viernes, 5 de octubre de 2012

JACOBO CASTELLANO: JUGUETES PARA UNA MEMORIA EN FUGA


JACOBO CASTELLANO: DOS DE PINO
GALERÍA FÚCARES: 13/09/12-08/11/12

        Antes que nada, una alusión al pasado: de todo lo que hemos podido ver en las galerías madrileñas en los últimos años, sin duda que la última exposición de Castellano en la Galería Fúcares ocupa un lugar privilegiado. Y, entre las obras de aquella cita, el “ring” de la sala del fondo fue sin duda una de las obras más potentes vistas por aquí. Sentido, ritmo, abismo, ausencia, fracaso, todo junto y bien hormado para proponer un ejercicio de maestría difícil de igualar.

Y es que sin lugar a dudas el nombre de Jacobo Castellano se sitúa ya por derecho propio dentro de las jóvenes promesas llamadas a destilar, en un futuro no tan lejano, lo mejor del arte patrio. Situándose en relación directa con la tradición artística española, Castellano dialoga con aquello que nos ha ido dando carta de identidad en los últimos decenios: lo extremo, lo grotesco de una violencia sin par, la materialidad más rugosa, síntoma de unas relaciones traumáticas con nuestro propio medio y nuestra propia historia vertebrada a través de lo pedregoso de un pasado siempre construido a golpe de martillo.

Desde ese contexto, y con fines más humildes, Castellano se las ve con las vivencias propias de su niñez. Echándole arrestos, trabajando con el estómago más que con conceptos, logra rearmar un pasado a base de sondas explorativas, de vectores que trazan nuevas configuraciones de un ya-sido que irrumpe de nuevo -o quizá por primera vez. Sus obras, tomando también como maestro a los hallazgos del arte povera, consiguen rearticular el entramado de conexiones temporales que confluyen en un determinado objeto para reabrir el sentido del paso del tiempo, la experiencia epifenomenológica de la vista como órgano de trascendencia. Así, como bien que dice Juan Francisco Rueda en la hoja de sala, la estrategia preferida del jienense cabe comprenderla como tramas de sentido olvidado, como máquinas de rememoración, como máquinas simbólicas.



Hasta esta muestra que nos ocupa, era la casa abandonada de su familia en el pueblo la cantera de donde obtener estos dispositivos de memoración. Desde allí, volviendo al pasado condensado, Castellano reabre la viscosidad del tiempo adherido a los objetos allí olvidados. No se trata de dar salida al trauma, de una regresión psicoanalítica la infancia. Su obra es mera búsqueda poética, articulación de sentidos sedimentados en la aspereza de lo cotidiano.

Para esta tercera exposición en Fúcares la casa ha dejado de ser el único aporte de materiales y, como el propio artista comenta, todo se ha vuelto menos grave y menos serio. Si él lo dice, no vamos aquí a polemizar con el mismo artista. Quizá uno, viéndolo desde fuera y no con la pulsión aún latente de lo vivido en las propias carnes, no acierta uno muy bien a comprender qué ha cambiado de forma tan substancial. Sigue estando esa fuerza iracunda de las ausencia, alguna con pistas para completar (como esa gran pieza que es “Ya son ganas”) o imposibles de hacerlo como por ejemplo esos zapatos tan imposibles de calzar (“S/T”). Sigue estando la infancia como lugar donde el sortilegio del desgarro y la violencia tienen razón –casi epistémica- de ser (“Dos de pino”), y también la idea de viaje, de pasaje, de la concepción de la vivencia como lugar efímero por donde transitar (“Malos tiempos”).



Como novedoso la alusión a la figura humana y, por tanto, un calado más social si se quiere. Pero siempre, como decimos con ese trasfondo a lo indecible de lo ya-sido como parangón desde donde escudriñar no ya el futuro sino el presente mismo.    

Y como colofón a este pequeño texto una interpretación: no debe de ser casualidad la múltiple referencia al vaso de agua o de leche. Tampoco el hecho de que varias obras se titulen de modo genérico “Bebedor”. ¿Serán los vasos el contenedor de un tiempo que mientras estamos en camino, en el tránsito de la infancia hacia la madurez, es un vaso de leche fresca –cómo aquel situado en la “maqueta-hogar” que es “Malos Tiempos”- y que más tarde se evapora y se vacía?

Quizá, pensamos, el crecer no sea más que eso: dar la vuelta al vaso ya vacío (“Bebedor 4”) o, más sutil aún, alejarlo, situarlo encima de unos zancos (“Bebedor 2”) en referencia a una tradición que no hace más que moldear nuestros olvidos, nuestros fracasos y nuestras existencias más pueriles. No sabemos. Pero lo que sí que está claro es que la arqueología doméstica que practica Jacobo Castellano bien puede ser el espejo donde vislumbrar nuestra propia ignominia. Incluso lo grotesco y lo cómico de sus propuestas no sea más que la imagen que nosotros mismos proyectamos en el espejo de nuestras vidas. De nuevo, aquí, la tradición patria de lo esperpéntico. Etcétera.

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