DIEGO SANTOMÉ: LO QUE SE ESCONDE DETRÁS DE LAS COSAS
GALERÍA PILAR PARRA & ROMERO: 11/02/09-21/03/09Cierto es que cada artista tiene una medida que solo el tiempo puede dar. Pero igual de cierto es que existe otra medida mas a la mano y, por ello, mas susceptible de infringir los mas estrepitosos de los fracasos. Me refiero a la medida que cada artista puede desplegar en relación directa no tanto con un irremediable presente, sino en confraternización con el pasado artístico más reciente.
GALERÍA PILAR PARRA & ROMERO: 11/02/09-21/03/09Cierto es que cada artista tiene una medida que solo el tiempo puede dar. Pero igual de cierto es que existe otra medida mas a la mano y, por ello, mas susceptible de infringir los mas estrepitosos de los fracasos. Me refiero a la medida que cada artista puede desplegar en relación directa no tanto con un irremediable presente, sino en confraternización con el pasado artístico más reciente.
Si, además, es la urgencia del presente lo que le lleva a poner la mirada en estrategias y procedimientos del pasado, la medida del artista será entonces proporcional a sus posibilidades futuras.
No se trata por tanto de una revisitación en términos de diálogo con un pasado ya institucionalizado, ni tampoco en un ir en búsqueda de raíces ni de aperturas por donde drenar los últimos vestigios de una arqueología del arte todavía útil. Se trata de hacer efectivo un bagaje artístico posibilitado solo por el entramado que surge de la relación directa entre sus expectativas presentes y el abordaje mediante técnicas y tácticas ya renuentes pero que dan aún fe palpable de lo novedoso.
El riesgo es si cabe doble: probarse ante lo recurrente y manido, donde los pies caminan bien sujetos a lo ‘institucionalizado’ de la técnica pero donde los resbalones y tropezones son mas visibles, puede ser una carta de presentación desde donde afirmarse y crear la posibilidad de generar su propia medida artística.
Sería un bonito espectáculo comprobar como muchos auto denominados artistas, instalados en la siesteante pereza de su posición autogenuflexionada ante los tótems del marketing postmoderno, fracasarían al poner su obra en relación directa con el pasado más inmediato: ciertos amaneramientos pasados por el tamiz de la novedad bien regulada, conservadora y fácil de digerir, no hace esperar mucho mas.
Mas en concreto, en estos tiempos de etiquetas post- por doquier, basta a veces un contrapunto con el minimalismo o conceptualismo para comprobar las posibilidades reales del artista en cuestión.
La exposición de Diego Santomé es prueba fehaciente de esta dimensión a la que todo artista se puede someter. Ya el mismo título de la exposición, “Lo que se esconde detrás de las cosas”, alude de por sí a la temática, de corte heideggeriano y onto-teológico, del desvelamiento y la verdad en el arte.
Así las cosas, uno no puede dejar de confesar cierta desazón ante la visita, cierto fastidio en tener que enfrentarse, por enésima vez, a lo recurrente de las posibilidades que, pese a ser amputadas recurrentemente y de raíz en varias ocasiones, todavía consiguen erigirse en esencializadoras para el arte. Pero es entonces cuando la buena factura, la limpieza en la ejecución y lo sincero de sus propuestas calan hasta donde pueden hacerlo: ser llamado artista y saberse capaz de cotas mayores.
Uno por uno, el artista va recorriendo diferentes técnicas en búsqueda de su propia reutilización y, sobre todo, en búsqueda de su propia personalidad artística. El minimalsmo, el video-arte, la escultura preformativa….Todo ese asamblage lo pone al servicio de una concepción artística que le ponga, a sui vez, en relación con su propia estatura artística.
Su película “Castillos de arena” debe, basándonos únicamente en el título, dar cuenta de l tema de la exposición: la fugacidad de las cosas, lo rápido de un tiempo que lo desquicia todo y hacernos reflexionar sobre si se esconde algún sentido detrás de las cosas.
Salir de ese enjambre conceptual tan embarullado como recurrente no es tarea nada fácil. Pero quizá el último fotograma de la película, un primer plano de los instrumentos del constructor de castillos colocados en fila una vez limpios, nos dé la respuesta: lo mismo que fueron sacados de sus cajas para la construcción del castillo que la lluvia se llevó por delante en apenas minutos, son limpiados y devueltos a su orden preestablecido. Poética de lo visible para desvelar aquello que queda y no se ve, recurrir a las herramientas como metáfora de la vida y de los ciclos, de lo frágil de toda construcción y de la fortaleza gestada en su mismo interior. La huella, aunque no se vea, está presente detrás de las cosas.
Con igual limpieza en la factura y sinceridad en el proceso artístico recurre a la escultura minimalista en busca de esa duración contemplativa que termine por dar forma al objeto contemplado, al tiempo que nos demuestre que la percepción contemplativa puede desequilibrar el proceso al hacer aparecer lo oculto, lo invisible pero siempre presente. Quizá, aún con todo, sea esta pieza la menos lograda, pero más por los medios empleados que por la precisa y sabia ejecución: apelar a la filosofía de la gestalt con motivo de una apertura en la contemplación por donde completar lo meramente indicado es algo demasiado recurrente para que pueda asombrar.
Siguiendo, en una pared de la galería el artista ha cincelado, a modo de calendario carcelario, una obra a medio camino entre la escultura y la perfomance, entre lo matérico de su sustrato y lo etéreo de su concepto. A nuestros pies queda el polvo, los restos a modo de huellas de una contabilidad temporal a base de surcos y cortes en la pared.
Y es que lo que se esconde detrás de las cosas es tiempo; el tiempo de la contemplación efectiva que lo completa todo, o el tiempo de la herida que perpetua el eterno vagar humano a través de una naturaleza hostil en la que todo nuestro producir queda diezmado. Pero, ante todo, un tiempo que ha de ser, igual que la cosa misma, medido y representado mediante esa acción comprendida entre lo primitivo de un gesto que contabiliza procesos mediante muescas y lo tortuoso de su propia e implacable ley: aquella de la que sabemos no podemos escapar.
Y es que el arte quizá consista precisamente en eso: en ponernos en relación directa con ese tiempo que está camuflado detrás de las cosas. Repetir, crear, dudar; y seguir repitiendo, sin cesar, hasta que aparezca esa huella de la herida por donde pensar quizá un día podamos fugarnos.
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