ICEBERG. EL CONTEXTO COMO PUNTO DE PARTIDA
MATADERO MADRID: 14/09/12-09/12/12
A mayor gloria de un
contexto tan local como el ámbito del arte joven madrileño, esta exposición pretende
dar buena cuenta de cuál es la situación del panorama artístico en la ciudad de
Madrid. Para ello se han elegido a 17 artistas como representantes de dicho
panorama. Más tarde, como no, y como todo buen comisariado ha de postular al
menos en sus líneas más generales –esas que por otra parte nunca se llevan a
cabo-, la exposición pretende ser un espaldarazo para dialogar sobre los logros
y defectos, sobre el porqué y el para cuando.
No se trata de una
exposición generacional, ni tampoco la cosa va de en encumbrar a la gloria a una
serie de elegidos. Se trata de trazar unas coordenadas determinadas que, como
la punta del iceberg, vendrían a, por lo menos, situarnos en relación al arte
de la capital.
A partir de tal esquema, la
cosa no es sino la oportunidad manifiesta de hacer del defecto virtud y
plantear una exposición sobre lo imposible de su propio planteamiento. ¿17
artistas para el contexto de una capital?, ¿establecer diálogo cuando cada uno
utiliza estrategias que nada tienen que ver con las del compañero?, ¿servir de
espolón para un panorama mortecino y decadente? Los propios comisarios se curan
en salud: tan imposible de cartografiar un iceberg, es hacerlo con el mundillo
artístico de Madrid. Siempre a la deriva, derritiéndose cada verano un poco
más, condenando a la invisibilidad a la mayor parte, el arte capitalino sufre
de un mal endémico generalizado al país entero: un desprecio mayúsculo por
parte del ciudadano medio, unas estructuras al servicio del poder más casposo,
etc, etc.
Lo cierto es que, yendo a
ver la exposición y pensando ya en escribir algo, la cosa era de una facilidad
pasmosa. Porque, de ser buena bien podía uno decir que “se necesitarían
recursos necesarios para que la deriva en que siempre queda amparado la
práctica artística tuviera al menos más visibilidad que no la de la simple
punta de lanza que generan exposiciones como esta”; y de ser mala, uno bien
podía resumir que “si esto es lo que nos enseñan, ni imaginar queremos todo lo
que se queda oculto bajo el mar”.
Y la cosa es que se queda,
como buen iceberg por otra parte, en medio de ninguna parte. Sí, está bien.
Correcta. Da una idea. Pero uno intuye que tanta heterología en los
presupuestos estéticos, tanto querer abarcar cuando el fracaso es su destino
preciso –y como decimos no es ocultado por los comisarios- da un aspecto de
cierta melancolía, de una atmosfera a determinada
Los artistas en cuestión, y para al menos nombrarlos
a todos son los siguientes:
Julio Adán, Elena
Alonso, Irene de
Andrés, Ignacio Bautista, Ignacio
Chávarri, José Díaz, Carlos Fernández-Pello, Theo Firmo,
Cristina Garrido, Karlos Gil, Cristina
Llanos, Almudena Lobera, Nacho Martín Silva, Alfredo
Rodríguez, Teresa Solar Abboud, Luis Vassallo y Françoise Vanneraud.
Curiosamente, y soy
totalmente sincero, los tres que más me han gustado son los tres que por otra
aprte ya conocía: Françoise Vanneraud, Julio Adán
y Almudena
Lobera. La primera, fiel a su arte de contar historias, ha
dispuesto de forma superpuesta diferentes narraciones escritas por los protagonistas
en un cuadernillo y puestas en dibujo por la artista de manera que yuxtapuestas,
mezcladas e interconectadas, dan como resultado esa novedad de lo
nunca-acontecido que garantiza el arte. El segundo, atento a los procesos que reflexionan
acerca de la dualidad autor/espectador o proceso /resultado, propone un
dispositivo luminosos que se enciende de modo violento con la presencia del espectador.
Sorpresa, desconcierto, duda, etc: el espectador queda condenado a ser uno de
esos procesos excesivos y aparentemente innecesarios que son siempre necesarios
para que la mínima acción se lleve a cabo.
Por último,
Lobera se inserta en los mecanismos de visión propuestos por el cine –en
concreto en tres películas- para desmontar e incidir en las estrategias de
invisibilización utilizadas por dicha práctica. Que el cine es una panavisión,
una comunidad de iguales donde todo se ve, es una falacia tan ideológicamente sostenida
como políticamente inaceptable. Tres ejercicios “inocentes” donde la genialidad
del director se manifiesta como necesaria para hacer funcionar la película, pero
que referida a otras cuestiones más mediáticas nos pueden dar una idea de que
nuestra situación frente a lo visible no es, ni mucho menos, la de la máquina
que todo lo ve. ¿Qué tenía en la cajita el chino que va a visitar a Catherine Deneuve en “Belle de jour”?, ¿qué vio Mia Farrow en los ojos del “diablo”? Dispositivos
de visión que ocultan para dar por válido un saber que hace funcionar al
película, peor que referido a otras
cuestiones no hacen sino insistir en el régimen disciplinario de la mirada en el
que nos encontramos.
Además de
esto, también interesante resulta la pieza de Ignacio Chávarri –una “pedrada” de color-, y la de Cristina Llanos que va un poco más allá
en eso de meter objetos de la vida cotidiana dentro de la institución-arte introduciendo
un mobiliario urbano como huella de vida, como un dispositivo para pensar
acerca de ese objeto justo cuando, ahí en el museo, no es más que un resto
inerte e inútil. Los cajones de Ignacio Bautista o las no-imágenes de Irene de Andrés también son destacables.
Y poco más, una exposición que da por válido
su misma inviabilidad, y que se supone generará buenamente algún tipo de
interactuación entre agentes. Quizá sería bueno que, continuando con la
metáfora, el arte-iceberg se dejase de tanto deslizarse y estar en deriva y se
diese de bruces contra algo o alguien, quizá así el famoso contexto no sería ya
más que el panorama de un desastre “útil”.
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