viernes, 26 de febrero de 2016

CINCO OBRAS QUE DEBERÍAS VER EN ARCO O TE LAMENTARÁS TODA TU VIDA

Como los Reyes no leen mi blog no saben qué mirar
Parece que causó cierto efecto aquello que dijimos anteayer de que, para nosotros, aquellos que “no creemos en el arte”… Y es que si se es fiel al arte hay, por lo menos, que descreer de él. Pero, claro está, ¿por qué y cómo no creer en el arte?, ¿qué hacemos aquí si, a las claras, no creemos nada en él?
En su último libro libro que me leí en el tren camino precisamente de ARCO–, Fernando Castro señala que “acosados por imágenes tontas que explotan como asuntos candentes, como noticias que tienen que repetirse hasta la nausea, apenas nos damos cuenta de que se está produciendo un escamoteo”. Es decir, asolados por una economía de la imagen que simula nadar en la sobreabundancia lo cierto es que, como dice un poco más adelante, “hay imágenes que faltan”.
Sin entrar en muchos sesudos devaneos esa es la razón por la que uno ha dejado de creer en el arte: porque sabemos a ciencia cierta que no solo es que esa imagen que resta no nos la ofrecerá el arte sino porque además hemos descubierto que el arte se jacta y se envalentona prometiéndonos que sí, que si nos la ofrecerá, lista para nosotros.
Ahora bien: si se ha dejado de creer en el arte, es solo con el firme propósito de ejercer la increencia de forma radical y pedirle al arte más, quizá más de lo que pudiera estar en condiciones de ofrecernos: pedirle que no se ajuste modélicamente a ese inocente juego de esperar la imagen que falta, sino que la problematice, que incluso muestre como por mucho que digamos no podemos dejar de estar esperando esa imagen última, aun a sabiendas que todo es un camelo.
Es este nuestro punto de vista, el mirador desde donde nos adentramos en este mundo del arte contemporáneo y la tesis fundamental que nos lleva a disponer de una teoría crítica siquiera de modo humilde. Y son estas mismas coordenadas las que nos llevan a visitar ferias de arte como ARCO: comprobar cómo el arte opera en el silencio que nos devuelve cuando, de stand en stand, vamos preguntando, mirando, indagando, etc.
Desde estos prerrequisitos, hemos elegido cinco piezas ineludibles:

La entrada a la obra de Sehgal, con un mural de Baldessari, el hombre que dijo que no iba a volver a hacer arte aburrido...
Tino Sehgal (Marian Goodman): para los mortales que como yo no habíamos tenido aún la oportunidad de introducirnos en una de sus mal llamadas performances es ya razón más que suficiente para acudir a ARCO. Si decimos que estamos ayunos de experiencias estéticas verdaderamente contemporáneas creo que el hecho de entrar en esta obra es lo más cercano que se puede estar de disfrutar de una experiencia semejante. Decir más es decir tonterías.


Laida Lertxundi (Marta Cervera): hace un par años disfrutamos de una exposición en la misma galería y desde entonces andamos como zombis buscando su trabajo. Aquí se muestra su último video Vivir para vivir. Las claves son las mismas: desconexión, descoordinación, desorientación. Imagen, texto y música se fusionan (¿o se difuminan?) para proporcionarnos una micrología de lo cotidiano desnuda de aditamento alguno y sostenida en su propia liviandad. “Si debo recordar ese viaje, ¿qué debo hacer?”, se lee en un momento del video. De eso trata: de intentar recordar y no poder: y es que el tiempo, nuestro tiempo, se resuelve en un presente continuo donde, a las claras, no hay nada que narrar.


Mateo Maté (NF): Reliquias de artista. Aunque parece que somos supermodernos, todavía no nos deshacemos de ese mito infumable del artista como chamán, como brujo encantado que opera con objetos, signos y significantes para ofrecernos lo nunca visto (generalmente, su propia mediocridad embalsamada en fetiche artístico). Mateo Maté, artista de una ironía fina, lleva el tema al máximo de su absurdo: del artista vale todo, hasta sus huesos.
También vemos en la obra una denuncia a la explotación del artista, condenado como Sísifo a trabajar durante una larga vida laboral, pagando sus IRPF’s, IVA’s y demás. Si bien es cierto que un puñado de artistas viven de fábula, el resto, la inmensidad de ese resto incontable, no pueden por menos que vender…hasta sus huesos!!   


Oscar Santillán (NoMínimo): si van, que se la expliquen bien: la obra es, simplemente, tremenda. En el video, un vidente contacta con Nietzsche para que le explique cómo bailaba. Pero en el entremedias conceptual de la obra hay mucho más que semejante atrevimiento (ya de por sí para quitarse el sombrero): hay una preocupación por cómo influye el modo de producción en la producción, cómo el pensamiento queda modelado por el modo en que éste queda registrado, ahí un mostrar como el pensamiento no es sino fuga –baile– de sí mismo.  
El asunto es que Nietzsche se hizo con la primera máquina de escribir portátil para pensar mejor y más rápido…y fue incapaz de escribir una sola línea. Siempre hay un gap, una falla, en error: la historia, como la propia historia del arte, es lo que se ha quedado olvidado entre registro y registro.     

Aquí si acertaron los Reyes y fueron a ver la obra de Pep Vidal
Pep Vidal (Louis21): matemático, físico, pero, sobre todo, artista. Un artista que lleva a cabo una estrategia estética muy poco convencional pero sumamente potente. Preocupado por los infinitesimales épsilones que despreciamos para asegurarnos una realidad calculable y medible, Pep Vidal problematiza todo ese gesto ideológico de representar una realidad para ofrecernos lo que preferimos permanezca oculto: cómo la realidad es inasible, infinita, incalculablemente modulable y cómo nuestra comprensión de ella es sumamente parcial e ideológica.

            

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