenemos sueños baratos”
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Si el dinero, como decía Vespasiano, no huele, tampoco deja mancha ni rastro. Y si no que se lo digan a los bárcenas, pujoles, eres o urdangarínes que pueblan nuestra fauna autóctona más preciada. O mejor aún: que nos lo digan a nosotros, que al fin y al cabo somos los embaucados, aquellos a quienes han engañado, aquellos quienes desearíamos quedase un rastro, un olor que poder perseguir.
Pero no hay modo. El dinero ha devenido impoluto, sin duda alter ego de esta profiláctica sociedad en la que estamos inmersos. Nada mancha, nada pringa; o sea, traducido, nada compromete, nada te responsabiliza, nada te destina. Es decir: como dijo aquella, el dinero público no es que sea de todos, es que no es nadie.
Y eso, no por nada, debido a una de las características más apreciadas del dinero: su carácter de máxima abstracción, de máxima ecualización y nivelación. Y es que el dinero iguala todo en un visto y no visto. Lo mismo da ocho que ochenta, el dinero media para establecer la medida abstracta por la cual dos más dos pueden ser cinco. Valor de cambio universal o valor de máxima abstracción: nada vale ya su valor de uso sino su valor de cambio.
Es valiéndose de esta cualidad hiperdemocrática del valor de cambio universal    –y en referencia oculta pero bien presente a la situación de crisis universal que nos está tocando vivir (otra vez las responsabilidades y lo bien que serpentean toda culpa) – que Jorge Galindo ha decidido dar un paso al frente, coger al collage por la solapa y exigirle hasta el límite de lo exigible.
Para ello Galindo se inserta un poco a deshora en las lógicas invertidas del ready made pero, sin duda, tiene sus razones. Porque lo suyo no es servirse sin más de la ambivalencia disyuntiva entre valor de cambio y valor de uso, sino, más a las claras, tejer el soporte de un material de desecho muy particular: el propio dinero. De este modo desvela el carácter limítrofe del dinero: que no puede ser otra cosa, que no puede servir para otra cosa. No se trata entonces ya de buscar el carácter fetichista de la mercancía, sino el punto límite de máxima abstracción donde el dinero no puede dejar de ser dinero. 


Y es que el dinero, deshilvanado y descompuesto hasta lo irreconocible, por muy soporte en que se haya convertido, por mucha ‘nada’ en que se haya transformado, no deja nunca de ser dinero. Porque el dinero, sólido, líquido o gaseoso, siempre es dinero. Siempre está ahí. El dinero: aquello que por muy otra cosa que sea siempre permanece, presente como intercambio y donación irrevocable.
Veinte kilos de billetes de 5, 20 y 50 euros (que parece ser que es el dinero utilizado por Galindo en la serie), no sabemos muy bien cuánto dinero es, pero sin duda alguna que sigue ahí, en el cuadro, como soporte –en cuánto utilidad–, pero sobre todo como presencia latente, como gasto simbólico improductivo pero que ha de generar dividendos. Porque el cuadro, como poco y a buena lógica, vale al menos el dinero destruido para su composición, el dinero invertido para su producción.  Así entonces, el dinero –aún, y quizá sobre todo– como detritus, siempre será algo más que un mero y simple soporte. Es algo que está y estará ya siempre deglutido por la obra.
 Y es ahí donde nos lleva el artista y donde no podemos dejar de vernos reflejados. Porque si el dinero –dinero basura, despilfarrado, inutilizado, robado…– sigue y seguirá siendo dinero, ¿no hará falta alguien que termine dando la cara por él, que se responsabilice de él, alguien qué ponga nombre y apellidos y señale el compromiso alcanzado, la utilidad a la cual fue destinado el dinero?
Hará falta…o no. Porque al gesto material y físico con el que Galindo siempre ejecuta sus obras, se añade aquí el gesto crítico de señalar a estos 20 kilos de dinero como la metáfora perfecta para el dispendio y atraco que ha sufrido este país como sociedad en los últimos años. Así ese dinero, esos 20 kilos, ese soporte que nunca-puede-ser-mero-soporte, señala lo incumplido de las promesas que se nos hicieron, lo mermado de nuestras competencias éticas y morales. Lo mismo que el político tiró al retrete millones de euros, Galindo reproduce el gesto para revelar la fantasmagoría preferida del sistema: que el capital nunca puede ser algo moral, que el capital no conoce su procedencia, que el capital –como la carta perdida en el cuento de Poe– siempre llega a su destino porque, esté donde esté, ese será su destino, ahí exigirá su pago, ahí clamará por ser restituido. Será en el destino donde el capital (nos) nombre y exija su contraréplica, su ser saciado.  


De esta manera, el gesto impetuoso de Galindo sobre el soporte-dinero, bien puede ser la réplica al gesto impotente de una sociedad esquilmada y que no sabe muy bien qué hacer ante tal latrocinio. Así, el espectador de estas obras ha de verse mimetizado con la violencia intempestiva de un gesto, el del artista, que pinta sobre el soporte-dinero, que redefine así –estéticamente– la lógica de la donación sobre la que se levanta la lógica capitalista y que no deja de ser traicionada día tras día.
Y en ese llevar el collage hasta el límite al que antes nos hemos referido, se desprende otra conclusión que no hay que dejar pasar: si el collage descubierto por las vanguardias remitía a un mirar bajo las apariencias, el remitirse al mundo utópico que aún cabía descubrir bajo el soporte mediático, ahora sabemos –y Galindo lo confirma– que nada nos cabe ya esperar. Cuando el dinero es el límite productivo de una sociedad, contenido manifiesto y contenido latente coinciden punto por punto: nada nos cabe imaginar que no tenga su precio, que no sea ya –y a priori– una mercancía. ¿De qué están hechos nuestros sueños si no es de dinero?, o, lo mismo da, ¿qué es una subjetividad sino aquel capaz de poderse erigir en destinación última de un capital, que sin importarle nada más, le nombra y le dice ‘tú pagarás’? Un ‘yo’ es aquel que, como dice la ONCE, no tiene sueños baratos…
Es así que el dinero, en la imposibilidad de ser mero soporte, da cuenta de una materialización simbólica de todas nuestras esperanzas y promesas. En definitiva, hemos sido vendidos por un plato de lentejas, qué además no habíamos pedido y hemos de saberlo. Si no lo sabíamos, al menos Galindo nos lo hace ver. Otra cosa es que sigamos sin ver….

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