miércoles, 30 de marzo de 2016

ODA AL YOUTUBER O LA INSTITUCIÓN AL DESNUDO


Este breve escrito trata de dar cuenta de la polémica generada el pasado 28 de marzo cuando dentro del evento #MuseumWeek, el Museo Thyssen contactó con el youtuber Fortfast WTF para realizar una conexión en directo a través de la cuenta de dicha institución que resultó un fiasco en toda regla. Sin embargo el resultado puede ser bien diferente: un hackeado en toda regla de los propósitos adúlteros de una institución tan ideológica como la del arte-institución.

Casi sin darse cuenta y, lo que está más claro, sin proponérselo, el Thyssen ha realizado la performance que su línea de trabajo –plana, conservadora y mohína– no le hubiera permitido llevar a cabo. Cierto que sus exposiciones temporales vienen –la mayor parte de las veces– a ayudar a cerrar al arte sobre sí mismo: o se trata de ejercicios rutilantes de ingresar el nombre de un artista ya sacramentado dentro de los tufos grandilocuentes del art business o, en estrategia opuesta pero con semejante fin, modular el espectro del arte hacia los pampaneos de la moda y la publicidad. Así Munch, Picasso, impresionismos varios, poperos de diferente calado y, cómo no, Antonio López, se codean con grandes cimas el arte como Vogue, Givenchy o Cartier.
Pero lo del otro día es, sin lugar a dudas, lo más interesante sucedido en ese Museo en décadas. El Thyssen accedió –insistimos, sin darse ni cuenta– a mostrar la verdad del arte contemporáneo: que, de hecho, no hay nada que ir a ver ahí, que todo es un circo mediático-espectral con el que continuar implementado la lógica instrumental de una industria apellidada “cultural” y cuya misión es codeare con las más potentes ingenierías sociales.
El Thyssen quería visibilidad y, sin poder remediarlo, se ha pasado en su sobreexposición. Turistas, chinos, snobs y viejos son, en el mejor de los casos, los asiduos visitantes de una entelequia llamada “arte” que transita por nuestra contemporaneidad sin los arrojos necesarios para enfrentarse con su propio destino. Buscar algo que ver, alguien con quien hablar y algo de lo que hablar en un sanctum sanctorum del arte como puede ser el Thyssen es ya un imposible.
Quizá la acción, con todo, nos ha pillado a todos con el pie cambiado debido a lo desacostumbrado que estamos a que en estos eventos ocurra algo más que una cacofonía de tuits que poco o nada tienen que ver con algo parece a una comunicación. Porque el problema es que la verdad nos deja desconcertados, sin saber muy bien si sumarnos a la fiesta o, por el contrario, denunciar lo poco apropiado –incluso políticamente– de arrojar un vaso de fría verdad. Pero, sobre todo la desorientación viene por el hecho de no saber distinguir muy bien entre simulacros: ¿qué simulacro es el que, desde su ontológica y esencial falsedad, es capaz de invertir la situación y mostrarnos la cara indómita de un mundo en demolición? Sin duda alguna el que, no siendo consciente de su falsedad, no se preocupa de taparle la cara al simulacro y acicalarlo para que pase como verdad al menos aparente.
Porque si la institución Thyssen hubiese –como debería de haber hecho– llamado a alguien perteneciente al mundo del arte todo hubiese permanecido donde debe: a la vista pero sin descubrirse. Uno de los varios community manager expertos en arte contemporáneo hubiese hecho un trabajo más que digno y a la altura. Incluso, nosotros, de haber sido llamados, nos hubiesen temblado las canillas y, ante aquel que nos interpela –el gran arte–, no hubiésemos dejado de glosar las maravillas que el arte produce en los individuos y, cómo no, en la sociedad. Hubiésemos, en definitiva, hecho el trabajo al sistema para darle una capita –una más, la enésima para un ámbito de producción que vive de creerse sus propias mentiras– al sistema-arte para tragarnos un poquito más sus mentiras.      
Pero no fue así. En semejante tesitura, y en un mundo asaltado por un psicodrama existencial compungidamente sostenido en la fábula nietzscheana, los grandes popes epocales, aquellos cuya falsedad es capaz de reconvertirse en verdad, son los grandes fantasmas: los youtubers. Porque, ahora cuando el desierto de lo real está a punto de conquistar todo ámbito de vida, la verdad se hará viral o no será.
