miércoles, 30 de abril de 2014

HISTORIAS DEL MURO EN LA GALERÍA LOUIS 21


SOBRE EL MURO. COMISARIO: ÁNGEL CALVO ULLOA
GALERÍA LOUIS 21: 05/04/14-17/05/14
texto original publicado en 'arte10': http://www.arte10.com/noticias/index.php?id=443

            Dentro del evento cultural “Jugada a 3 bandas”, que reúne y pone en contacto en Madrid y Barcelona a artistas, galeristas y comisarios, una de las exposiciones más interesantes es la que tiene lugar en la galería Louis 21 de Madrid. Titulada ‘Sobre el muro’, la muestra pretende dar cuenta de la dialéctica del muro, como si por una parte oculta y separa, por otra sirve de archivo público, de superficie de inscripción y visibilidad.

Una de las escenas más, si se me permite, escalofriantes del cine es aquella cuando, al final de la película, el hermano pequeño de Rocco se aleja acariciando los periódicos colgados en el muro en los que aparece en primera plana la fotografía del propio Rocco como boxeador, como Rocco Parondi. Si el arte, en este caso el cine, tiene y tendrá siempre visos de grandeza es por lo mucho que es capaz de decir sin, aparentemente, decir nada. Un simple gesto, sobre el rugoso de un papel sobre el muro, que trasciende la mera corporalidad para situarse en esa extraña parcela donde habitan los sueños, no tanto aquellos por venir sino los que ya hemos dejado escapar.   
Pero, sobre todo, y en lo que aquí nos atañe, pasará esta pequeña gran historia de hermanos, pasará la tragedia de una sociedad, muchos otros periódicos se colgaran en ese mismo muro…y lo único que pervivirá será el muro, inexpugnable al tiempo, inalterable a la propia historia que cuenta. ¿No será que nos pasamos la vida persiguiendo una imagen con que llenar nuestro muro?


Un muro, un simple muro, lo más sencillo de construir y lo más resistente a cualquier inclemencia. Y es que un muro es imposible no verlo. Si hay algo claro es que un muro ya estaba ahí desde antes. Un muro separa, oculta, pero también, cómo no, deja a la luz. Un muro no es opaco sino que, en cierto modo, es traslúcido, deja ver, se deja ver. Un muro sedimenta, sirve de sustrato, colecciona superposiciones.  Un muro, incluso, se mimetiza con el paisaje. Un muro llama  a levantar el futuro pero, sobre todo, testifica de un pasado al que sirve de monumento.
Porque un muro, como dice la propia hoja de sala “es testigo de sucesos terribles”. Un muro tiene mimetizado en su memoria los restos de la violencia, los restos de toda una decadencia simbolizada, quizá, en aquellos disparos que los cuerpos fusilados esquivan. Benjamin, en algún momento de su obra, en el desconsuelo de la barbarie, apela a las piedras: “si las piedras hablases”. Pero no ya las piedras, sino el muro: si los muros hablasen. Y de eso va, precisamente, esta exposición que, comisariada por Ángel Calvo Ulloa, puede verse en la galería Louis 21 hasta mediados de mayo: de dejar hablar al muro, de dejar que nos diga todo lo que vemos en él pero no oímos, no nos atrevemos a oír.
En la obvia analogía entre el muro y la superficie, Guillermo Pfaff  (Barcelona, 1976) lleva a cabo un trabajo pictórico que tiene más de disolvente que de constructivo: no tanto servirnos de la superficie-muro sino desnudarla, llegar al punto –a ese indecible lugar donde habita la pintura cero, la pintura mínima– donde el muro, la superficie, se nos hace extraña. Llegar por tanto al esqueleto del muro, ahí donde, antes incluso de empezar a hablar, condensa ya todo lo que tiene que decirnos.
Teo Soriano (Mérida, 1963) amplía la idea de muro para, mediación metafórica del océano, llevarla al mundo simbólico, quizá incluso ideal, ahí donde la frontera no está del todo nunca clara. Utilizando objetos encontrados, devueltos por la marea a la arena de la playa e interviniéndolos mínimamente, Soriano ejemplifica que toda actividad requiere antes que nada de un muro, de un emplazamiento frente al que postular una interpretación, una tesis. No tenerlo, o referirlo de forma meramente simbólica, se llama poesía: justo lo que él nos ofrece.  

           Por su parte Ian Waelder (Madrid, 1993) presenta una instalación donde la propia pared de la galería sirve de muro de inscripción, en este caso de las huellas de su patinete. No antaño era lo proceloso de la cartografía de la barbarie lo que quedaba grabado en el muro, ahora las huellas que se posan en nuestros muros son huellas del instante, del fluir de acontecimientos inanes, inasibles a quedar sellados.
Por último, Rodríguez-Méndez (As Neves, 1968) lleva a cabo una instalación no ya tanto sobre el muro como construcción definitiva, sino acerca del propio proceso de construir, de cómo en la actividad de la construcción alienta ya (por muy poca poises que se ponga y mucha teckné) un latido incorpóreo, un aliento de azar, donde incluso el robo puede tener lugar. Construir no ya tanto como técnica de arquitectos sino como poética de la materia y del pensamiento.   
Quizá otra exposición, aunque ésta que nos ocupa sin duda también lo muestra callando, sería aquella que delinease las líneas de nuestra propia decadencia en cuanto en tanto el propio muro es eliminado por, como ahora nos sucede, pantallas. Porque en la pantalla, ahí donde ahora vivimos y construimos, no hay marcas ni restos. Y es que, sin muro, sin huellas en el pavimento, sin lanzarse a desconchar las pinturas del muro, sin ver en cada poso y sedimento el germen de una historia olvidada, somos nosotros mismos quienes naufragamos. Sin muro donde inscribir nuestras tragedias –por mucha pantalla donde ahora nos veamos reflejados– no somos ni seremos nada. Como mucho, y a este paso, un pixel… Lástima que Mark Zuckerberg ya haya diseñado nuestro futuro, y nuestro pasado. ¡Oh, great God!

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