MARINE HUGONNIER: APICULA ENIGMA
GALERÍA NOGUERAS BLANCHARD: 14/09/13-08/11/13
Ateniéndonos a su biografía, pocas dudas caben a la hora de referirnos a la obra de Marine Hugonnier. Estudiante de filosofía en la Université de Paris con posgrado en Antropología en la universidad de Nanterre, y más tarde de arte en el Fresnoy Studio National des Arts Contemporaines de Lille, la mirada de esta artista francesa afincada en Londres es, eminentemente, antropológica.
Es por tanto la presencia del hombre, o, mejor dicho, de su mirada, lo que preocupa a Hugonnier, disponiendo para ello de trabajos donde, como si de una práctica del principio de incertidumbre de Heisenberg se tratase, evidencia los efectos de la acción humana sobre el entorno y el paisaje natural. Así, situándose en el intersticio donde la naturaleza se convierte en paisaje cultural o social, su obra trata de evidenciar las relaciones que se establecen entre los diferentes agentes para construir relatos acomodados siempre a una tecnología de la mirada bien precisa, ocupada en circunscribir toda subjetividad a un ejercicio de poder determinado.
Quizá aún a riesgo de caer en idílicas nostalgias por el tiempo pasado, Hugonnier levanta acta de un ejercicio de impropiedad, de un sesgo programático e ideológico en todo ejercicio de visualidad encaminado, como no, a poseer, a dominar. Así, la mirada que Hugonnier dispone en sus películas trata de evidenciar que entre nosotros y la naturaleza siempre hay una grita, un gap que hace que nuestra relación con el medio siempre sea problemática. De ahí que, si se mira con detenimiento, la palabra fracaso sea una de sus constantes.
Fracaso es la línea argumental de su pieza “Ariana”, donde se parte de un intento por rodar una vista completa del valle de Pandjshêr (en el norte de Afganistán) pero que, ante la imposibilidad de filmarlo, pasa a ser la narración de un proyecto fallido, iniciando así un proceso de reflexión sobre el ‘panorama’ como forma de vista estratégica, como movimiento de cámara cinemática que apunta a una manera determinada de mirar.
Y fracaso, igualmente, es la obra "Traveling Amazonia" donde el fracaso es ahora el propio objeto de contemplación: la construcción de la carretera trans-amazónica que, proyectada para unir la costa atlántica y la pacífica a través del Amazonas, tuvo que ser abandonada cuando apenas era un esqueleto por sus descomunales proporciones de gasto.
Y es que, y por mucho que nos empeñemos con nuestra calamitosa manera de encorsetar a la naturaleza en ortopédicas narraciones lineales, la naturaleza no cuenta historias. Es decir, somos nosotros quienes nos empeñamos en domesticar al medio según un programa basado en la coacción civilizatoria que, según un buenismo ilustrado ya más que decrépito, nos creemos en posesión de una verdad absoluta.
La naturaleza no cuenta historias, nature doesn´t tell stories: así dice un susurro apenas comienza Apicula Enigma, película de la artista francesa y que ahora puede verse en la galería Nogueras Blanchard de Madrid. En ella, y connivencia com decimos con el resto de su trabajo, Hugonnier trata de acercarse a la realidad de las abejas pero evitando en todo momento esa mirada antropozoide y siestil de los documentales: antropomorfismo (¡cuánto daño ha hecho la factoría Disney!), estructuras narrativas fijas, voyeurismo, etc: son todas ellas técnicas que, inconscientemente y sin darnos cuenta, nos dan cuenta de una naturaleza desmitificada, dominada y, como quien dice, al alcance de la mano.
Pero quizá la elección de las abejas no es una casualidad: esta mirada tecnodisciplinaria nuestra surgió al tiempo que el hombre empezaba a reflexionar acerca de la sociedad civil y de cómo los estados funcionaban como una segunda naturaleza. No ya solo por tanto el control de la naturaleza exterior, sino también de la interior: el control de ese lobo para el hombre de Hobbes. Y, para ello, para tal fin, la metáfora de las abejas siempre ha funcionado. Pero no ya solo la colmena como metáfora del pacto social, del cemento con el que construir una naturaleza próspera y segura; también y últimamente como imagen de esa otra naturaleza que estamos construyendo a golpe de agonía de lo real: el enjambramiento (swarming) como concepto clave para la inteligencia artificial y la ciberguerra.
Así somos: afanados en una mirada que no se abre al misterio sino que trata de deshacer la distancia correcta para tomar posesión. Y así por tanto esta psicosis nuestra por sedimentar realidades, una encima de otra, creyendo que, ahora sí, nos toparemos con el control absoluto. Lo dramático de todo esto es que ese control coincide –ya hemos tenido oportunidades históricas de hacerlo evidente- punto por punto con el terror total.
Quizá no esté de más hacer patente que el devenir-enjambre (para decirlo al modo de Deleuze) no supone para nuestra sociedad tecnocrática modo alguno de libertad social, sino más bien un óptimo agregado disciplinario, un plexo libidinal donde los afectos fluyan rizomáticamente sin límite alguno, una máquina de reterritorializar afectos. ¿No es para tales efectos entonces la colmena y el enjambre, más que un ejemplo de sociedad efectiva, una imagen perfecta del ‘Deus sive natura’ de Spinoza? Efectivamente: una totalidad social donde la libertad remite a una necesidad absoluta. Y lo grave es que hacia allí nos dirigimos con una sonrisa en la boca: creyendo que es la antesala de nuestra libertad, nos aferramos a nuestra esclavitud con más ganas que nunca.
En todo caso, el último plano de la película es más que significativo. La propia Hugonnier, quizá “cansada” de no descubrir el enigma, voltea el gran espejo dispuesto para grabar a los animales en la naturaleza. Es decir, no hay reflejo que valga: tratar de apresarlo es dar por bueno un régimen de representación no respetuoso con el propio misterio de la naturaleza. Y, por cierto, ¿no es ese voltear el espejo la imagen del propio fracaso, otro más en su filmografía?
Pero ahí, no obstante, seguimos nosotros: seguros de nuestros éxitos que no son tales., empeñados en dominar un mundo que no deja de escapársenos de las manos. Y es que cerrar la mirada al enigma no es la solución.
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