El youtuber ha devenido en el pleonasmo del artista perfecto: aquel que es tan bobo de desenmascarar la falsedad de la realidad y no solo quedarse tan ancho sino soltar una risa idiota. Y es que, igual que Zizek piensa de Bartleby, podemos nosotros pensar de Fortfast WTF: “no podría matar una mosca; eso es lo que hace tan insoportable su presencia”. Y es que la verdad que sin proponérselo desvela Fausto Climent –nombre del youtuber en cuestión– es directamente proporcional a la insoportable vergüenza ajena que causó su intervención.
Pero es que esa sensación de extrema vergüenza ajena es la clave de todo: la verdad, como inversión dialéctica de la falsedad del mundo real, produce un extrañamiento visceral, un unheimlich freudiano que, en tanto que retorno de lo familiar desconocido, en tanto que algo destinado a permanecer oculto opta por salir a la luz, solo puede apuntar a una cosa: yo también he estado dando tumbos por un museo, fijándome en los gordos, los viejos, los snobs, los y las turistas y, sobre todo, interrogándome a mí mismo que diablos pinto ahí.
En suma: el tipo en cuestión, capaz en su simulacro de desnudar el momento imaginario del arte y mostrárnoslo como real, es siniestro. Tan siniestro que, lo mismo que Platón despidió con aguas destempladas a los artistas de su República, ahora nos rasgamos las vestiduras queriendo echar a quien dice verdades como puños: que la falsedad no necesita siquiera engalanarse de verdad sino que puede ya perfectamente campar a sus anchas y pasar como una chorrada más. A nadie le importa. Como decía Adorno en Minima Moralia “nadie cree a nadie, todos están enterados”. La verdad –ampliando el sesgo viral antes aludido– no es que la pueda decir Agamenón o su porquero: es que ahora solo está a la altura de memos intelectuales.
Para concluir es interesante comprobar la reacción del propio Thyssen y la del youtuber. El Thyssen, sin saber muy bien ni de donde le llueven tantas bofetadas, sale al paso con un lacónico y timorato escrito donde señala que Fausto Climent "no ha cobrado nada por esta acción". Acostumbrados a que todo se resuelva con un presupuesto bajo el brazo, los pobres creen que con eso basta. Es tan pobre y banal tal argumento que todo comentario quedaría como demasiado ampuloso.
Sin embargo, las explicaciones del señor youtuber si son bastante más interesantes. Sobre todo cuando comenta que el único error garrafal fue “la retransmisión del contenido a través de la cuenta oficial del Museo Thyssen". Y es que, ciertamente, el tipo ha conseguido sin inmutarse lo que miles de artistas se proponen: que el arte-institución se desnude por dentro, que muestre sus miserias. Porque de haber sido retrasmitido el “evento” por la cuenta propia de Climent todo hubiese quedado en una chorrada de calibre monumental pero insustancial para el decoro y dignidad del arte. Pero, por el contrario, la retrasmisión por el propio canal institucional supone un hackeado en toda regla, un acto de terrorismo medial de unas proporciones que si no son tan amplias es simplemente porque al común de los mortales nos conviene seguir creyéndonos la milongada del arte tal y como se desarrolla históricamente en nuestras avanzadas sociedades capitalistas.      
En definitiva, si fabricar simulacros es la misión que como punta de lanza de las industrias culturales tiene el arte, esta vez se han pasado de frenada: el simulacro ha desvelado más de lo que se pretendía tapar, el simulacro mediático de Fortfast WTF, en tanto que momento falso de un ámbito falso, en tanto espectacularización sin filtro de la nadería, ha terminado por mostrarnos una patita de la verdad que acoge.  Quizá dicha verdad no sea ya sino un determinado desplazamiento de significantes donde, como san Juan en el sepulcro, se nos descubre que no hay nada que ver. La única diferencia es que nos faltan los arrestos del evangelista para clamar a los cuatro vientos una realidad punzante.

2 comentarios:

  1. En realidad, lo que quieren los que se oponen es sustituir a los que están e instaurar un nuevo régimen de realidades que será para los nuevos tan cierto y vero como era el anterior para los destronados.

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