LUIS ÚRCULO: ENSAYO SOBRE LA RUINA
GALERÍA EVA
RUÍZ: 20/09/12-14/11/12
Pero hoy,
cuando la inmanencia centrífuga de la videosfera ha calado tan hondo que ya
nadie cree en otra cosa que no sea la inmediatez maquínica de lo visual, el
adelgazamiento extremo de la imagen encallada en su hinc et nunc absoluto hace que la ruina sea considerada un
excedente solo capaz de reabsorberse en el flujo global mediante la
canalización que otorga la nueva religión mundial: el turismo. Porque el
turismo, esa peregrinación aborregada, no tiene otra misión que la de, poco a
poco, reducir el mundo –el espacio y el tiempo- a una gran y única imagen del
mundo en la cual pasado, presente y futuro se confundan en una lacónica mueca de
cansina ociosidad: en la melancolía de poder, ya por fin “verlo todo” –y, cómo
no, fotografiarlo todo..
El turismo es
el último estadio de la técnica: permite acelerar el proceso de la modernidad –el
devenir imagen del mundo- implicando para ello a todos los ciudadanitos, a todos
los trabajadores que cargan con sus familias –familias como aquella de Rimbaud “que todo se lo deben a la Declaración
de los Derechos del Hombre”- para darse su merecido festín de espectáculo y
ocio.
Perdón por esta
introducción tan fuera de onda, pero es que hay un movimiento más profundo que merece
la pena destacar para, ya por fin, ponerlo en relación con la obra de Luis Úrculo. Y es que, en esta
infestación de miradas que nada ven, en la pulsión maquinal que supone el verlo
todo detrás de un objetivo tele-fotográfico, el poder ejerce la más perversa de
sus maquinaciones: la de convenir la descompresión de todo ejercicio semántico
y la nivelación de cualquier imagen para impregnar en el sujeto una melancolía despótica
por las formas de poder ya concluidas, una especie de fascismo de baja
intensidad pero merced al cual –y con la descomposición y colapso de todo
ideal- historia, poder y sujeto devienen un mismo ente abstracto capaz de
movilizar –y adiestrar- las pocas energías de resistencia que aún pudieran
condensarse en el ciudadano medio.
Así entonces
la ruina fascina no ya como lo innombrable de un pasado remoto, sino como la
seducción de un espectáculo hiperbarroquizado y listo para consumir, como una
capacidad desbordante para concitar en un mismo juego de miradas la satisfacción
del “yo estuve ahí” con la precisión de una mirada panóptica que todo-lo-ve. Lo
sublime no remite ya a una ética (Moritz),
ni a un más allá de la representación (Kant):
remite a la capacidad de la mirada para adiestrase con el poder y confraternizar
en una mirada despótica y violenta que fagocita cualquier insurgencia, cualquier
intento de oposición.
Una vez dicho
esto, ahora sí: los ensayos de Úrculo
irrumpen para desgarrar esta mirada nuestra acobardada y adiestrada en saber
siempre lo que ve –y lo que hay que
ver-, para socavar esta identidad antes referida entre poder, mirada y sujeto,
para confesar que nuestra mirada goza con la tragedia porque ve en ella la seguridad
de que el poder –el poder al que por supuesto uno está bien agarrado- es realmente
un lugar seguro.
Sus pequeñas
construcciones y la ruina en que casi de inmediato se convierten hacen que
nuestra mirada se tope con esa sintomatología nuestra que creíamos una simple
contemplación de la belleza de la ruina y que, ahora, se descubre como iracunda
y desenfrenada ante el festín caníbal de ver todo destrozado. La repetición
pulsional, una vez más, funciona como dispositivo desde donde lo invisible y silenciado
sorprende con su presencia.
La celebración
de la ruina comprendida aquí como hecho estético concita entonces la pregunta
de por qué ya la ruina no nos afecta, qué posición ideológica hemos tomado
dentro del plano de inmanencia llamado Vida para que los vectores del pasado no
tensen ninguna topografía ni conciten reverberación alguna, sino un babear
entre dientes la grandeza del espectáculo de saber que, efectivamente, siempre
ganan los vencedores.
Al final, creemos, surgen preguntas
que pensamos pueden formar parte del ideario del artista: ¿qué es la arquitectura?,
¿a qué intereses sirve?, ¿puede lo indefinido y lo efímero plantar cara a la
mega-arquitectura?, ¿qué hacer en un mundo donde la ruina ya solo apunta a la
sintomatología del derrumbe escenografiado en que encalla toda cultura? Lo aquí
visto sirve para concretar cuál es la línea argumental de Úrculo: trabajar en la intersección de espacios, en sus límites y
en la periferia, hacer de la traducción y la manipulación, del transvase de
escalas y ritmos, la estrategia perfecta para preguntarse por nuevas relaciones
entre la mirada y el espacio, entre el poder y la historia.
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