viernes, 22 de junio de 2012

UTA BARTH: LUZ AL FINAL DEL TÚNEL


UTA BARTH
GALERÍA ELVIRA GONZÁLEZ: 23/05/2012 - 14/07/2012

 En las primeras páginas de su obra “Ante la imagen”, George Didi-Huberman comienza a trazar la sintomatología de la historia del arte –aquello que ha quedado olvidado y negado en la construcción histórica y cientificista del arte- poniendo el ejemplo de una Anunciación de Fra Angélico. Ejecutada en la misma celda que el fraile habitó en su estancia en el convento de San Marcos de Florencia, la imagen supone en sí misma un ‘atropello’ a los dictados más elementales del arte canónico, a ese triunfo de la visión con que se ha venido a convenir la construcción de la Historia del Arte.

Situada justo en la pared donde más tiempo da el sol, tamizada toda la mímica gestual por un blanco hiperlumínico, la pintura de Fra Angelico remite a una fenomenología de lo invisible, ahí donde anida el misterio mismo de la Encarnación: no se trata de representar, sino de señalar, de nublar la mirada, de ruborizarse ante el candor de lo no-visible. Antes de que Vasari dictase la normatividad de una ciencia que encontraba su objeto de estudio    , antes de que el tiempo ejecutase la sentencia de la Historia, antes –decimos- que todo eso, el tiempo solo supone un desgarro, un síntoma intangible que perfora la propia mirada en su imposibilidad de tocar aquello que señala.

Y desde entonces hasta ahora, no hemos avanzado mucho: una Historia del arte que se agarra a lo visible, a una adequatio que redunde en una tipología precisa de narraciones, y un arte que intuye desde el principio -aunque, visto en perspectiva, no sea tanto una intuición como la imposición violenta que hace una razón siempre necesitada de hallar fondo bajo sus pies- que su campo de acción es más bien lo visual: esa problemática acuciante a todo régimen escópico y que queda anudado tanto en lo que se ve como en lo que no se ve, en lo visible como en lo invisible.


Si nos hemos ido hasta aquellos incipientes años del Renacimiento es para señalar la afinidad de la obra de la fotógrafa alemana Uta Barth con la problemática que desde siempre ha acuciado al propio devenir del arte. La obra de arte no como adequatio, sino más bien como superficie de exégesis, superficie de adivinación, como pantalla donde la mirada se pliega a la inconsciencia de lo visible. En esa reivindicación que ambos hacen de la visualidad frente a la visibilidad de lo visible, ambos artistas –pese a parecer diametralmente opuestos- formarían parte de esa otra historia, aquella tanto o más necesaria que la académica y que se afana por hacer la historia del arte una fenomenología de las miradas

La base de las fotografías de Barth es generar experiencias de percepción, experiencias limítrofes de lo visible. Su trabajo estaría en la senda de lo que Benjamin llamó ‘inconsciente óptico’ y que José Luis Brea definió como ‘actos de ver’: la patente ilación de lo visible con lo invisible, y la forma política en que cada mirada reordena dicha relación para estructurar una frontera entre aquello que puede verse y aquello que debe ser mantenido oculto.

Así su trabajo es comprendido por la propia artista como una ampliación del registro fotográfico, como un desplazamiento entre aquello que se ve y aquello otro que nos muestra la cámara fotográfica. Y es que para ella no existe relación entre el ojo y la cámara, siendo solo su comparación –y enfrentamiento- lo que da cuerpo al arte como tal. Y es que es solo así, problematizando el mero y aparentemente simple acto de ver, como el arte se precipita hacia su propio hecho fundacional: redirigir la mirada hacia las huellas y rastros de una memoria inmemorial. Retomando en este punto a la dialéctica de la imagen, si la cámara atrapa lo visible, sólo el ojo es capaz de enfrentarse a lo visual.


Como la propia artista dice, “cómo vemos en lugar de lo que vemos”: ese y no otro es la función de un arte que, lejos de los aires academicistas de una ciencia que estudia su objeto, se ha de enfrentar al desgarro que supone toda mirada. Porque, como Fra Angélico, en el mismo acto de ‘encarnar’, de ‘poner en imagen’ lo indecible de una realidad circundante, está la crisis que nos da forma: la crisis de una civilización que pretende cerrar sus síntomas en la fantasmagoría de la representación

La alusión que hace a figuras como la de Mondrian enfatiza el carácter utópico que siempre ha caracterizado al arte. Porque la ficción, el trabajo propio del arte, apunta siempre a generar la posibilidad de lo imposible, a intersecar la lógica de los hechos y la lógica propia de las ficciones, de lo invisible a la vista para anticipar el futuro en una utopía global. Si las vanguardias querían ver detrás del devenir histórico una realidad última y trascendente, ahora, ahora que ya sabemos que no existe ninguna utopía detrás del sol, las problemáticas, si bien han cambiado de contexto, no han cambiado de fin.

En definitiva, es que le estamos dando vueltas siempre a lo mismo: representar lo irrepresentable, detener lo imposible, el tiempo, la luz, la vida….

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