sábado, 16 de enero de 2010

DIOS NO JUEGA A LOS DADOS: EL ARTE TAMPOCO






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LILLI HARTMANN: ‘AT THE END OF THE WORLD…’
GALERÍA MORIARTY: 03/12/09-22/01/10

Lo archisabido de lo postmoderno se ha vuelto, de tan recalcitrante, no solo obvio, sino aburrido. Por mucha endogámica dysneilanización del mundo que nos echen, siempre estamos deseosos de más. Y de tanto más, el abobamiento generalizado en la institución arte es lugar común del que escapan contadas maniobras.

Pudiera rastrearse, aunque hay infinitos vericuetos, a qué se debe tanta pose de estudio, pero, de una u otra manera, siempre se llega a lo mismo: la sombre de Warhol es alargada. Y es que a él debemos la mayor premisa del arte postmoderno: en palabras de Perniola, “el postmodernismo había desempeñado un papel anestesiante y narcótico respecto al sexo y al sufrimiento”. De ahí que un andrógino cuya único contenido vital lo llena un divismo satinado del más edulcorado de los glamores pueda haber sido elevado a tótem del arte postmoderno.

Cierto que se quiso ver en la pose atiborrada de somníferos y anfetaminas al nuevo dandy, al cínico a ultranza que, sin haber ido a ninguna parte, ya estaba de vuelta de todo. Sloterdijk conceptualizó este mal de ‘fin de siécle’, pero, como decía Dylan, los tiempos siguen cambiando y es que ya ni por esas se traga tanta pose almibarada.

Hablando de ir a alguna parte, esta exposición, pretende, al menos en el título, llevarnos al fin del mundo. Y es que, cuando todo da igual, cuando todo se disuelve ipso facto en la mismidad que otorga el infantilismo sociocultural del momento, el fin del mundo puede estar a la vuelta de la esquina. Por de pronto, nada más entrar, se comprueba que no nos confundíamos, que el fin del mundo propuesto por la artista, en este caso Lilli Hartmann, coincide punto por punto con un parque infantil.

Un pequeño jardín de infancia, pleno de diversión y goce para los sentidos. Ya que ni el cinismo nos salva, hagamos carta blanca de todo lo habido y por haber y entretengámonos como niños de teta. Eso, y no otra cosa, es lo que parece decirnos la artista con esta exposición.


Nada más entrar, diferentes fotografías con el título genérico de ‘I´m looking for...’ nos sumerge de lleno en el mundo del disfraz y la nadería. En un juego que parece retrotraernos a lo peorcito de Cindy Sherman, la artista se disfraza algunas veces, intenta jugar a las ausencias otras, y todo para llevarnos a una seducción de guardería. Pero, sin duda, lo peor está por llegar.

La galería se llena de objetos que pretenden remitir unos a otros, crear una especie de ‘work in progress’ donde sumar y sumar con el único propósito de que, a medida que la estratificación nos aturda, crear, pensamos, una especie de epojé fenomenológica respecto a las estructuras mentales que conforman nuestra cotidianeidad. De ahí, se nos dice, el título de la exposición. Llevarnos al principio, y suponer que ese principio es el juego, el reverberar caótico de pequeños universos de sensaciones.

La cosa toma tintes melodramáticos cuando, en una de las obras, se nos hace entrar en una cabaña para ver ahí a la artista disfrazada de una especie de brujo mesiánico, de demiurgo de andar por casa sosteniendo un bol con dos bolitas que giran y giran sin parar. Todo queda condensado en esta pantomima: dios jugando a los dados o la propia artista riéndose de su inanidad creativa. Lo uno u lo otro sin solución de continuidad.

Resumiendo, jugar al escondite hoy en día en el arte, perpetrar sombras y huellas e intentar con eso crear un discurso propio es algo tan ingenuo como dislocado en su ejecución. Decía Adorno que “el momento de lo ajeno al yo bajo la coacción de la cosa es el signo de lo que la palabra genial quería decir”. Después de ver esta exposición todo queda más claro: cuando el objeto se ha hecho con el poder dogmático, cuando el simulacro de sombras alcanza categoría ontológica, lo genial ya no puede ser sino digno de burla y oprobio. Y es que, por mucho que quiera, por mucho que lo intente, un artista que aún no sepa que su papel es secundario no consigue sino la más condescendiente de las sonrisas.



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