lunes, 10 de diciembre de 2018

FRANÇOISE VANNERAUD: PAISAJES INTERIORES

FRANÇOISE VANNERAUD: UNA PARTE DEL MURMULLO DEL MUNDO SE DESLIZÓ CONMIGO
GALERIA PONCE+ROBLES: 17/11/18-11/06/19


Corren malos tiempos, dicen. ¿Y cuándo no? En todo caso es de tal magnitud el arsenal de derrotas que quizá ha llegado el momento de mantenerse a flote como una boya en mitad del oleaje. Es decir: de mirar hacia dentro, sin atisbo alguno de romanticismo, pero con la aprendida seguridad de que solo en nosotros cabe la posibilidad. Construidos de tiempo, si en algún sitio habita el instante que nos catapulte a otras orillas es en nuestro interior.
Teniendo en cuenta esto yerran aquellos que tildan esta exposición de Françoise Vanneraud de menos política que de costumbre: la relación entre mapa y territorio –clave en su trabajo, entendiendo el primero como una reproducción consensuada y el segundo como un ejercicio de poder y domesticación sobre el primero– queda desplazada ahora hacia el interior del sujeto, hacia esa basto mundo de ensoñaciones para configurar, no ya mapas ni territorios, sino paisajes.
Paisajes, eso sí, recreados como sueños latentes de esta realidad nuestra: distópicos, hechos de fragmentos sueltos, con un siniestro parecido tanto al después de la catástrofe como al origen inmemorial anterior a aquel que dio el primer nombre. En este sentido, me gusta la adjetivación de Virginia Torrente en la hoja de sala: “psicogeografía de un paisaje fracturado”. Una fractura que, en el caso de estas piezas, no son sino el cosido de dos paisajes queridos para la propia artista: uno, el de su Bretaña natal, y dos, el del desierto de Acatama donde estuvo el pasado verano en una residencia.
Paisajes, por tanto, fracturados para, de igual modo, unas vidas fracturadas como las nuestras: nómadas, espectrales, zombificadas. Pero también planos, sin ninguna profundidad, sumidos en una orografía sin pliegues que de hacer un corte trasversal nos ofrecería ese decorado lunar –que no lunático– que es la pieza más importe de la exposición: Es preciso aprender a contemplar el abismo sin la menor emoción. Un desierto calcinado y fosilizado. En suma, unos paisajes antagónicos a aquellos parajes decimonónicos donde paseaba el ilustrado sujeto burgués.
Pero no nos dejemos llevar por las recreaciones facilonas: lo interesante no es tanto desvelar la conexión que pudiera haber entre el contenido latente y el texto manifiesto, dotarnos de unas claves con el que ver debajo de lo mostrado para concretar un significado que poder llevarnos a la boca, sino percatarse de que, si es cierto que el deseo toma la forma del sueño, ¿qué deseos son estos que se desprenden de estas imágenes?, ¿de qué deseos “es capaz” la artista para forjar unos sueños como los representados en estas imágenes?
Por mucha labor de desplazamiento, condensación o sublimación que haya detrás, la desnudez heladora de estas imágenes apuntan a una única respuestas: los deseos que, sin duda, nos han dejado una vez desposeídos de todo lo demás. Deseos ya de apenas nada, ¿de que acontezca la catástrofe? Quizá por ello adopten estos paisajes una extraña cercanía con los decorados de la ciencia-ficción: porque para encontrar alguna fuente de la que pueda brotar algún deseo a la altura de las circunstancias de lo que, intuimos, deben ser nuestras vidas, hay que irse ya a otra dimensión, quizá incluso muy dentro de uno mismo.   
¿Extraño entonces que, a pesar de tener otras vivencias, de no haber nacido en Bretaña ni haber pasado una temporada en el desierto de Acatama, intuyamos que nuestros paisajes interiores no distan mucho de estos que nos ofrece Françoise Vanneraud? Yo diría que no tanto.

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