DANIEL CANOGAR: SMALL DATA
GALERÍA MAX ESTRELLA: 11/09/14-31/10/14
El pasado día 9 de
septiembre Tim Cook, comandante en
jefe de las operaciones tras la muerte del Gran Hombre, presentó el iPhone6 y,
a partir de ahí, la historia se reduce a una serie de colapsos: el del streaming para poder ver el ‘evento’ en
directo, la de las tiendas online (se dice Apple Store) donde se reserva el gadget y, de rebote, la de iTunes,
plataforma que también se vio superada por la cantidad de usuarios conectados para
descargarse el nuevo trabajo de U2,
quienes aprovecharon el tirón mediático de la secta Apple para presentar sus
nuevas canciones.
Una semana antes, el 1 de septiembre,
el artista español Daniel Canogar
(Madrid, 1965) estrenó su trabajo para la Midnight
Moment, un proyecto de la Times Square Alliance que presta las 47 pantallas
de la famosa plaza a un artista durante los tres últimos minutos de cada día.
Es el primer español en ser invitado pero no es el primer español en “ocupar”
Times Square: Antoni Muntadas ya
estuvo allí en 1987 con su This is not an
Advertisement. Pero en aquel tiempo (no hace ni treinta años) solo había
una pantalla…
De estos dos acontecimientos solo
puede quedar una cosa clara: el mundo ya no es una pantalla en Times Square, el
mundo ha devenido una multipantalla donde, si quieres ser alguien, debes de
estar mirando. Y, para ello, un único efecto: el tiempo -fugándose en cada
imagen, diluyéndose casi hasta la nada más absoluta, provocando experiencias
cada vez más mínimas- se ha comprimido hasta ser apenas un parpadeo entre imágenes. El tiempo, como
operador diferencial de repetición en el seno de la imagen, ha implosionado y
ya, irreversiblemente, tiende a cero, al nivel entrópico que maximiza
beneficios, que consigue que la fluídica libidinal como constructo subjetivo
principal funcione a marchas forzadas.
Y es en este punto donde, también hace
pocas fechas, Daniel Canogar ha
presentado su última exposición en la galería Max Estrella con un único concepto en mente: concretar
estéticamente como el palabro “obsolescencia programada”, a pesar de ser uno de
nuestros principales enemigos, es también el chupa-chup que más nos gusta, nos
seduce y nos excita. Es decir, podría pensarse: nos quejamos de puro vicio.
Y nos gusta, nos seduce y nos excite
porque nos promete lo imposible: que el futuro no hay que esperarlo porque está
ya aquí. Aunque, claro está, ese “aquí” es fantasmático y abre en su propio seno
la fractura por donde se drenan todos nuestros deseos y terminan, como la
tecnología, en una obsolescencia constante. Es decir: el futuro está ya aquí
para decaparlo, para hacerlo ya inservible, para que únicamente pueda ser experimentado
como retrasmitido, online o live global. Sabedores de que el tiempo infringe su
cuota de dolor, nos pasamos por niños de teta para desear el futuro pero, en
todo caso, desearlo ya. Para que, en
definitiva, no suframos.
Canogar, mientras pasaba una temporada en el
mismísimo epicentro del mundo-global (Sillicon Valley), empezó a frecuentar
chatarrerías y otros cementerios donde van a morir las tecnologías obsoletas. Así,
casi como contraréplica a la investigación que estaba llevando a cabo sobre el
concepto de Big Data, empezó a trabajar como un arqueólogo con esos desechos.
Ahí pudo comprobar que, en esta sociedad de la información, no somos sino
esquejes prendados a cualquier pantalla capaz de decodificar unos sueños que
ya, de imposibles, hemos olvidado.
Dotar de nuevo de vida, como hace Canogar, a esa basura semiespacial, es
señalar ahí justo donde más nos duele: que ya, de puro inoperantes que somos,
solo sabemos manejar maquinitas; que de puro incapaces que somos, dejamos
nuestros sueños más importantes a cachivaches que construyen ególatras
californianos (y, según tengo entendido, machistas y –esto lo añado yo–
pajilleros). Seguro que cuando Bejamin
dijo aquello del artista como trapero –en alusión a esos sueños mesiánicos que
ya en su época dormían entre la basura– no se imaginaba el calado de nuestra catástrofe.
Total, que si toda tecnología, aunque
señalaba al futuro más abismal, termina por caer más pronto que tarde en el
baúl de los deshechos, es su obsolescencia –por mucho que nos revelemos por ese
adjetivo “programada” y que, cínicamente espolvoreamos, nos hace revolvernos en
nuestra bien aprendida pseudo-emancipación– lo que nos permite seguir con esta
tarea tan nuestra de no darnos por enterados, de seguir esperando la siguiente
pantalla, el siguiente gadjet, la siguiente gilipollez.
Seguro que con ella entre nuestras
manos (el objeto fálico, a-significante) seremos más felices, seguro que
podremos contener la respiración un poco más antes de, de nuevo, despertar. Con
todo, puede quizás que la catástrofe habite definitivamente ene nosotros y
ya, entre corte de respiración y corte, lleguemos a olvidar incluso de qué
teníamos miedo.
Estos small data de Canogar al menos
hacen que la pregunta no se pierda entre dispositivos tecnológicos, consigue
que la cuestión de la que nosotros somos respuesta no quede en manos de emprendedores de startups. Y es que la tecnología es tan importante que -igual que el arte no puede quedar en manos de artistas- no puede
quedar en manos de adolescentes hormonados.
En fin…la pregunta por la técnica, ahí
donde Heidegger por fin encontró a Marx y ambos encontraron a Hegel para
decirnos que, invirtiendo la dialéctica, es donde habita el peligro donde está
también lo que nos salva. Estos artilugios resucitados no nos salvan pero al
menos hacen que no nos condenemos de una vez y para siempre.
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